El carisma como un arma política

Actualizado
  • 06/10/2019 00:00
Creado
  • 06/10/2019 00:00
Ricardo Martinelli echará mano de su 'carisma' para retornar al ruedo político. Omar Torrijos también conquistó muchos partidarios con su personalidad. Pero si bien tener carisma puede ayudar a conseguir el poder, parece no ser suficiente para mantenerlo a través de los años
El ex presidente Ricardo Martinelli, con las zapatillas del pueblo.

El ex presidente Ricardo Martinelli viene con sangre en los ojos. Después de ser declarado 'no culpable' en primera instancia en el juicio que enfrentó por intervenciones telefónicas y peculado, se volvió a poner la camiseta de político y anunció que reclamaría el control de su partido Cambio Democrático. En una conferencia de prensa que realizó el 24 de septiembre pasado, anunció que pediría una 'convención extraordinaria urgente' para revertir la elección interna que en enero de 2018 puso a Rómulo Roux a la cabeza del partido.

¿Por qué debe salir Róux de la cabeza del partido?, le preguntó un reportero a Martinelli en un acto televisado. “Porque no tiene carisma”, le respondió el ex presidente que decía calzar 'las zapatillas del pueblo'. Las mismas con las que piso una cárcel en Miani, Estados Unidos y también en Panamá.

Si bien en 2009 la victoria de Martinelli fue contundente e inédita en las urnas cuando ganó con más del 60% de los votos, esa aceptación -o carisma – no fue suficiente para asegurarse el poder otros cinco años más a través de la nómina formada por su esposa y su ex ministro 'Mimito' Arias.

Hoy, más de cinco años después de haber dejado el poder y después un periplo internacional que lo llevó desde el Parlacen hasta una cárcel en Miami y luego en Panamá, el ex mandatario quiere volver al ruedo político. Su arma: el carisma.

Según la Real Academia de la Lengua, la palabra carisma proviene del latín charisma y éste a su vez del griego chárisma (agradar). La raíz kharis presente en la palabra eucaristía, significa la gracia que se concede y la gratitud que corresponde. En esencia, el término se atribuye a algunas personas que tienen especial capacidad para atraer o fascinar.

Y el don de la atracción puede ser bueno o malo, explica la coach holística y sanadora Yoli Arosemena. Algo que definitivamente se puede capitalizar en política para sumar votos, especialmente en un país pequeño donde la línea entre la política y la farándula es bastante difusa.

El carisma como un arma política

Y recuerda a personajes nefastos de la historia, como Adolfo Hitler y Ted Bundy, por ejemplo. Ambos tenían carisma, atrajeron a millones el primero y a cientos de mujeres el segundo. El resultado fue una trágica historia, en ambos casos.

Muchos brincan de la televisión a los partidos políticos tratando de capitalizar esa popularidad mediática en votos. A algunos les ha funcionado, a otros no.

A Guillermo Ferrufino por ejemplo, la popularidad lo llevó de un programa de televisión donde gestionaba ayuda caritativa a un escaño en la Asamblea Nacional, puesto que luego cambió por una silla ministerial en el Gabinete del Ejecutivo.

Y así, la carrera de algunos comunicadores y periodistas les ha servido como una especie de trampolín para seducir el voto popular. El más reciente intento, también dentro de Cambio Democrático, fue la adición de un veterano camarógrafo y reportero como vicepresidente a la nómina de ese partido. Pero en ese caso, la popularidad no alcanzó.

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Una vez en el poder, ¿basta con tener carisma para gobernar? El politólogo y ex aspirante a la presidencia de la República en las primarias del extinto partido Frente Amplio por la Democracia (FAD) , Richard Morales, explica que el carisma en la política puede referirse a las simpatías que despierta un político en la población, y pudiera medirse en la aceptación que tiene mediante encuestas de opinión. Pero añade que hoy en día, ese carisma lo tratan de construir con estrategias de comunicación política, por lo que la mayoría de las veces, “no es un atributo natural o cultural ganado por el político por su liderazgo en la sociedad, sino una identidad artificialmente creada por expertos para ganar adeptos, captar votos y movilizar apoyos, que les sirve para encubrir y desviar la atención de sus verdaderas, y nocivas agendas”.

Así, califica Morales, el carisma de la farandulización de la política tiende a ser 'vacío, sin contenido real'. Algo más cercano al 'usado para posicionar marcas empresariales apelando a las emociones y dejando de lado el contenido real del político', que es tratado como un producto.

Para el politólogo, no es suficiente tener carisma para gobernar. “Gobernar requiere asumir liderazgo para enfrentar conflictos difíciles en la sociedad”, cuenta. Sin embargo, ve las estrategias modernas de comunicación que en cambio 'apelan a evadir esas discusiones, desplazándolas hacia círculos más cerrados, para solo concentrarse en mantener una imagen favorable del gobernante o político tratando de aparecer agradable, evitando los temas espinosos, enfocándose en proyección y posicionamiento mediático'.

Pinta el escenario como la cultura política que 'apela a ganar en la inmediatez de las redes, por encima del estadista que no busca el aplauso fugaz, sino la discusión necesaria y difícil'.

Y como cualquier globo inflado, eventualmente revienta. Morales explica que el argumento del carisma también sirve para evitar llevar a la agenda pública los debates difíciles... porque rebaja el nivel de la política. Esto, 'inevitablemente', dice, lleva al desencanto, 'cuando políticos aparentemente muy carismáticos, aunque sea artificialmente, no tienen mayor capacidad o cuando su plan es idéntico al de políticos menos carismáticos, y terminan chocando con necesidades que no pueden ser resueltas proyectando, sino gobernando”.

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