• 18/01/2009 01:00

Querella de las Imágenes

La Querella de las Imágenes, el suceso de triste resonancia que en estos días hizo noticia desde Atalaya revela cuánto falta todavía en ...

La Querella de las Imágenes, el suceso de triste resonancia que en estos días hizo noticia desde Atalaya revela cuánto falta todavía en el crecimiento de la fe del pueblo llano.

Desde antiguo la Iglesia Católica y la Ortodoxa mantienen el culto a las imágenes. Tan importante o integral es este culto dentro de la fe católica (ya sea romana u ortodoxa) que no se puede ser católico romano u ortodoxo y oponerse a la veneración de las imágenes. Quien lo haga comete una herejía.

En los siglos VIII y IX. los emperadores bizantinos, en lucha con la Iglesia, se opusieron a este culto. Esta actitud se conoció con el nombre de iconoclasia (de romper o ir en contra de las imágenes). Pero finalmente prevaleció el recto uso de esta devoción. Y así fue reconocido en el II Concilio de Nicea (787). Desde entonces fue condenada la actitud contraria. Y esto explica la presencia de las imágenes, si bien los ortodoxos las prefieren planas: los iconos, y los católicos romanos, sólidas, como las estatuas de madera o yeso.

Muchos se guían por el pasaje del Éxodo en que Dios exige no hacer imágenes. Esta economía de la Antigua Alianza correspondía a la idea de un dios del todo invisible e incorpóreo y, además, la prohibición de Ex.20;4 seguía al versículo 3, en la cual Dios decía: “no tendrás dioses ajenos, delante de mí porque, como dice después, yo (tu Dios) soy un Dios celoso.. En efecto, el pueblo hebreo en sus momentos de debilidad o confusión hacía becerros de oro, y se inclinaba en adoración ante los baales de pueblos vecinos y los declaraba su propio Dios. Es decir, traicionaba su fe en Yahvé. Pero desde que el Verbo de Dios se encarnó cambió la economía de la salvación, y desde entonces es lícito —resolvió el antiguo concilio— hacer imágenes del Dios que se hizo visible, que se anonadó haciéndose hombre, que se hizo carne, se dejó palpar y habitó entre nosotros. La veneración, por lo tanto, de las imágenes de Cristo no va en el sentido idólatra que lo hacía el antiguo pueblo israelita, sino que es una forma de evocar a la persona a quien representan: Cristo mismo. Ni se venera a la imagen porque “ella haga milagros”, sino porque los milagros los hace el Señor. Se honra a la imagen del Señor o de los santos como una forma de honrar al mismo Señor y a los santos a quienes las imágenes representan. Si esto está claro (o se le aclara a los fieles de Atalaya), no hubiera habido problema con que una imagen fuera restaurada. El Señor no cesa de oir oraciones por ello.

-El autor es filósofo e historiador jordi1427@yahoo.com.mx

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