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En agosto pasado presenté en la Feria Internacional del libro mi más reciente libro “Luchar sin Permiso” (Editorial Portobelo, Panamá, 2024) donde relato detalles históricos de algunos hechos donde participé como político. Uno de ellos, según conocí después, fue la causa de la sorpresiva renuncia del presidente Arístides Royo Sánchez, escogido presidente por el general Torrijos el 11 de octubre de 1978 a través de la Asamblea Nacional de Representantes de Corregimiento sin poder alguno.
En junio de 1981, el país estaba paralizado por las constantes manifestaciones de los educadores en contra de la Reforma Educativa. Eran las primeras movilizaciones multitudinarias que enfrentaba la dictadura y eso preocupó muchos a los militares. Se decía que las reformas eran comunistas, pero creo que, en el fondo, se utilizaron como vehículo de la ira reprimida de la población frente a la dictadura que vivíamos. De permitirse una amplia discusión de los tratados sobre el Canal, hubiese pasado lo mismo. Seguro estoy que la mayoría de los que manifestábamos, no teníamos la más mínima idea del contenido de las benditas reformas, supuestamente copiadas del Perú. El presidente Royo, quien tiempo atrás fue mi profesor de Derecho Penal en la universidad, enfrentaba el fuego junto a su íntimo amigo, Gustavo García de Paredes, el ministro de Educación. La chocante realidad es que después de ese fallido intento, por razones eminentemente políticas inentendibles, no se ha hecho ningún esfuerzo nacional para reformar profundamente nuestro deficiente sistema educativo.
A fines de junio de 1981, mientras almorzaba en la Casa del Marisco, en avenida Balboa, con mi compadre venezolano Guillermo Betancourt Oteyza -reputado publicista que, a nombre de los socialcristianos venezolanos, vino a asesorarnos- nos topamos con Ricardo Alonso Rodríguez, ministro de la Presidencia de Royo, quien había presidido el Colegio Nacional de Abogados. Nos invitó a sentarnos con él y hablamos de la situación conflictiva que se vivía en el país, como consecuencia de la Reforma Educativa. Le dije que parte del problema de los civiles en el gobierno militar era su aislamiento con el resto del país. De allí surgió la posibilidad de que el presidente Royo se reuniera con el presidente del PDC, Ricardo Arias Calderón. Le dije que lo consultaría. Lo discutimos en Comité Político y se aprobó realizar esta reunión.
Ese encuentro lo planificamos para el 15 de julio, en un lugar neutral: el apartamento del profesor Miguel Ángel Martín, en la avenida Samuel Lewis. Martín era amigo de ambos, contemporáneo de Royo y era colega docente junto a Arias Calderón en la Universidad de Panamá. A la hora convenida, llegó Royo con Rodríguez y Arias Calderón conmigo. Pasado un rato, el profesor Martín nos dejó solos. Conversamos un par de horas y nos dimos cuenta de que, aunque Royo tuviese las mejores intenciones, los que mandaban eran los militares y él poco podía hacer o disponer. No pudimos comprometernos en nada, porque nuestros interlocutores simplemente carecían de poder de mando dentro del gobierno.
La muerte del general Torrijos el 31 de julio de 1981 trastocó todo. Asumió como comandante el coronel Florencio Flores Aguilar, a quien Royo le ofreció la renuncia, pero éste le dijo que debían seguir con los planes de Torrijos y que debía terminar su mandato. Flores fue obligado a renunciar el 3 de marzo de 1982, quedando Rubén Darío Paredes como comandante en jefe.
Quince días después de aquella reunión con la Democracia Cristiana, al conmemorarse el primer aniversario del fallecimiento del general Torrijos, bajo la excusa de fuertes dolores de garganta, Royo renunció “voluntariamente” al cargo, asumiendo como presidente Ricardo de la Espriella, quien era el vicepresidente. Lo de la garganta fue la excusa. Supuestamente, la verdadera razón radicaba, según él mismo me explicó, en el hecho de que el presidente Royo no comunicó y menos pidió autorización al Estado Mayor para reunirse con nosotros.
El general Paredes lo fulminó, aunque éste me niega que haya sido así y Royo me confirme lo contrario. Años después, el general Paredes se hizo amigo de Arias Calderón, el antes enemigo número 1 de los militares, a quien visitó varias veces en su residencia y hasta escribió un artículo periodístico alabando sus virtudes. Así viví la historia y así la cuento. Esta y otras vivencias de la historia contemporánea de Panamá están en mi libro, que lo puedes adquirir en la Editorial Portobelo en Vía Argentina, en Gran Morrison, en Hombre de la Mancha y en los supermercados Riba Smith.