Mis prisiones

Actualizado
  • 15/12/2018 01:02
Creado
  • 15/12/2018 01:02
En esos días de diciembre de 1968, le persecución se extendía a los estamentos políticos liberales, arnulfistas, comunistas y eclesiásticos. Recuerdo cuando ingresaba como prisionero Monseñor Porcell. Pregunté a Monseñor: ¿por qué está usted aquí? ‘Por mis palabras críticas', me contestó. En aquellos tiempos las palabras, sagradas o no, eran delitos contra la seguridad interior del Estado.

En estos días de diciembre, a pesar de los armisticios que procura el tiempo, la brisa del norte me hace recordar a los verdugos de mi libertad.

Este mes de diciembre se me presenta colmado de recuerdos. Uno a uno se vienen desgajando como pétalos de la flor de mi vida. En su conjunto me indican realmente que la existencia es breve y lo que tengo como actual, lleva ya 32 años de ocurrido. Un 13 de diciembre de 1968, el Coronel Torrijos y sus compañeros alzados tuvieron a bien recluirme en la Cárcel Modelo durante 90 días. ¿La causa? Razones de seguridad del Estado. Entonces participaba en el quehacer universitario como candidato a Rector.

Una serie de incidentes acaecidos el día de la elección de la primera autoridad universitaria, produjeron una crisis interna. Los militares aprovecharon la pugna en el claustro para cerrar la Universidad. La bayoneta calada reemplazó la toga. Fue una desdichada y olvidada lesión a la autonomía universitaria. A las pocas horas de estar prisionero, se llevó a cabo el acuartelamiento de la Universidad. Lo que ocurrió hace apenas dos años en virtud de la arbitrariedad del Gobernador Herrera no tiene la dimensión trágica de aquel cierre del 14 de diciembre de 1968. Los universitarios de hoy han condenado con razón la incursión bárbara y breve de 1998, pero han olvidado la de 1968; la más repudiable y que adocenó por muchos lustros el espíritu universitario. En el Centro Universitario de Veraguas he visto un mural pintado hace pocos meses; en él aparece la figura principal del fulminante cierre de 1968. El Gobernador Herrera no debe perder las esperanzas de ver su estampa caribeña en algún mural obsequioso de la Universidad.

‘LA GUERRA PSICOLÓGICA, LOS PROCEDIMIENTOS INTIMIDATORIOS, EL MANTENER UN CLIMA DE ZOZOBRA EN LA CÁRCEL, ERA POLÍTICA DE LOS COMANDANTES'.

En esos días de diciembre de 1968, le persecución se extendía a los estamentos políticos liberales, arnulfistas, comunistas y eclesiásticos. Recuerdo cuando ingresaba como prisionero Monseñor Porcell. Pregunté a Monseñor: ¿por qué está usted aquí? ‘Por mis palabras críticas', me contestó. En aquellos tiempos las palabras, sagradas o no, eran delitos contra la seguridad interior del Estado. Monseñor Porcell fue puesto en libertad en la víspera de la Noche Buena. ¿Por qué fue puesto en libertad? Porque el Arzobispo Clavel amenazó con no celebrar la misa del gallo en toda la República si Monseñor Porcell continuaba como prisionero de la dictadura. La consecuencia de aquel gesto del Arzobispo de Panamá se produjo a los pocos meses.

Sencillamente, fue víctima de una confabulación, cayó en desgracia y la grey panameña perdió a su pastor.

En vista del éxito de la amenaza del Arzobispo Clavel, posteriormente, pedí a los míos que hablarán con él para lograr la libertad de tanta gente inocente. La repuesta en clave fue más que sugestiva: el clavel se marchitó.

En la cárcel se cometían muchos atropellos. No olvido algunos casos de crueldad escenificados en la Modelo. Entre los prisioneros había un odontólogo radicado en La Concepción, de apellido Rodríguez y acusado de actividades subversivas. Uno de sus hijos murió en los días de Navidad en un accidente de tránsito. Un oficial se acercó a la celda, preguntó por el doctor Rodríguez y sin más rodeos le comunicó la muerte de su hijo. Lo llevaron al entierro y al segundo día volvió a la celda. Un acto despiadado contra un ser humano que, bien lo sabían sus carceleros, no había cometido delito alguno. Decía Camus que hacer sufrir al adversario es la peor forma de equivocarse. En este caso los carceleros de Rodríguez actuaron como hienas.

En esas mañanitas de diciembre de 1968, en la cárcel, un viento fresco se deslizaba a través de mi celda. Era el norte que bajaba del Ancón y en sus alas me llevaba a mi pueblo. Son los prodigios de los reflejos condicionados y de la memoria. En precipitadas ráfagas vivía retazos de mi infancia, de mi patio –mi infancia y mi patio es mi patria-, y de súbito quedaba instalado en la cárcel de Penonomé. Un 15 de diciembre de 1953, el Coronel José Remón, Presidente de la República, había ordenado mi arresto porque un día, al pasar él frente a mi casa mientras yo fumaba, deslicé una bocanada de humo y el coronel pensó que estaba dirigida a él, en gesto que consideró irrespetuoso. El día anterior, en la Asamblea Nacional, le había hecho fuertes críticas a su gobierno. Aquel encarcelamiento lo aprecié como minucias del poder arbitrario.

