• 21/07/2009 02:00

La ignominia

Recibí una foto del Dr. Pablo Thalassinos cuando entregaba sus credenciales ante el secretario general de la ONU como representante perm...

Recibí una foto del Dr. Pablo Thalassinos cuando entregaba sus credenciales ante el secretario general de la ONU como representante permanente de la República de Panamá. Horas después, también su llamada. Sentí en su entrecortada voz el tono de orgullo de aquellos hombres que, como él, miran por encima de las nubes.

Todo esto me dejó una agradable sensación por un amigo que valora en mucho los gestos de reconocimiento a una intachable hoja de vida al servicio de la sociedad.

En otras circunstancias, su mundo académico, sus compañeros de partido, hoy en oposición, y una buena parte de la intelectualidad debieron aplaudir su designación, reconocerla y felicitarla. Pero el mundo ha cambiado mucho y el ser humano por igual. La mezquindad, el egoísmo, la envidia y la miseria humana se han apoderado del pensamiento de muchos y se anteponen al momento de valorar la importancia de actos de esta naturaleza.

Es un reconocimiento a un destacado intelectual, abnegado sicólogo, cuyas obras han merecido el reconocimiento internacional. Un ministro de Educación del gobierno de Pérez Balladares, que abrieron el camino, suspendido después por el imperio de la mediocridad y el egoísmo, para tratar de colocar la formación de las futuras generaciones a la altura de sus desafíos.

Cualquier colectivo académico, social o político, incluso personal, debió sentirse orgulloso de contar en sus filas con hombres de esa profundidad y realizaciones. Pero no. No es así. Un dirigente de su partido, en una alocada perorata, de las que están de moda ahora en la sede del PRD, declaró que había que abrir un expediente a Thalassinos y sancionarlo por aceptar el cargo de representante del Estado panameño. Quisieron “empatar” el caso de Pedro Pereira cuando lo designaron Embajador ante la República Bolivariana de Venezuela. A Pedro no le valió el hecho de haber sido el dirigente que abrió las puertas del PRD días después de la invasión, a riesgo de su propia vida, mientras muchos de los que hoy se pavonean huían despavoridos, para no asumir su compromiso con la historia. Con Pedro la acción es más grave. Llegaron incluso a presentarle a escondidas al canciller venezolano cargos en su contra, para evitar que ese país le otorgara el beneplácito.

A Pablo y Pedro los une el dolor de la injusticia y de la miseria humana. Son hijos de la intolerancia y la descomposición que nos llevó a una derrota cuyo final está todavía por verse. Fueron sometidos a una proscripción en su propio partido. Perseguidos. Acosados, para evitar que pudieran contribuir a mejorar su organización y entregarle a la patria su conocimiento y experiencia. ¿Cuál es el concepto de lealtad partidaria, cuando esta no ha existido desde hace mucho tiempo?

El caso de Pablo y Pedro, es un caso aleccionador, un ejemplo, de justicia y reconocimiento que la sociedad, en manos de fuerzas adversarias, ha brindado a dos figuras políticas que, como otros miles, con menos audacia, se cansaron de “marcar el paso”. Esa reivindicación es felicitada por miles de hombres y mujeres que dentro del PRD todavía sufrimos de la exclusión, de ese estilo de vida, que ha carcomido durante diez años a lo mejor y más sano de nuestra organización.

*Miembro del PRD.rvasquezch@cwpanama.net

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