El más odiado de la Conquista: la leyenda negra de Pedrarias Dávila

Actualizado
  • 11/09/2016 02:00
Creado
  • 11/09/2016 02:00
En vida, Pedrarias Dávila gozó de honores, prestigio, poder y cercanía a la Corona de Castilla

En contra de la prevalente noción de que la Conquista de América estuvo siempre en manos de los elementos menos educados de la sociedad española, la expedición que llevó a Pedro Arias Dávila hacia el istmo centroamericano en 1514 llevaba consigo ‘la más lúcida gente que de España haya salido', según las crónicas de Pascual de Andagoya

Los veinte buques que salían en abril de 1514 de San Lucar de Barrameda, llevaban a bordo nobles, hidalgos, militares y sacerdotes, algunos de los cuales se convertirían con los años en prominentes figuras de la historia americana: Hernando de Soto (futuro conquistador de Florida); Diego de Almagro (conquistador de Perú); Sebastián de Belalcázar (de Quito); los historiadores Gonzalo Fernández de Oviedo y Bernal Diez del Castillo y el obispo del Darién Juan de Quevedo.

Decepcionado por el resultado de los primeros 15 años de la Conquista, sobre todo el fracaso en la búsqueda del ansiado paso hacia las Indias y abrumado por los grandes problemas de La Española, con esta nueva expedición el rey Fernando El Católico deseaba impartir un giro más serio a su empresa.

Pedro Arias Dávila, de una de las mejores familias de Segovia, ligada durante varias generaciones a la Corona de Castilla, encarnaba ese nuevo espíritu que buscaba el rey para las colonias.

Los Arias, judeoconversos, gozaban de gran fortuna y aprecio en la corte. El mismo Pedrarias había sido paje de Juan II (padre de la reina Isabel) y compartido aventuras militares con Fernando y su esposa Isabel en Granada, Francia y Portugal.

La esposa de Pedrarias, Isabel de Bobadilla y Peñalosa, había aportado al matrimonio un tal vez mayor enclave en la corona, si se quiere, a través de su tía, Beatriz de Bobadilla. Esta era una de las mejores amigas de infancia y gran apoyo de la reina Isabel. Era tal la ascendencia de esta, que se decía comúnmente en la época que ‘en Castilla, sino es la reina, es la Bobadilla".

Por derecho propio, Pedrarias era un ‘súper hombre' de alta estatura, tez blanca, ojos verdes, cabello rojizo y excelente destreza en el manejo de la lanza (ganaba todos los torneos en los que participaba), por lo que en su juventud había sido apodado ‘El Galán' y ‘El Justador'.

Su fortaleza física era tal, que, a sus más de 60 años, en la campaña del norte de Africa, había sido el primero en escalar la fortaleza de Orán y Bujía, donde, según la crónica de su tiempo, ‘mató con sus propias manos al alférez moro'.

Al momento de ser nombrado gobernador de Castilla Aurífera —un territorio inexplorado que comprendía desde lo que hoy es Nicaragua hasta el norte de Colombia— Pedrarias tenía más de 70 años y arrastraba varias enfermedades. Su carácter malhumorado incluía extrañas manías, como la de llevar consigo a todas partes un ataúd, en el que se introducía cada año para escuchar una misa por la salvación de su alma.

Para la empresa colonial el rey lo había investido de gran poder, con el que debía cumplir una serie de detalladas instrucciones (las reales cédulas). Estas básicamente lo comprometían a controlar y ampliar los territorio ocupados en Tierra Firme, para lo cual debían hacerse nuevas expediciones, fundarse poblados, además de cristianizar a los nativos para cobrarles impuestos. A los indígenas que no quisiesen colaborar, previa lectura de el llamado Requerimiento, se les haría la guerra.

Aunque las cédulas hacían ver que debía evitarse el maltrato gratuito a los indígenas, esto se contradecía con el resto de las especificaciones, que ponían énfasis en obtener los máximos beneficios lo antes posible.

En forma privada, de boca del rey, Pedrarias llevaba otra instrucción: la de iniciar, previa investigación, un juicio contra un aventurero de cuarenta años que había usurpado, contrario al orden real, el mando en la población de Santa María la Antigua, en el Darién. Su nombre: Vasco Núñez de Balboa.

LLEGADA

Después de 4 largos meses, la expedición de 22 buques llegaba por fin a su destino, el puerto de Santa María del Darién, el día 30 de agosto de 1514.

Al arribo del enorme contingente de barcos, cuentan los cronistas, Balboa se encontraba en calzones y alpargatas, enseñando a un grupo de nativos a colocar correctamente un techo de paja.

Balboa se acicalaría rápidamente para recibir a los recién llegados en la playa, acompañado de algunos de los 515 colonos y 1,500 indígenas que componían el pequeño poblado.

Mal vestido, sudado y confundido, llegaría a tiempo para ver descender de la nave capitana a Pedrarias, vestido elegantemente de seda y brocado, de la mano de su esposa, y seguido de un cortejo de oficiales reales y capitanes, formados en tropa, tras el obispo y demás sacerdotes.

La llegada del nuevo gobernador supondría un cambio radical en la forma de vida de los colonos y la pérdida de la paz, tranquilidad y sentido del propósito que disfrutaban desde que Balboa había tomado el mando, por medios poco ‘ortodoxos', de Martín de Enciso y Diego de Nicuesa.

