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La enorme apertura comercial y financiera de nuestra economía la hacen altamente dependientes de los fenómenos que ocurren en los mercados globalizados. En este sentido, aun cuando algunos aleguen lo contrario, la misma necesariamente está expuesta a los efectos de las crisis financieras internacionales. Esto implica la responsabilidad que tienen las autoridades económicas del país de estar atentas a la posible ocurrencia de estas, así como de planificar la política económica anticíclica frente a la eventualidad de su aparición.
Diversos autores, entre los que podemos citar a Vincenzo Comito en su reciente artículo titulado ¿Será 2026 el año de la crisis? (Viejo Topo, 8/12/2025), han llamado la atención sobre diversas burbujas financieras que podrían estallar en el futuro próximo. Entre estas se mencionan las siguientes: la burbuja de la inteligencia artificia (IA), la burbuja bursátil, la crisis de las criptomonedas y la crisis del mercado bursátil. Varias de ellas están obviamente vinculadas.
A nuestro juicio la más probable de la mismas es la burbuja de IA, cuya potencia ha llevado a que varios analistas la comparen con algunas de las previas. Para Comito la misma tiene analogía con la crisis de 1929, mientras que para Michael Roberts la analogía sería con las llamadas fiebres ferroviarias de 1840 en Gran Bretaña y 1870 en los Estados Unidos. Por su parte Simon Johnson y Piero Novelli hacen la comparación con la burbuja dot-com de finales de los años 1990, se trata de una posición compartida por Paul Krugman.
Dicho esto, resulta necesario explicar la naturaleza y forma específica que tiene la actual burbuja de la IA. Se puede partir del conocido hecho de que actualmente la base del crecimiento de la economía norteamericana está dada por el gasto de inversión vinculado a los centros de datos de la IA, mientras el resto de la economía se encuentra prácticamente estancada.
El problema aquí resulta de tres hechos. En primer lugar, se trata de un proceso que conlleva una enorme masa de inversiones actuales y futuras en infraestructura de IA. En su artículo antes citado Comito pone como ejemplo que para el 2030 las empresas de IA planean haber invertido 7 millones de millones de dólares en centros de datos. A esto añade que solo en el trimestre agosto – octubre del presente año, Google, Meta y Amazon destinaron 112,000 millones de dólares a este tipo de proyectos.
En segundo lugar, se debe llamar la atención sobre las formas de financiamiento de la burbuja de IA, las que producen fragilidad financiera en los términos que a esto le dio Hyman Minsky en su libro Stabilizing an Unstable Economy (Yale University Press, 1986).
Se trata, para precisar, de una situación en que, si bien es cierto en gran medida el financiamiento proviene de las empresas de la IA, lo cierto es que, también en medida significativa, se trata de un financiamiento en un circuito cerrado, entre empresas de IA que son mutuamente proveedoras y clientes. A esto se debe añadir que cada vez más el auge de la inversión de las empresas de la IA se esta financiando con recursos al crédito externo, caracterizado por estructuras que quedan fuera del balance.
En estas circunstancias, como bien lo señala Michael Roberts en su artículo La Inteligencia Artificial y la ‘fiebre ferroviaria’, “si los rendimientos de las inversiones resultan inferiores a lo esperado se producirá una grave corrección del mercado bursátil” (Viento Sur, 8/12/205)
En tercer lugar, existe evidencia actual de una sobrevaloración del precio de las acciones de las empresas de IA. En efecto el índice de precio de las acciones – rendimientos (PER) ya se encuentra a un nivel que supera en 40.0% al alcanzado en el caso de la burbuja dot-com. Por su parte el Indicador Buffet (precio total de las acciones/PIB), llegó a un nivel de 217%, el mayor récord registrado para el mismo, situándose a más de dos desviaciones estándar por sobre su línea de tendencia a largo plazo.
Como señala Comito es difícil que se logren generar las suficientes ganancias en el futuro que aseguren estos niveles de valoración de las acciones. Roberts, en el artículo citado, indica que los beneficios deberían aumentar de 20.000 millones de dólares anuales a 2 millones de millones de dólares.
Resulta lógico, entonces, esperar que en algún momento se de el estallido de la burbuja financiera. Esto llevaría, de acuerdo a datos citados por Comito, a una pérdida de 20 millones de millones de dólares para los inversionistas norteamericanos y de 15 millones de millones de dólares para el resto del mundo. Esto, sin duda, provocaría una profunda situación recesiva para el conjunto de la economía mundial, que necesariamente impactaría a nuestro país. Es irresponsable que las autoridades del MEF no hayan analizado esta posibilidad y la forma de eventualmente enfrentarla.