• 20/11/2008 01:00

Huellas de estrellas

Durante la Segunda Guerra Mundial fui un niño devorador de noticias referentes a la misma, esperando encontrar espías en cualquier lugar...

Durante la Segunda Guerra Mundial fui un niño devorador de noticias referentes a la misma, esperando encontrar espías en cualquier lugar, especialmente en los rincones de La Estrella de Panamá, que frecuentaba por mi relación familiar con los Duque Villarreal.

Un señor de aspecto germánico laboraba en una oficina cercana a la entrada trasera de la vivienda de mis parientes. Su presencia me causó temor por mucho tiempo, hasta saber la nacionalidad y funciones del supuesto agente secreto.

Era Aristides Castán, asistente de la dirección y pieza fundamental en la edición y el renglón publicitario de la empresa. No vivirá otro como él.

Ya joven, la Sala de Redacción fue el escenario de mis prácticas mecanográficas, pudiendo alternar con periodistas dignos herederos de Gaspar Octavio Hernández.

Por larga temporada me alejé del mencionado sitio, para retornar en los años sesenta, encontrando aún al pie del cañón a Ricardo Alfonso Pardo y Sole Boch, a quienes se les habían sumado Carlos A. Palomo, Joaquín “Macho” Ortega, Emilio Sinclair, Luis Espinosa Castillo, Adolfo “Yenyén” Pérez y algunos más.

El paso de Ricardo A. Pardo fue más allá de las hojas del rotativo, está impreso en la historia nacional. Era un tosco marinero, quien exploró con éxito el ilustre panorama de la patria de Miró. Ejerció labor periodística por más de seis décadas navegando a sus anchas por el inmenso mar de letras. Incluso se empapó de jurisprudencia. En múltiples ocasiones publicó más de tres trabajos diarios con seudónimos diferentes. Parodiando al “Bárbaro del ritmo” canturreaba: “Elige tú, que escribo yo”.

¿Y qué puedo manifestar de Joaquín Ortega, docente de profesión y comunicador de vocación? Creador de un género noticiario muy de moda en la actualidad. Con su obra “Hable bien”, salvaguardó el idioma cervantino. También su labor fue reconocida deportivamente, por ser gestor del estadio de béisbol de Las Tablas.

Uno amparado por El Altísimo fue Carlos A. Palomo, su avanzada glaucoma no era obstáculo en la faena. Reporteaba los nacionales de béisbol escuchando tres radios simultáneamente. Todavía nadie se explica cómo escribía las reseñas, estaba lejos de ser un experto mecanógrafo.

Capítulo especial merece Marcos A. Gandásegui, jefe de deportes allá por la primera mitad del siglo XX.

Luego se entregó al quehacer olímpico, para más tarde calzarse de nuevo los guantes informativos con una columna sobre esa competencia universal. Ostenta récord de asistencias a la mencionada cita. Nadie así existirá jamás. ¡Salve al rey!

Punto culminante es Leonidas Escobar Arango, mi maestro. Hijo de la tierra de Nariño, llegó al país tras la muerte del dirigente político Jorge Eliécer Gaitán.

Después de cierto tiempo juró lealtad a la enseña de las dos estrellas para hacerla su bandera. “El león del Tolima” fue guía y protector de incontables obreros del oficio.

Era, asimismo, obligado filtro de todos los documentos llegados al seno del periódico, consistiendo la perfección su meta. Su maravilloso don de gente influía en propios y extraños.

Irradiaba cultura, amistad y paz. Practicó una sentencia original de Don Alejandro Duque Gómez, que rezaba: “Trata bien a todo el mundo, a lo mejor te hallas frente a un ángel”.

Palabra de Dios.

-El autor es fotógrafo.ahbravo@gmail.com

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