• 05/04/2009 03:00

Juan Pablo II, cuatro años después

Hace cuatro años. Sábado, 2 de abril de 2005. La plaza de San Pedro está llena de gente en oración. Acaba el primer rosario.

Hace cuatro años. Sábado, 2 de abril de 2005. La plaza de San Pedro está llena de gente en oración. Acaba el primer rosario.

Se encienden las luces de los apartamentos del Papa. Son cerca de las 9:30 de la tarde. Pocos minutos después llega el anuncio a la plaza y al mundo: Juan Pablo II ha muerto.

Emoción, lágrimas, abrazos. En los estudios del primer canal de la televisión italiana, entre los jóvenes presentes cruza un escalofrío. Una chica, después de la noticia, rompe el silencio: “Juan Pablo II no ha muerto. Sigue entre nosotros, sigue a través de nosotros”..

Los días siguientes son una continua marea humana. Miles, millones de personas de Europa y de otros continentes quieren pasar unos segundos ante el féretro.

La policía hace milagros para limitar las tensiones y los cansancios de quienes caminan lentamente, a veces más de 12 horas, en filas interminables.

El viernes 8 de abril se celebra el funeral. Al final de su homilía, el entonces Cardenal Ratzinger expresa lo que todos llevaban en sus corazones: “Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice. Sí, bendíganos, Santo Padre”.

Han pasado cuatro años desde aquellos momentos cargados de emoción. La historia, para los cristianos, está siempre en las manos de Dios. Los hombres ponemos nuestro grano de arena. El “resto” (lo más importante) lo hace el Espíritu Santo.

Juan Pablo II puso un grano enorme. Con sus discursos, con sus 14 encíclicas, con el Catecismo de la Iglesia Católica, con los Sínodos de los obispos, con los viajes por casi todo el mundo.

También con su sufrimiento, llevado hasta el final, como parte del “sí” que dio a Cristo cuando escuchó el “sígueme”, cuando fue invitado a navegar por otros mares, lejos de su amada Polonia.

Lo reconoció él mismo después de la fractura ósea que le obligó a internarse en el hospital Gemelli, el año 1994: “He comprendido que debo llevar a la Iglesia de Cristo hasta este tercer milenio con la oración, con diversas iniciativas, pero he visto que no basta: necesitaba llevarla con el sufrimiento, con el atentado de hace trece años y con este nuevo sacrificio” (palabras antes del Angelus, 29 de mayo de 1994).

Lo quiso decir, sin palabras, cuando se asomó desde su ventana el domingo de Pascua, 27 de marzo de 2005, y bendijo la ciudad y el mundo en silencio.

Han pasado cuatro años. Juan Pablo II, el Grande, partió a reunirse con el Padre.

Desde el cielo, con su mirada llena de esperanza, con su sonrisa y su empuje incansable, nos bendice nuestro querido Papa Wojtyla.

“Sí, bendíganos, Santo Padre”.

-El autor es sacerdote y filósofo. Roma, Italia.fpa@arcol.org

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