• 02/02/2010 01:00

¿Gobernabilidad de qué?

Sigo sin comprender el llamado a defender la Institucionalidad proveniente de una parte de la élite del país. Aunque lo...

Sigo sin comprender el llamado a defender la Institucionalidad proveniente de una parte de la élite del país. Aunque los intereses que lo motivan no son iguales los unos de los otros, todos terminan por rechazar las decisiones tomadas por el actual Gobierno que consideran arbitrarias, autoritarias y, por supuesto, no consultadas con la parte afectada de la sociedad. Unos lo hacen por defender el status quo —el de la cercanía a los privilegios y beneficios— y otros porque no comparten los métodos para abordar los temas de la gobernabilidad del país. La mayoría, simplemente, porque está acostumbrada a lo que hemos hecho en los últimos veinte años y es prisionera del miedo a lo desconocido, a las dificultades, a los riesgos.

Todos con razón o sin ella, se han quedado en responder exclusivamente los hechos sucedidos. Nadie se pregunta, por qué ha sido tan fácil que todo esto ocurra. Ver la vida a retazos sin un esfuerzo por alcanzar una visión de conjunto nos impide tener la claridad necesaria y mucho menos, llegar a conclusiones que nos ayuden a comprender qué está ocurriendo en realidad y qué estamos obligados a hacer para conservar la gobernabilidad del país.

En mi opinión, todo esto, no es otra cosa que el reflejo de una crisis del modelo político existente y de la falta de un consenso nacional sobre los temas más importantes de la nación. La propia Constitución del 72 —que ha sufrido cuatro reformas parciales en 37 años— ya no responde a los cambios que se han producido en el país y sobre todo a nuestra participación en el escenario internacional.

La Constitución del 72 respondía a una necesidad nacional que debía crear nuevos mecanismos de participación y de oportunidades de toda la sociedad para alcanzar el nivel de unidad suficiente en la lucha por el recobro de la soberanía y la liquidación de un enclave colonial. En setiembre del 76 logramos ese consenso con las autoridades estadounidenses y en setiembre del 79 ingresamos a la Zona del Canal. Veinte años después, en diciembre del 99, se retiró la última figura militar, alcanzando por fin la victoria. Tomó otros veinte años asimilar esa nueva realidad, pero las fuerzas que permitieron esa victoria y las condiciones internacionales que la facilitaron ya no eran las mismas. Aquel consenso nacional se había agotado y la invasión terminó por demoler sus últimos pilares. La ausencia de un liderazgo nacional, como el que protagonizó Omar Torrijos, no permitieron el surgimiento de un nuevo consenso entre los panameños para administrar “ la vuelta al frente interno ”. Quedamos atrapados en el modelo único de economía de mercado y de la globalización.

La insuficiencia intelectual de la clase política y la voracidad de las reglas de mercado agravaron el problema. El modelo político clientelar terminó por destrozar los últimos componentes de ese acuerdo entre todos los panameños. Los esfuerzos de los gobiernos posteriores han ido de espaldas a esa realidad, reduciendo su papel a una administración quinquenal alimentando con ello el proceso de descomposición del Estado panameño.

Por eso la fragilidad de nuestras instituciones y la facilidad como son modificadas las reglas, pues, no responden ninguna de ellas a las demandas de un verdadero cambio institucional.

El Gobierno PRD intuía esa realidad, pero careció de la valentía y de la voluntad política para presidir ese tan anhelado cambio. Hoy, otras fuerzas, que reflejan esa misma crisis, están golpeando sobre lo que ha madurado. Entonces, ¿qué institucionalidad estamos defendiendo? ¿Para qué o a quién estamos sirviendo al llamar a la defensa institucional? NO, mil veces no. Debemos exigir golpear esa crisis que nos puede llevar a una temeraria ingobernabilidad. ¿Que no la presidimos nosotros, los del PRD, o los del movimiento social progresista?, ¿de quién es la culpa? ¿Que serán las fuerzas de centro derecha las que la encabecen?, no sería la primera vez. Cuidado, cuidado, no terminemos en brazos de la irracionalidad y de los prejuicios. El papel responsable es el de exigir la oportunidad de participación de todas las fuerzas. Trabajar sobre el contenido de un consenso nacional, para renovar las reglas de la convivencia social y salvar a Panamá del caos y la anarquía.

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