• 23/07/2009 02:00

Morir en Verano

Hace unos veinte años, nuestro profesor de Español y Derecho Canónico de la Universidad Santa María La Antigua (USMA), Francisco Herrero...

Hace unos veinte años, nuestro profesor de Español y Derecho Canónico de la Universidad Santa María La Antigua (USMA), Francisco Herrero, le puso este nombre a un artículo de opinión que salió publicado en un periódico de la localidad. Había muerto un joven discípulo suyo, David Cohen, en días de Carnaval. Y el profesor reclamaba que si difícil era aceptar la muerte de un joven universitario; más difícil era aceptarla como parte del lindo verano panameño.

Conocí a Sofía Cohen, hermana de David, poco tiempo después. Fuimos compañeros de clases, por lo menos, cinco años, que me permitieron el honor de conocer a una extraordinaria mujer, de grandes valores, que terminó asociada a una de las firmas de abogados más importantes del país. A ella, y a mi querido profesor Herrero, pido la indulgencia del título del presente artículo para referirme a las muertes de este verano.

Nos ha tocado de cerca y embriagados de luto, la muerte de dos prometedores jóvenes de nuestra Comunidad, uno al momento de conmemorarse el Carnaval y el otro, víctima de una extraña enfermedad que no le dio tregua desde el momento en que se apoderó de su frágil cuerpo. Los sabios siempre nos enseñaron que en tiempos de normalidad los hijos enterramos a nuestros padres, y que solamente en tiempos excepcionales, los padres entierran a sus hijos. La Comunidad llora la muerte de dos de sus valiosísimos hijos, que han tenido que ser enterrados por sus padres.

El país también llora este verano. Producto de un inesperado accidente de automóvil, una distinguida familia ha enterrado a un distinguido y prometedor legislador de la República, y otra distinguidísima familia, —producto de la insensatez de una bala perdida—, al director del Instituto Nacional de Cultura.

Dos de estas cuatro muertes, han ocurrido detrás de un volante. ¿Qué nos sucede cuando estamos detrás de un volante, que potencialmente eleva nuestros riesgos como ninguna otra actividad? Esta pregunta debió perseguirnos por todo el verano.

Dicen que vivimos en una aldea global. Eso es cierto, en tiempos de prosperidad, y no menos cierto, en tiempos de crisis. En la aldea global, los hermanos se reconocen entre sí, casi todos los primos se conocen o saben algo de su parentela, sabemos a ciencia cierta quiénes son nuestros tíos y tías y los abuelos y abuelas consienten a los nietos y nietas cuando están vivos, y son objeto de veneración y ejemplo cuando ya no están con nosotros.

A veces nos peleamos, como es normal en toda familia, en esta aldea global; pero todos reconocemos al final, la necesidad de un mínimo entendimiento para poder seguir viviendo juntos.

Ojalá y que el próximo verano, nos traiga más alegrías que razones por las que todos nos debiéramos lamentar.

*Abogado.malcoj2@hotmail.com

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