• 17/04/2010 02:00

Mis años de estudiante

Desde hace dos semanas vienen a mi mente unos de los mejores recuerdos de mi vida: la época escolar, específicamente la secundaria.

Desde hace dos semanas vienen a mi mente unos de los mejores recuerdos de mi vida: la época escolar, específicamente la secundaria.

Estudié en un buen colegio oficial en donde la mayoría de sus profesores se esmeraban más que por transmitirles a sus estudiantes lecciones memorizadas del verbo to be , fórmulas químicas o la Iliada de Homero, enseñanzas para la vida con ejemplos propios de sus vidas. Día tras día, bimestre tras bimestre, año tras año, entremezclaban sus clases con la práctica de valores cívicos y morales, claro, para nosotros, estudiantes adolescentes a veces nos parecían aburridos o pasados de moda.

Aquellos profesores siempre nos inculcaban que el estudio era el sendero para salir de la pobreza, que sólo a través de este se logra pasar el camino de la ignorancia que muchas veces la pobreza te enseña. Ellos inmortalizaban la verdadera labor docente: servir como guías de un grupo de muchachos ávidos de comerse el mundo.

Sí, gracias a Dios, mis guías educativos los conocí en el Colegio Elena Chávez de Pinate, ubicado en el corregimiento de Juan Díaz.

Ahora que me ha tocado vivir mi vida adulta, admiro y respeto a esos docentes, seres humanos abnegados y preocupados porque verdaderamente todos sus alumnos aprendieran. Profesores que se quedaban después de terminada sus horas de clases con aquellos alumnos menos aventajados para hacerlos comprender de una manera u otra la lección que impartían. No sé si era la metodología que utilizaban, o los recursos didácticos que empleaban pero cuando llegaba diciembre, todos los estudiantes sentíamos la alegría por culminar un año lectivo más, con esfuerzo, sacrificios y algunos sinsabores propios de la vida adolescente, pero agradecidos con nuestros profesores debido a que nos inyectaban esa chispa diaria para no desmayar en nuestros estudios.

Ahora comprendo que lo que sentían estos docentes por su profesión era vocación. Esa inyección que te da esa fuerza para no desmayar en tus planes diarios. Vocación es esa energía dinámica que le permite a un profesional dar al máximo en cada actividad que emprende y ser empático con el público que atiende. Ahora, tras largos diez años transcurridos desde mi egreso de aquel plantel educativo, creo que algunos nos consideraban sus hijos porque nos veían con ojos de preocupación cuando atravesábamos un problema o de orgullo cuando alcanzábamos algún logro personal o académico.

Atrás quedaron esos pasillos pintados de rojo vino y luego de celeste por donde salíamos en primer año despavoridos al recreo, y ya con más calma y sosiego en segundo ciclo.

Muy lejos quedó aquel gimnasio, lugar entrañable en donde descargábamos nuestras energías en las horas de clases de educación física. Y ni que decir de las caminatas que luego se convertían en carreras, para dar en ocasiones más de cinco vueltas al patio del gimnasio.

El canto del Himno Nacional todos los lunes a las 7:00 de la mañana era otro acontecimiento muy importante y respetado. A parte del tradicional saludo a la Bandera y el posterior canto del Himno, luego de culminado dicho acto cívico, siempre la directora del plantel nos daba la bienvenida a otra semana y nos informaba de los últimos logros obtenidos por los estudiantes destacados académicamente o por la perseverancia de aquel que por alguna discapacidad lograra ganar una distinción.

El Colegio Elena Chávez de Pinate se distinguió en la década del noventa por sus corales poéticas. Para mí aquello era algo indescriptible. Como siempre me gustaron las poesías, ver aquellos estudiantes, casi siempre de los últimos años, declamar al unísono un verso era algo que verdaderamente me llegaba al alma. Ver aquella dedicación de las profesoras de español al hacerles practicar a los estudiantes una y otra vez los poemas, con mímicas incluidas, baile y desplazamiento escénico era impresionante. Ah, como extraño a mi colegio…

Como uno de los componentes del plantel educativo además de los estudios era retribuir de alguna manera a la limpieza, protección o ayuda del colegio, había grupos de la Cruz Roja que enseñaban datos básicos en la práctica de primeros auxilios o la correcta utilización de los símbolos patrios, para mencionar un par de ejemplos. También realizaban jornadas de limpieza dos veces al mes para asear el plantel los días sábados. Unos estudiantes recogían basura, otros barrían las hojas que arrojaban los frondosos árboles de mango, marañón o acacias, otros alumnos pintaban alguna pared deteriorada u otros simplemente clavaban unas bancas flojas. Aún recuerdo a los más pequeños de primer ciclo confeccionar murales para adornar los pasillos del colegio. Y todos íbamos contentos, sin refunfuñar, porque para nosotros la escuela formaba parte de nuestras vidas, era algo que nos pertenecía y que teníamos que cuidar.

Mezcla de conocimientos, exaltación a la cultura y respeto por el cuidado del medio ambiente, son sólo algunos de los buenos recuerdos que aún conservo del Pinate, ese colegio que se convirtió en mi segundo hogar por seis años de mi vida.

Observar a esos profesores hablar con tanto amor y esmero de sus estudiantes me hacía sentir orgullosa y feliz por estudiar en ese colegio. Hoy vienen a mi memoria algunos nombres, como el de Rómulo Caballero, Gladys Serrano, Olga McLean y Blasina Tamayo, para mencionar algunos, claro eran más los docentes comprometidos que conocí, pero el factor tiempo ha hecho que olvide sus nombres, más no las lecciones de vida que nos ofrecieron.

Esta semana cuando veo el inicio del año escolar 2010 y a sus principales protagonistas: los estudiantes, un cúmulo de sentimientos invaden mi memoria por los recuerdos de mi pasado estudiantil.

En una época en donde lo material ha ganado terreno en la vida de casi todas las personas, en donde la práctica de los valores cada día es más escasa, en donde la conducta del “juega vivo” se ha apoderado de padres y madres de familia, docentes y administrativos de los planteles educativos, es hora de hacer un alto y recapacitar en lo que estamos haciendo mal para retribuir en el progreso del país, al formar hombres y mujeres que nos gobernarán el día de mañana. Hombres y mujeres que nos esclavizarán a la pobreza del conocimiento o nos legarán una riqueza de artes, letras y ciencia a nuestra descendencia

Comprendo perfectamente que Panamá en el sector educativo no tiene una nota excelente, tal vez ni buena. Para muchos la educación anda flojeando y a veces le cuesta ganar un 3.0 “pelado” para pasar al siguiente nivel, pero ya es hora de que cambiemos de mentalidad. Es hora de que cada protagonista de esta historia llámese estudiante, padre o madre de familia, administrativo de colegio o docente ponga su grano de arena, sino nuestros estudiantes tendrán un recuerdo no tan grato como el mío de sus años de estudiantes.

*Periodista.micmelgar@hotmail.com

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