La caja de Pandora que abrió un furioso coronel jubilado

Actualizado
  • 24/03/2017 01:09
Creado
  • 24/03/2017 01:09
Inicialmente, el coronel Díaz Herrera confesó que tenía mucho miedo de lo que pudiera pasar, una vez revelara las cosas que iba a decir

Fue la calurosa noche del 6 de junio de 1987, cuando el coronel Roberto Melanio Díaz Herrera, que vivía en Altos del Golf, San Francisco, llamó a los medios informativos para revelarles importantes secretos. Hacía una semana que en el orden del día de la Comandancia de las FDP se le había dado de baja, tras cumplir 25 años de servicio en las filas castrenses, y él no estaba contento. Aseguraba que el que tenía que jubilarse era Noriega y a él le tocaba ser general.

EL LEÓN ENJAULADO

Para Díaz Herrera, Noriega volvía a incumplir el ‘pacto Torrijos' suscrito en la Comandancia tras la muerte de Omar. Él quiso expulsarlo de las FDP en septiembre de 1985, mientras Noriega estaba en Francia, pero no logró convencer a los oficiales y debió soportar el desprecio y desconfianza del general. Así como el nada grato encargo de torcerle el brazo al presidente Nicolás Ardito Barletta, para desechar su descabellada idea de crear una comisión que investigara el crimen de Spadafora.

LO QUE ESPERABA EL GENERA CON ANSIEDAD, COMO QUIEN QUIERE SACARSE UNA PIEDRA DEL ZAPATO, ERA QUE LLEGARA EL TIEMPO DE JUBILACIÓN DE DÍAZ HERRERA, PARA ENVIARLO A CASA COMO HABÍA HECHO CON EL GENERAL PAREDES

Inicialmente, confesó que tenía mucho miedo por lo que iba a decir y lo que podría pasar, pero se dijo a sí mismo que no daría marcha atrás. Y allí, en la sala de su casa, ante un reducido grupo de periodistas locales y la prensa internacional, encendió el abanico con el que espació los detritus que tenía guardados y con los que embarró para siempre a sus compañeros de armas. Solo invocaba la protección del santón hindú Satya Sai Baba, pues su confesión abriría las puertas de un infierno cuyo fuego correría descontrolado

LA CAJA DE PANDORA

Para empezar, implicó al general Noriega como autor intelectual del crimen de Spadafora, el 13 de septiembre de 1985; confesó que en su casa se planeó el fraude electoral de mayo de 1984 para despojar a Arnulfo Arias Madrid de la presidencia; la escandalosa venta de visas a ciudadanos cubanos, dinero que le permitió financiar su mansión; la trama del narcotráfico internacional que usaba Panamá de puente; del asilo concedido al Sha de Irán Mohamed Reza Pahlevi y por el cual le entregó $12 millones al general Omar Torrijos, y finalmente, que él había forzado al presidente Ardito Barletta a renunciar, el 25 de septiembre de 1985, tras ordenar crear una comisión que investigara el crimen de Spadafora.

Cuando Díaz Herrera destapó esa caja de Pandora al panameño solo le quedó la esperanza de que saliendo a la calle podría exigir un cambio y la salida del poder de los militares, que mantenían estancado el país.

LAS RAZONES DEL CORONEL

Noriega le había quitado el mando de la tropa (recuérdese que en septiembre de 1985 trató de defenestrarlo, pero su intentona falló). Era un cero a la izquierda en el cuartel, un cadáver militar, de quien el general quería deshacerse, pero no decidía cómo. De nada le valió el favor que le hizo, en septiembre de 1985, al presentar ante los medios informativos a un falso testigo de origen alemán, quien aseguró que a Spadafora no lo asesinaron las FDP, sino otros actores.

Lo que esperaba el general con ansiedad, como quien se quiere sacar una piedra del zapato, era que llegara el tiempo de jubilación de Díaz Herrera, para enviarlo a casa como hizo con Paredes. Ya antes, Paredes lo había hecho con Flores. Y ese día llegó el 1 de junio de 1987, cuando cumplió 25 años de servicio y el derecho a jubilación.

MORIR MATANDO

Tras 25 años de la invasión estadounidense que dejó amargas y dolorosas heridas al país, muchos han cuestionado la catadura moral del coronel Díaz Herrera, quien, se quiera o no, fue el artífice de la caída del noriegato, con sus dramáticas declaraciones aquel 6 de junio de 198, en las que incriminándose, acabó con su superior.

El ya exmilitar, actor y conocedor de los desmanes de las FDP durante 25 años de ejercicio, esperó pacientemente hasta haber cumplido la edad de jubilación para decidirse a alborotar el avispero. Hasta ese momento, de nada pareció importarle el dolor de los panameños ultrajados. Para muchos, sus revelaciones fueron tardías y falso su arrepentimiento.

