Noriega, el dictador de sonrisa nerviosa y mano de plomo

Actualizado
  • 28/06/2015 02:00
Creado
  • 28/06/2015 02:00
Jefe de gobierno, asesor de la CIA y aliado del narco. Nervioso, astuto y lector empedernido

Ahí estaba Manuel Antonio Noriega, un chiquillo de 22 años, de cara a su soberbio destino: la Guardia Nacional le sumaba a sus filas, recién graduado de la escuela militar de Chorrillos, en Perú. Corría los años 50. Panamá se reorganizaba tras el magnicidio de José Remón Cantera al son de la primera cumbre de las Américas, la de los dictadores. La reunión permitiría sellar un pacto continental que impidiera el ascenso del comunismo. Pero Noriega, lejos de los bastidores que años más tarde controlaría al dedillo, no terminaba de imaginar lo que vendría después: sonrió nerviosamente, como quienes lo conocen saben que hacía siempre, y se dejó colgar el capi de alférez.

Nunca ha sido un hombre de casualidades. De adolescente escribía poemas nacionalistas contra la ocupación estadounidense, motivado por las luchas que se gestaban entonces. De hecho, estudió en el Instituto Nacional dos décadas antes de las revueltas del 9 de enero del 64. De ahí saltó a la escuela militar peruana con la ayuda de su hermano Luis Carlos, —su instigador político— quien le confeccionó una partida de nacimiento falsa que le quitó cuatro años y le permitió acceder a una beca.

Noriega fue astuto: después de ser golpeado y burlado de niño por su baja estatura y las cicatrices del acné, entendió que en la palabra y el pensamiento había poder. Y por si las moscas, en algún arma también. De adolescente siempre llevaba una.

Una década después, era el hombre de la inteligencia panameña (se le atribuye, incluso, parte del trabajo tras escena para la renegociación de los tratados del Canal), era el respaldo táctico de Omar Torrijos (su amigo) y el halcón de Estados Unidos en Centroamérica. Noriega, que creció en el Terraplén, a punta de los libros de su madrina, Mamá Luisa, pasó a ser el criollo del terror, con su ascenso a la Guardia Nacional, que en un mes reconvirtió en las Fuerzas de Defensas, la cristalización de la utopía de sus años mozos.

Su astucia le sirvió para jugar con todos los bandos políticos del continente (la CIA y el cártel de Medellín, Cuba y los antisandinistas) y huir entre las rendijas de la operación estadounidense ‘Causa Justa', que lo apresó en la Nunciatura Apostólica en el alba de 1990, con la misma sonrisa nerviosa con la que empezó su camino como el último dictador que cuenta Panamá.

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