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¿Democracia o tratados? ¿Era posible tener ambas?
- 22/01/2023 00:00

Martes 20 de enero de 1976. 6 am. Apenas entraban los rayos del sol por la ventana, cuando, ya vestido en saco y pantalón azul de trabajo, el profesor y comentarista radial Alberto Betito Quirós se disponía a la diaria faena. Su popular programa de comentarios políticos iniciaba a las siete de la mañana, pero debía salir temprano para atravesar la ciudad y llegar cerca de las ruinas de Panamá Viejo, donde estaba ubicada Radio Impacto, estación de su propiedad.
Tomó su maletín. Le dio un beso a su esposa Aixa. Abrió la puerta de su apartamento, en el segundo piso de un edificio de la Avenida Chile, para bajar las largas escaleras que unían a la vivienda familiar con la planta baja. Ya en la calle, notó, apostados entre los árboles de caucho de la acera, a unos cinco hombres con camisillas blancas. De inmediato los identificó como agentes del G2, el cuerpo de inteligencia del estado. Su presencia no presagiaba nada bueno. Se conocía que eran quienes se encargaban de intimidar y agredir a los opositores del régimen militar.
Alarmado por su actitud y manerismos, Betito subió aceleradamente las escaleras de regreso al apartamento, seguido de los agentes. Les llevaba unos metros de ventaja, por lo que logró entrar a la casa, gritando y pidiendo a Aixa y a la muchacha de servicio que cerraran las puertas y ventanas.
“Fue tal la algarabía que mis hermanos y yo nos despertamos. Corrimos a la sala y vimos un cuadro de horror. Alguien golpeaba salvajemente las puertas de la casa con lo que parecía ser la culata de un revolver mientras mi papá luchaba por colocar el piano y otros muebles detrás de la puerta principal. En la cocina, mi mamá sellaba la puerta trasera con la refrigeradora y lo que tenía disponible”, recuerda Lina, quien entonces tenía 15 años.

“Después de bloquear ambas puertas, mi papá llamó a la estación de radio y pidió que lo pusieran al aire. Allí hizo saber lo que sucedía. Su programa era muy popular, así que enseguida empezaron a llegar vecinos y familiares que fueron colocándose alrededor de la casa”.
“En medio de la tensión, un teniente de apellido Mascuyana se comunicó a través de la puerta y pidió a mi papá que bajara a la calle “a conversar”. El decidió hacer lo que le pedían. Yo me quedé un minuto contestando el teléfono y cuando bajé a la calle, todavía en pijama, ví como metían a mi hermano en un patrulla y a mi papá lo empujaban en un jeep y se lo llevaban. Corrí detrás del vehículo hasta que no pude más. Todavía recuerdo el número de placa: 8-12662”, continúa Lina.
“Después nos informaron que el jeep había pasado la noche estacionado fuera de la casa de Manuel Antonio Noriega”.
En el transcurso de la mañana, se supo que la traumática experiencia de los Quirós no era la única. Esa madrugada, otras nueve familias panameñas habían sufrido situaciones similares. Antonio Dominguez, recién elegido presidente de la Cámara de Comercio Industria y Agricultura, había sido detenido y llevado a paradero desconocido, lo mismo que Roberto Eisenmann y Guillermo Ford, Winston e Iván Robles, Rubén Arosemena Guardia, Jaime Aizpurua, Diógenes Gutiérrez, Reynaldo Carmañitis, Enrique Clarke, Dario Santamaría, Profirio Samudio, Gilberto Álvarez, y Ruben Carles, vicepresidente del Chase Manhattan Bank en Panamá.
“Fue un día largo y terrible, tal vez el peor de mi vida”, recuerda Lina. “Mis hermanitos menores, de 5 y 8 años, lloraban. Todos nos preguntábamos si mi papá estaría vivo, si lo estarían torturando. Cualquier cosa se podía esperar dado el historial de crímenes y desapariciones de la dictadura”.
Nada se supo hasta alrededor de las 8 de la noche, cuando sonó el teléfono de la casa. Lina corrió ansiosamente hasta la mesita y tomo el pesado auricular de color negro.
“Llamada por cobrar de Alberto Quirós Guardia. ¿Acepta?”
“Sí. Sí. Acepto”, casi gritó, dirigiéndose a la familia: “Es mi papá”.
Enseguida salió por el aparato la voz de Betito. Estaba estropeado por los empujones y asustado, pero a salvo. El jeep lo había llevado a un lugar desconocido, donde lo ubicaron en una habitación con el grupo de los otros nueve detenidos. Estaban todos desnudos. Les dieron sus ropas nuevamente, y los metieron a un avión de carga sin molestarse en explicarles hacia a dónde se dirigían.
Después de un par de horas de vuelo el avión aterrizó. Allí supieron que estaban en Guayaquil, Ecuador. Sin dinero en el bolsillo y sin documentos de identificación, se las arreglaron para salir de Inmigración y dirigirse juntos a un hotel donde ahora pasarían la noche.