Otro sospechoso incidente en su contra fue la presentación del alemán Manfred Hoffman, de quien aseguró fue enviado por la CIA para crearle una coartada a Noriega y salir del caso Spadafora. También confesó que le propuso a Noriega entregara a Eliécer González Bonilla (Bruce Lee) como autor del crimen para liberarlo al año y enviado al extranjero.

Como colofón, puede que Noriega acabe sus días en la habitación de un hospital y no en la cárcel y Díaz Herrera pasea tranquilo su jubilación, después de haber servido como diplomático. Así de generosa resulta esta historia panameña.

CASO GIROLDI

Masacre de Albrook, un escarmiento a la traición

Entre el 3 y 4 de octubre de 1989, el dictador fue objeto de una intentona de golpe con el supuesto apoyo del Comando Sur. Los actores fueron militares que habían retornado de una misión de paz en Namibia, África, asonada que fue liderizada por el recién ascendido mayor Moisés Giroldi, jefe de la Compañía Urracá, a cargo de la seguridad del Cuartel Central de las Fuerzas de Defensa.

Los antecedentes fueron las vitriólicas declaraciones que hizo el coronel Díaz Herrera, el 6 de junio de 1987. Luego, en 1988, un grupo de militares caídos en desgracia ante el general pretende deponerlo, pero fracasan y los envían a Coiba.

Ante esta presión del desmoronamiento de la estructura militar, Giroldi y sus hombres se toman el cuartel y secuestran a Noriega. Sin embargo, éste convence a su compadre y ahijado Giroldi, al cual luego reduce y traslada con otros once oficiales a prisión para someterlos a tortura. Giroldi, el cabecilla, fue llevado al Cuartel de Tinajita, donde se le dispara 15 veces. La madrugada del 4 de octubre, otros nueve oficiales son trasladados a un hangar del aeropuerto de Albrook, donde son masacrados. Otro muere ahorcado en la cárcel Modelo y se aduce que se suicidó. Noriega juraría luego en un tribunal que nada tuvo que ver con ello.

EN BUSCA DE PROTECCIÓN

El general se esconde tras la sotana del nuncio

Al suscitarse la intervención estadounidense en Panamá, el 20 de diciembre de 1989, llamada Causa Justa, el primer sorprendido fue el propio Manuel Antonio Noriega, quien jamás pensó que su antiguo jefe en la CIA, el presidente George W. Bush, padre, le haría esta jugada.

La invasión se inició cerca de la medianoche del 19 de diciembre, con un poderoso bombardeo al cuartel central, y a otros blancos militares apoyados por 26 mil marines y rangers , helicópteros y aviones casi invisibles.

Ante semejante poder de fuego, Noriega huye de una casa amiga a otra. Pero es buscado por aire y tierra. Finalmente, la noche del 24 de diciembre acude a la Nunciatura Apostólica, donde le pide al nuncio, José Sebastián Laboa, le brinde refugio. Dos años antes, y poco antes de la invasión, el Gobierno Español le había ofrecido asilo político, pero siempre lo había rechazado. Sin embargo, ahora ya España no lo podía recibir, y son el general Maxwel Thurman, jefe del Comando Sur, y el nuncio Laboa, quienes negocia n su entrega.

Finalmente, Laboa lo convence de entregarse, lo cual sucede el 3 de enero de 1990, cuando un agente de la Agencia Antidrogas de Estados Unidos lo conduce, prisionero, a un avión militar que lo llevará a una prisión de Miami.

EN GUERRA

Secuelas de la invasión que no midió Noriega

Confiado en que sus antiguos patrones, EE.UU., no lo invadirían como sucedió con Grenada, Noriega arreció su campaña propagandista con los movimientos de los Batallones de la Dignidad y los Codepadis (Comités de Defensa de la Patria) para inspirar en la población un sentimiento nacionalista que no sentía.

Entonces se programarían acciones como ‘Ojo por ojo' contra los sediciosos y traidores a la patria. Otra fue ‘Ay qué miedo', para demostrar que no tenían temor al poderoso ejército norteamericano.

Un gesto que agotó la paciencia de las autoridades norteamericanas fue la resolución de la Asamblea del Poder Popular o 505, emitida el 15 de diciembre de 1989. Esta concedió amplios poderes a Noriega designándolo ‘Jefe de Gobierno y líder máximo de la lucha de liberación nacional'. Además, declaró a Panamá ‘en estado de guerra, mientras dure la agresión de Estados Unidos contra Panamá'.

Las cosas se agravan con la muerte de un marine que intenta rebasar un retén policial, y es atacado a tiros por agentes panameños. El corolario es la orden del presidente Bush de invadir Panamá, lo que dejó un número aún inexacto de víctimas y entre 670 y mil millones de dólares en pérdidas.

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