¿Qué bocanada de humo he lanzado ahora?, me preguntaba aquel diciembre de 1968. La conjetura se apoderó de mi ser. Rumiaba todos los probables cargos de conciencia. ¿Podía ser acaso, un reciente diálogo que sostuve con el doctor Arnulfo Arias?

Voy a explicarlo. Al tercer día del golpe militar, Jacobo Salas me llamó y me puso al teléfono al doctor Arnulfo Arias, quien me preguntó si las bananeras podían levantarse. Di la repuesta condicionando toda rebelión a su presencia allí, o en San Miguelito o en cualquier sitio populoso. A pocos segundos de terminado el diálogo, entró otra llamada. Era Torrijos.

FICHA

Un vencedor en el campo de los ideales de libertad:

Nombre completo: Carlos Iván Zúñiga Guardia

Nacimiento: 1 de enero de 1926 Penonomé, Coclé

Fallecimiento: 14 de noviembre de 2008, Ciudad de Panamá

Ocupación: Abogado, periodista, docente y político

Creencias religiosas: Católico

Viuda: Sydia Candanendo de Zúñiga

Resumen de su carrera: En 1947 inició su vida política como un líder estudiantil que rechazó el Acuerdo de bases Filós-Hines. Ocupó los cargos de ministro, diputado, presidente del Partido Acción Popular en 1981 y dirigente de la Cruzada Civilista Nacional. Fue reconocido por sus múltiples defensas penales y por su excelente oratoria. De 1991 a 1994 fue rector de la Universidad de Panamá. Ha recibido la Orden de Manuel Amador Guerrero, la Justo Arosemena y la Orden del Sol de Perú.

Puse a mi hijo en la extensión para que escuchara la conversación. Estaba presente Alberto Quirós Guardia. Torrijos me ofreció la presidencia del Tribunal Electoral con la misión de convocar a una Constituyente. Rechacé el ofrecimiento y expresé mi decisión de mantenerme al margen de su movimiento por no estar de acuerdo con todo lo actuado. De inmediato me dijo: ‘Te niegas a colaborar, pero sugieres al doctor Arias que encabece una rebelión en las bananeras'.

Comprendí de inmediato que todo estaba bajo control de los militares. De modo que cuando se le dijo a mi familia que mi arresto obedecía a razones de seguridad, examiné todas las bocanadas de humo que podrían ser vistas como subversivas y entendí que, para los militares, mis vínculos con los trabajadores y con los universitarios debían ser neutralizados.

La guerra psicológica, los procedimientos intimidatorios, el mantener un clima de zozobra en la cárcel, era política de los comandantes. Una noche, pusieron como centinela en mi celda a Orejita Ruíz, un personaje tenebroso del proceso. Los detenidos de la celda 41 se pusieron en guardia y se turnaron para observar lo que podía acontecer. Al día siguiente, fui a buscar los alimentos que diariamente me traía mi esposa en compañía de mis hijos. Una anciana estaba allí presente. Mis hijos la rodearon y la abrazaban con mucho cariño. Esa noche el centinela me llevó jugos y galletas. Le pregunté la razón de su gesto. La repuesta reveló hasta donde llegan los insondables misterios de la vida: ‘Me alegró mucho, me dijo, ver a sus hijos abrazando a mi madre'. Aquella anciana del restaurante trabajaba en la escuela República de Chile, donde estudiaron mis hijos. Esa noche dormí tranquilo.

Lo peor que le puede ocurrir a un prisionero es no conocer el expediente de su causa o cuantos son los años, meses o días de la condena. La libertad se tiene como sometida a una ruleta; o mejor dicho, la ruleta caprichosa reemplaza al juez de carne y hueso. Eso es lo que se llama, señores de la Cámara de Comercio, inseguridad jurídica. Así era la vida en la cárcel durante la dictadura militar.

Esa inseguridad se reflejó en aquel diálogo que sostuvo Rubén Carles, padre, con su ahijado Omar Torrijos:

—Dígame ahijado, ¿por qué exilió a mi hijo Rubén?

—Vea padrino, contestó Torrijos, resulta que yo siempre rifo un viaje al exilio y Chinchorro todas las semanas me cogía todos los números.

—Era el sarcasmo imponiendo sus reales.

Ahora que Rubén Carles, hijo, mi amigo unas veces, mi adversario otras, acaba de cumplir 80 años, la divulgación de esta anécdota confiada a mí por su padre, es un homenaje a su verticalidad civil puesta en evidencia durante la dictadura.

Es estos días de diciembre, a pesar de los armisticios que procura el tiempo, esa brisita del norte me hace recordar aquellos duros episodios vividos en el cuartel, que nunca he podido ni deseo olvidar.

Tampoco puedo olvidar a los verdugos de mi libertad, personajes no gratos por los siglos de los siglos, en todas las habitaciones de mi alma. Hace 32 años fui prisionero de los militares. En verdad la vida es breve, pero recordar es prolongar con dignidad en el tiempo todo lo vivido.

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