• 13/12/2009 01:00

Santos Calderón y los actos públicos de fe

Enrique Santos Calderón se caracteriza por sus escritos valientes y templados en defensa de la libertad de expresión. Sin embargo, el lu...

Enrique Santos Calderón se caracteriza por sus escritos valientes y templados en defensa de la libertad de expresión. Sin embargo, el lunes pasado me sorprendió desagradablemente un artículo suyo en el que en vez de lucir como un adalid en pro de los derechos humanos, salió a coartar el más básico de los derechos, el de adorar a Dios según la propia conciencia y expresarlo.

En efecto, al distinguido periodista colombiano no le parece bien que el presidente de su país, Álvaro Uribe, haya tenido la debilidad de expresar en público su fe. Al fin y al cabo, razona él, el país es laico, lo que significa una rigurosa separación entre la Iglesia y el Estado. Pero resulta que si seguimos su forma de pensar los cristianos no podrían acceder al poder, ni tampoco los practicantes de otras religiones. Al fin y al cabo, y para hablar del testimonio cristiano, la religión ordena no esconder la fe y estar orgulloso de expresarla públicamente. Si el presidente no pudiese hacerlo ¿qué clase de cristiano sería?

Quien ejerce el poder es un país laico no tiene la obligación de abstenerse de profesar públicamente sus creencias religiosas. Si así fuera, solo los ateos, los que en verdad no creen que haya un Dios a quien rendirle cuentas de nada se sentirían cómodos en el solio presidencial o en cualquier puesto público.

Curiosamente, el laicismo, aunque defendido por el liberalismo clásico anticlerical, y después por todas las rabiosas izquierdas, no fue —no ha sido nunca— un principio popular, democrático y querido por las masas. Siempre fue una imposición de un grupo de resentidos que se dijeron ilustrados y pretendieron defender los intereses del pueblo como ellos los entendían.

Un Estado puede separar las cosas del gobierno de las de la Iglesia, pero no puede prohibir a nadie la libre práctica de su religión, aunque sea una figura en ejercicio del poder público. Esto atentaría contra la libertad de conciencia, la libertad de religión y la libertad de culto, que son una parte de la aún más amplia “libertad de expresión” que él dice defender, y que defiende cuando se trata solo de la libertad de imprenta.

Uribe tiene derecho a expresar su fe, a ir a Fátima (aunque a Santos Calderón le parezca anacrónico y regresivo, fetichismo y beatería —todos términos despectivos de quien no quiere ofender— los católicos creemos que la Virgen apareció allí) y se equivoca en forma rotunda, cuando piensa que su fe no edifica. Todo lo contrario, nada edifica más que el presidente se afinque en valores eternos más que en su fuerza intelectual o sagacidad política. El día que tengamos que escondernos en catacumbas para expresar la fe sin que los demás se ofendan mal estaremos. Un poco de humildad ante Dios, don Enrique, no le vendría mal.

*Filósofo e historiador jordi1427@yahoo.com.mx

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