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- 28/01/2009 01:00
Los debates entre candidatos
Un ingrediente “de cajón” en cada campaña electoral lo constituyen los debates entre los candidatos, sea en los medios de comunicación o directamente frente a una audiencia.
Los libros que reseñan historias de elecciones pasadas nos hacen recordar aquel famoso debate televisivo que le costó la candidatura a uno de los aspirantes, no por lo que dijo o dejó de decir ni la fortaleza de sus argumentos, sino por la no agradable imagen de una sombra que proyectaba su barba no muy bien afeitada. Desde aquella experiencia esos debates, que tienen el poder de hacer o deshacer una candidatura, son preparados con gran esmero para que no se produzca un desliz que dé al traste con las aspiraciones del candidato. Pero tanto cuidado puede convertir el debate en un ejercicio insulso y aburrido.
Debatir no es necesariamente pelear, pero sí argüir, argumentar, discutir, sostener y defender ideas o conceptos. Es lo que hacen todos los días los abogados cuando litigan a favor de su cliente y tratan de convencer al juez sobre la razón de su causa, exponiendo cada cual sus puntos de vista.
Tal es el concepto que debía prevalecer en un debate entre candidatos a puestos de elección, en donde el juez resulta ser el elector que percibe, a través de la pantalla o personalmente, las características deseables o indeseables de la persona que aspira a obtener su aprobación en la urna el día de la elección.
Para lograr ese objetivo se hace necesario permitir a cada candidato, igual que sucede en los tribunales de justicia, exponer su pensamiento con la debida amplitud y, con igual holgura, permitir a su rival hacer lo propio para así contrastar opiniones sobre un mismo tema.
Así como el juez se beneficia con un amplio debate entre litigantes y puede apreciar mejor ambas caras de la moneda antes de dictar sentencia, igualmente el elector se beneficia con elementos que le permiten emitir un voto más informado y consciente.
Por el contrario, si el debate intenta cubrir un sinnúmero de temas y solamente le permite a cada participante exponer sus ideas en un tiempo asfixiantemente breve, el debate se convierte en una carrera contra reloj. Cada candidato asistirá preparado para resumir en un minuto o dos toda una posición sobre el tema y habrá practicado lo suficiente para sintetizarla en una “píldora”.
Constreñido en esa forma, el debate deja de ser un ejercicio realmente ilustrativo o docente para convertirse en la práctica en una presentación teatral, en la cual una cuidadosa postura o maquillaje puede resultar de mayor valor que un innovador concepto de peso. No hay tiempo para explicar, sino sólo para exponer.
En una carrera así, la audiencia no se puede formar un juicio adecuado ni gana nada de valor, porque las “píldoras” preelaboradas apenas admiten exteriorizar una idea, pero no permiten elaborarla con mayor profundidad.
Al finalizar el debate hay expertos que tratan de determinar quién ganó o quién perdió, como si se tratara de una prueba deportiva.
Se desnaturaliza en esa forma el sentido del debate y se juzga por las apariencias, dejando de lado un contenido valioso que le debería resultar mucho más importante al elector.
-La autora es diputada de la República por el Nuevo Circuito 8-7. VMP.mireyalasso@yahoo.com