La noticia de la expatriación de Betito y el grupo de empresarios y abogados dio la vuelta al mundo. Coincidía con un momento en que el tema de Panamá acaparaba titulares asociados al jefe de estado, general Omar Torrijos Herrera, que durante dos años había estado enfrascado en una campaña internacional para denunciar las injusticias que Estados Unidos cometía contra Panamá desde 1903.
Pero la sádica deportación era contraria a la imagen de Torrijos que intentaban promover Editora Renovación S.A., (ERSA), controlada por el régimen, que lo presentaba como el líder bondadoso, el héroe justiciero, el estadista que buscaba afanosamente soluciones a los problemas sociales de arrastre que afectaban a los menos favorecidos.
El 21 de enero, el régimen intentaba dar una explicación. El gobierno se había visto obligado a deportar a un grupo de ciudadanos que planeaban un atentando contra los poderes del Estado. Supuestamente, se les había incautado copiosa documentación de reuniones secretas y estos habían confesado.
“Las acciones públicas y privadas promovidas por el grupo deportado contienen raíces internacionales que los vinculan con políticos desplazados del poder que han encontrado estímulo en un candidato a la presidencia los Estados Unidos a costa de concesiones antipatrióticas en la discusión del nuevo tratado sobre el Canal de Panamá”, decían los diarios de ERSA.
Políticos desplazados del poder. Un candidato a la presidencia de Estados Unidos. Se referían a una reunión que había tenido lugar el año anterior entre el expresidente panameño Arnulfo Arias y el ex gobernador de California y precandidato a la presidencia por el partido Republicano Ronald Reagan.
En sus mítines de campaña y artículos de opinión, el pre candidato Reagan criticaba con especial fuerza las negociaciones que llevaba el gobierno del presidente Gerald Ford —quien sería su contrincante en las primarias que se celebrarían en agosto— y el de Panamá para un nuevo tratado del Canal. Como parte de sus actividades proselitistas, se había reunido en noviembre de 1975, en Boca Ratón, Florida, con el expresidente Arias y con el exiliado y activista cubano Manolo Reyes.
“Espero que ambos países obtengan pronto su libertad”, expresó Reagan después de la reunión.
El ex actor de cine y popular político lograba lo que otros grupos cabilderos no habían podido: presentar negativamente el tema al gran público norteamericano durante una campaña presidencial. Con ello, la cobertura de prensa contra las negociaciones aumentaba exponencialmente.
Las aseveraciones simplistas y chauvinistas de Reagan satisfacían a una parte de la ciudadanía de Estados Unidos, pero en realidad era poco lo que conocía sobre el tema del Canal. La información que difundía consistía en la repetición de los argumentos que había estado diseminando desde hacía unos años un empresario californiano de nombre Philip Harman.
Casado con una nieta de José Agustín Arango, Harriman se daba a conocer como “el nieto político de uno de los próceres panameños” y cabildeaba contra del régimen militar panameño y a favor de la democracia. En los últimos años, se había enfocado en combatir lo que consideraba la injusta entrega del Canal a los panameños.
Obsesionado con el tema, Harman escribía continuamente a los líderes de opinión, desde el presidente Richard Nixon —después Gerald Ford—, el secretario de Estado Henry Kissinger, todos los miembros del Congreso, hasta cualquier reportero que tocara el tema de Panamá.
“La única forma de resolver el problema de Panamá es regresar a Arnulfo Arias al poder”, sostenía. “Cuando Arias vuelva a la Presidencia pondrá fin a las negociaciones y Estados Unidos tendrá un amigo en quien confiar”, aseguraba Harman.
Algunos lo catalogaban de chiflado, pero en 1975 logró captar la atención de Reagan, quien encontró un tema que podía explotar contra del entonces presidente Gerald Ford.
Reagan y Harman se reunieron en septiembre de 1975 por cerca de una hora, y quedaron convertidos en aliados.
“En primer lugar, Estados Unidos no tiene por qué negociar con Panamá y en segundo, no hay ninguna razón para entregar el Canal de Panamá o ceder la soberanía”, decía Reagan en un artículo difundido en noviembre de 1975 por el New York times News Services.
Para Reagan, el Canal de Panamá era la llave de la seguridad militar de Estados Unidos. Regalarlo a un país pobre y no democrático sería un error monumental.
Para Torrijos el cabildeo contra las negociaciones en Estados Unidos era un asunto que no podía controlar. Sin embargo, la deportación de un grupo de influyentes opositores a su gobierno sí resolvía un problema interno. La oposición beligerante constituían una amenaza a sus planes, pues históricamente los intentos de negociar un nuevo tratado habían sido socavados por la oposición política.
Y en enero de 1976, las negociaciones entre Panamá y Estados Unidos habían entrado en su fase final. Faltaban pocas semanas para que estuviera finalizado el primer borrador del nuevo tratado.
Continúa la próxima semana