• 14/02/2009 01:00

El oído y la voz de la democracia

Se ha escrito y hablado mucho —a través del tiempo— sobre el problema del aislamiento que produce el poder. Por ejemplo, encerrarse en e...

Se ha escrito y hablado mucho —a través del tiempo— sobre el problema del aislamiento que produce el poder. Por ejemplo, encerrarse en el Palacio de las Garzas o en un ministerio, o en cualquier oficina pública, en una habitación refrigerada, con puertas y ventanas cerradas, con luz artificial; o en un automóvil con los vidrios también cerrados; ignorando si afuera llueve o hace sol, aislado, sin posibilidad de contacto e intercambio con el resto de la colectividad y de la vida del país. Ese es, evidentemente, uno de los más grandes riesgos del hombre y la mujer que sean dirigentes gubernamentales, a lo cual debe agregarse la obligación de cumplir un horario de ocho o más horas de trabajo, a lo que se suman los compromisos sociales —sobre todo en Panamá, donde tanto se estila que el presidente de la República y los altos funcionarios asistan a toda clase de reuniones social—; en fin, todo aquello termina conduciendo al retraimiento y a la pérdida de noción de la realidad.

Naturalmente, este fenómeno ocurre en las democracias, y mucho más, desde luego, en las dictaduras, donde nadie se atreve a decir nada, no hay partidos políticos, no hay libertad de expresión? En la democracia es muy factible que las gentes se acerquen al presidente de la República o a los altos funcionarios a decirle lo bueno, lo que se supone que a ellos les gustaría escuchar. Por otra parte, puede ocurrir que al alto funcionario de Panamá o de cualquier otra parte del mundo le guste efectivamente que le digan cosas agradables: “Caramba, qué bien hace usted las cosas”, se oye decir con frecuencia. Entonces uno tiene que estar lo suficientemente curado y haber madurado con las experiencias para poner límite a los elogios o, si de todas maneras tiene que escucharlos, no tomarlos como motivo de engrandecimiento.

¿Dónde está la realidad de Panamá? En otras partes, en los campos, en las costas, en las montañas, en las calles, en los agricultores, en los empleados públicos, en los obreros de una empresa o fábrica, en los comerciantes y en los industriales, en la seguridad ciudadana, en el transporte público, en el servicio de agua potable y de salud, en el servicio de educación popular, en la transparencia en los negocios y asuntos públicos, en los profesionales, en los estudiantes. La visión correcta del acontecer nacional se logra mediante la transmisión efectiva de los problemas de cada uno de esos sectores e instituciones de servicios básicos. Es un mundo con el que se puede interactuar diariamente, aunque se tenga que permanecer encerrado en una oficina, bien a través de los libros y de los periódicos, de la radio y de la televisión, y de los amigos (no serviles) conscientes del valor de la información veraz en la sociedad democrática.

La modestia del funcionario público es indispensable para superar el aislamiento nocivo. Uno de los mayores riesgos del hombre y la mujer públicos es la inmodestia, es decir, creer siempre que lo que hacen está bien. Cada quien debe conocer sus límites, debe estar consciente de las posibilidades de equivocarse, muchas veces sobre un mismo punto. Por muy bien dotado que esté un cerebro, no da para todas las interpretaciones de todas las cosas y de todas las perspectivas. Entonces uno aprende a preguntar y a escuchar, y la cosa es diferente. La democracia siempre debe tener oídos muy grandes y sanos? ¡Por eso la capacidad de escuchar del Gobierno es fundamental en democracia!

- El autor es pedagogo, escritor y diplomático. socratessiete@gmail.com

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