• 06/11/2009 01:00

Títulos, competencia y algo más

Recientemente el resultado de un concurso para directores regionales de Educación originó comentarios acerca de fallas académicas de alg...

Recientemente el resultado de un concurso para directores regionales de Educación originó comentarios acerca de fallas académicas de algunos participantes, a pesar de ostentar varios títulos de postgrado.

La noticia me recordó la frase lapidaria de un jurista refiriéndose a la proliferación de títulos: la era de “ sobacos ilustrados ”.

Sobre los comentarios adversos la ministra de Educación, Lucinda Molinar, manifestó entonces que mucha gente obtuvo buenos resultados.

Como educador reconozco la necesidad de prepararse lo mejor posible a los más altos niveles. Las universidades estatales y particulares ofrecen muchas oportunidades para lograrlo. Decía don Diego Domínguez Caballero que a los educadores nos satisface que nuestros alumnos se superen y que nos superen. Lo que no nos gusta es que nos olviden. Los títulos suman puntos en un concurso. Pero, ¿el título por sí solo es garantía de competencia?

En la empresa privada el título vale como referencia. El factor determinante es la capacidad y la competencia para un cargo. Mi recordado profesor de Biología en la Normal Juan Demóstenes Arosemena, Novencido Escobar, fue un perseverante autodidacta conocedor de la botánica. Su esfuerzo fue reconocido por una universidad norteamericana que lo distinguió como profesor visitante. Su contraparte, que apreciaba su personalidad y vasto conocimiento, lo llamaba Dr. Escobar. Pero él un día le respondió humildemente: “ yo no soy doctor ”, a lo que el colega, que sí poseía un PhD en la materia, le manifestó: “ Déjese de modestia. Doctor es quien es docto en la materia y usted lo es plenamente ”. Del mismo modo lo fueron Ricardo J. Alfaro y Diógenes de la Rosa, quienes dieron prestigio a la Nación.

Por Ley, las universidades particulares deben someter sus programas académicos a la evaluación y aprobación de la Universidad de Panamá.

Hace años, siendo director del Departamento de Didáctica y Tecnología Educativa de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Panamá fui designado, conjuntamente con la directora del Departamento de Currículum, para evaluar un programa de Maestría en Tecnología Educativa de una universidad particular.

Ambos hicimos recomendaciones de fondo que debían atenderse para dar nuestra aprobación. Posteriormente nos volvieron a asignar la misma función y lo volvimos a rechazar, porque no se habían atendido nuestras recomendaciones. Meses después un colega me preguntó si había recibido el pago por la evaluación realizada, lo que me sorprendió, porque nunca pensé que esa labor, parte de mis responsabilidades, se remuneraba adicionalmente.

Acudí a la instancia respectiva y me informaron que solamente se pagaba cuando se aprobaba el programa. La razón: la universidad interesada pagaba cuando se aprobaba el programa, lo cual, en lugar del cumplimiento del rigor académico podía inducir a la tentación de aprobar para cobrar y eso no va conmigo.

Desconozco la suerte del programa, pero afortunadamente no me volvieron a llamar. Cuando fui jurado de tesis de pre y postgrado no aprobé ninguna hasta que se hicieran las correcciones señaladas.

Ser universitario conlleva la responsabilidad y el serio compromiso ético y moral con uno mismo, con la Universidad y con la sociedad.

*Docente universitario.molinajaen@cwpanama.net

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