Éxodo en ‘El Chorrillo’

Actualizado
  • 21/12/2014 01:00
Creado
  • 21/12/2014 01:00
Entrevista con dos sobrevivientes del barrio arrasado durante la invasión. La huida a la Zona del Canal y la afanosa vida de los refugiados

Ey, Yanín ¿tu no sientes que el ambiente está pesado?, preguntó el esposo de Teodolinda González de Miranda, a un amigo y vecino.

- Sí, José, ve preparando agua y alimentos, que la cosa viene...

La ‘cosa’ a la que hacía referencia el amigo de José no era ni más ni menos que la presentida invasión. Aquella tarde del 19 de diciembre de 1989 Teodolinda y José fueron al Colegio Santa Familia, que funcionaba en el Casco Viejo, para retirar el boletín de sus hijos. En las calles no había soldados ni policías. Una tensa calma se había apoderado de todo.

Aquella misma noche, a Teodolinda la despertó la voz de su marido. Se levantó de la cama y caminó hacia el balcón. Encontró a José conversando con un vecino ‘batallonero’. Además de estar visiblemente alcoholizado, el individuo iba con todos sus pertrechos militares. Decía que estaban listos, que tan solo esperaban la llegado de los ‘gringos’ para entrar en acción. Cuando Teodolinda se disponía a acostarse nuevamente, escuchó la primera explosión. En sus 44 años de vivir en El Chorrillo nunca había sentido algo así. Era pasada la medianoche.

Teodolinda, José y sus hijos se refugiaron en el cuarto de atrás de la casa para evitar la ráfaga de ametralladora que penetraba el caserón. Eran las primeras balas de la noche más larga en la historia de El Chorrillo.

Bajan las escaleras a la carrera, dispuestos a salvar la vida. Cuando llegan a la acera se topan con un soldado norteamericano. ‘Están bajando civiles’, grita el norteamericano por la radio, al tiempo que abre paso a Teodolinda y su familia, que se sumó a otras, todas intentando escapar del barrio en el que habían vivido toda su vida, ya desfigurado por las llamas. Al doblar por una esquina encuentran el cadáver del ‘batallonero’ que prometía luchar hasta el fin. Aparentemente, había sido una de las primeras bajas de la Operación ‘Causa Justa’.

EL PAVOR Y LA FUGA

La masa despavorida se dirigía hacia la Iglesia de Fátima, pero sus puertas se encontraban cerradas a esa hora. Entonces, Teodolinda y sus vecinos buscan refugio en el edificio El Mirador, en calle 28.

Poco más tarde, entre las doce y la una de la mañana, María Berta Alonso, amiga de Teodolinda, alcanza la Iglesia de Fátima y encuentra las puertas abiertas. Había llegado ahí porque un vecino, al percatarse de que no había salido del caserón en llamas, regresó para sacarla. Hasta ese momento se encontraba inmovilizada por el terror. Las bombas estremecían el piso, por lo que no se atrevía a abandonar la cama. Sobre su cabeza, caía el polvo acumulado durante décadas en el techo de madera...Las antiguas casas sucumbían ante el armamento bélico más sofisticado desarrollado hasta entonces.

Con el pasar de las horas, el bombardeo perdería intensidad. Los helicópteros, que al principio de la ofensiva pasaban barriendo el sector con misiles y ‘trazadoras’, ahora sobrevolaban los herrumbrosos tejados de zinc con altoparlantes. Una voz en español alcanza los más remotos rincones humeantes del barrio, llamando a los Batallones de la Dignidad a deponer las armas, los mismos que atacaban a quienes se habían decidido a entregarse con las manos detrás de la cabeza y se dirigían hacia el Cuartel Central de las Fuerzas de Defensa.

En las calles, el éxodo fuera de la zona de guerra ya había comenzado. Custodiadas por los propios soldados que se habían tomado sus calles, las mujeres de El Chorrillo caminan junto a sus hijos hasta el sector de Balboa. Los hombres fueron arrestados y ‘fichados’ para poder establecer si alguno era CODEPADI o miembro de los Batallones de la Dignidad. Entre los detenidos se encuentra el sacerdote Javier Arteta, encargado de la parroquia de Fátima, quien, preocupado por la suerte de los niños y las mujeres, trata infructuosamente de acompañarlos.

Asustada por la presencia de una reconocida ‘batallonera’ entre el grupo (cuyo nombre, aún hoy, no quiso revelar), Teodolinda y sus hijos continúan su marcha hacia Balboa. Durante el trayecto es testigo de cómo varios miembros de las Fuerzas de Defensa se quitan los uniformes para mezclarse con la población civil.

El éxodo se desarrolló en medio de las más adversas circunstancias, tal como describe el desaparecido periodista Mario Augusto Rodríguez, en su libro La operación ‘Just Cause’ en Panamá : ‘Custodiados y empujados por los contigentes militares, poco a poco los últimos chorrilleros sobrevivientes, entre llantos, protestas y lamentos, caminaban remolonamente por la Avenida ’A’ y la Avenida de los Poetas para cruzar la Avenida de los Márti res y unirse a millares de sus vecinos y amigos en los ya atestados patios de la Escuela de Balboa y del estadio’.

Teodolinda encuentra primer refugio en el Teatro Balboa y María Berta en el estadio de la Balboa High School. Tardarían más de dos años en volver a sus casas.

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