• 04/10/2008 02:00

Somos obra de tus manos

El padre abad entró en la capilla. Se arrodilló en la última banca y empezó a rezar.

El padre abad entró en la capilla. Se arrodilló en la última banca y empezó a rezar.

Señor, buenas tardes. Hoy traigo el corazón lleno de inquietudes y de penas. Tendrás que tenerme un poco de paciencia.

¿Qué me pasa? Ya lo sabes: hoy he sufrido más que nunca ante la indiferencia de tantos hombres a tu mensaje.

¿Por qué hay hombres y mujeres que se cierran a tu amor?

¿Por qué no empiezan a descubrirte? ¿Por qué no llegan a la verdad?

¿Por qué viven tan atados a lo pasajero, al humo, a la nada?

Es cierto que algunos de ellos leyeron, hace años, tu Evangelio. ¿Por qué no lo comprendieron?

¿Qué hay en tus palabras que resulta para muchos escandaloso, anticuado o indescifrable?

Otros empezaron a entusiasmarse ante la maravilla de tu Mensaje.

Pero luego... Sí, lo sé: diste la explicación en la parábola del sembrador. ¡Qué real es el influjo de las pasiones, de las malas amistades, o del apego a las cosas de la tierra!

¡Basta un poco de alcohol, de sexo, de egoísmo o de apego a las riquezas para apartarnos de Ti!

Muchos, muchísimos, viven en este mundo maravilloso, y no te descubren.

No te perciben tras las nubes, en la lluvia, en el silencio de una montaña maravillosa, en la paz de un bebé que duerme, en la maravilla de dos esposos enamorados, en las estrellas que cantan en silencio Tu Amor eterno.

¿Por qué se han vuelto ciegos ante los lirios, los pobres, los enfermos, y tantas realidades en las que Tú estás presente y vivo?

Además, muchos tienen una idea deforme de tu Iglesia. Hablan sólo de las cruzadas, del caso Galileo, de los escándalos, de las debilidades de los bautizados.

No son capaces de ir más allá, de descubrir a tantos miles y miles de católicos que aman plenamente, que ayudan a los enfermos, que acompañan a los ancianos, que cuidan de los niños, que viven el matrimonio como una vocación al amor y a la vida.

Señor, de nuevo, ¿qué nos ocurre? Tú nos amas, Tú nos esperas, Tú eres un Dios bueno.

No eres indiferente ante nuestra indiferencia.

Incluso sé que sufres mucho ante nuestras ingratitudes y cegueras.

Señor... somos obra de tus manos, somos hijos, somos enfermos, somos pecadores.

Necesitamos tu ayuda, quizá incluso más que en otros siglos.

Por eso acudimos a Ti, para que nos cures, nos rescates, nos salves, y nos lleves a Ti.

Pongo ante Ti la inquietud de mi pobre corazón.

A pesar de mis muchos defectos, a pesar de mis muchos errores, quisiera que Tu Amor triunfase hoy en alguno de tus hijos.

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