Gracias al gran carisma natural del que gozaba Balboa, españoles e indígenas habían establecido no solo relaciones cordiales sino un proceso de intercambio cultural enriquecedor. Los primeros habían dado apoyo a los caciques amigos para guerrear contra sus enemigos. A cambio, los naturales les proveían de guía, facilidades para conseguir oro y alimentos.

La llegada de 1,500 personas nuevas, con otro talante, proclives al maltrato y abusos, con armas poderosas, y dando muestras que venir a quedarse, hizo cambiar la actitud amable de los indios.

REUNIÓN PRIMERA

Aunque en un principio, Pedrarias y Balboa intentaron mantener las apariencias, la desconfianza entre ambos hombres era demasiado fuerte.

Mientras que el primero temía acabar como Ojeda o Nicuesa, Balboa sospechaba de los poderes establecidos y de su capacidad para tronchar su autonomía y sueños de aventuras y conquistas.

Los meses siguientes, Pedrarias se mantuvo esperando que el rey le hiciese llegar las instrucciones para hacer finalmente el juicio a Balboa por sus delitos pasados. Sin embargo, para su sorpresa, el 20 de abril del año 1515, llegarían a Santa María dos carabelas portando órdenes reales muy diferentes: Balboa había sido nombrado gobernador de Panamá y Coiba y Adelantado del Mar del Sur, un título de gran prestigio en reconocimiento al descubrimiento de este mar, en septiembre de 1513.

En su carta, el rey le pedía a Pedrarias que favoreciese a Balboa y que se dejase aconsejar de él, que tanta experiencia tenía ‘en las cosas de Indias'

Las nuevas consideraciones dadas por el rey a Balboa no gustaron nada a Pedrarias ni favorecieron la relación entre ambos, que durante los próximos cinco años de convivencia en Darién, mantedrían una clara enemistad, con sus altas y sus bajas.

Ninguno de los dos cejaría en su empeño de convencer al rey de los defectos del otro. Los Archivos de Indias recogen las cartas enviadas en que ambos se acusan mutuamente de envidia y avaricia. Balboa, por su parte, añadía a Pedrarias las acusaciones de vago, viejo y enfermizo y de no castigar los desmanes de sus capitanes.

A la muerte del rey Fernando, los enemigos de Pedrarias, encabezados por fray Bartolomé de las Casas, lograrían convencer al nuevo monarca, Carlos I, de la maldad de Pedrarias.

El rey acordó sustituirlo por el entonces gobernador de Canarias, Lope de Sosa.

Como es de esperarse, al conocer de su próxima destitución, Pedrarias culpó a Balboa y en el mes de enero de 1519 entabló acusación por rebeldía en contra de èl.

Después de un proceso oscuro llevado a cabo por Gaspar de Espinosa, alcalde de Santa María la Antigua, el adelantado fue decapitado junto con un grupo de sus más fieles seguidores.

La última de sus faltas había sido poner a circular en la colonia unas cartas falsas del rey, para favorecer su viaje de conquista del Perú, tierra dorada y soñada por él durante muchos años.

Su injusta (?) ejecución, el 15 de enero de 1519, con tan altas promesas y posibilidades, acrecentaría y mitificaría su figura, no exenta de faltas.

Por su parte, el que algunos han llamado un ‘el malvado más amado por el destino', tuvo mejor suerte.

El barco que transportaba a Lope de Sosa llegaría a la colonia el 18 de mayo de 1520, portando su cadáver. Había fallecido un día antes de desembarcar.

Pedrarias sepultó a Sosa en la catedral con la mayor solemnidad y honores y siguió provisionalmente como gobernador interino. Pero tuvo la astucia de enviar a España a su esposa y a su hijo Diego, con un gran cargamento de perlas, para que estos convenciesen al rey Carlos de mantenerlo como gobernador.

El rey, empeñado en su Guerra de las Comunidades, en España, lo confirmó en el puesto en septiembre de ese año.

Finalmente, Pedrarias sería removido de su puesto. Pero lograría ser enviado a Nicaragua, donde gobernaría desde marzo de 1528 hasta su muerte, el 6 de marzo de 1531, en la ciudad de León, a los 91 años de edad, por "vejez, pasiones y enfermedades".

En Panamá, el apodado ‘Galán', ‘Justador', o la ‘Ira de Dios', según De las Casas, haría importantes aportes como la fundación de la ciudad de Panamá y la de Natá, así como la construcción de un camino entre la costa pacífica y la caribeña. También hizo expediciones de reconocimiento.

Sin embargo, durante siglos, Pedrarias ha pasado a encarnar todas las ‘leyendas negras' de América, al punto de ser considerado por algunos historiadores como ‘el personaje más odiado de la Conquista'.

En el año 2000, cuando se descubrieron sus presuntos restos en Nicaragua, junto con los de un subalterno llamado Hernández de Córdoba, a quien había hecho decapitar (¿suena conocido?) el Ejército de Nicaragua honró con 21 cañonazos los restos de Hernández de Córdoba. Los de Pedrarias no solo no recibieron este honor, sino que fueron sepultados a los pies de aquel.

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‘Pedrarias Dávila temía la juventud, carisma y habilidad política de Vasco Nuñez de Balboa. También, su pasado como ‘usurpador' del poder'

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‘En el año 2000, los restos de Pedrarias fueron descubiertos en la ciudad de León, para ser colocados a los pies de Hernández de Córdoba'.

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