• 22/04/2010 02:00

Adiós, embajadora

Tres años es el tiempo promedio de misión para los embajadores de Estados Unidos en Panamá. Así ocurrió con Linda Watt y William Eaton. ...

Tres años es el tiempo promedio de misión para los embajadores de Estados Unidos en Panamá. Así ocurrió con Linda Watt y William Eaton. Sin embargo, Bárbara Stephenson será trasladada sorpresivamente antes de cumplir dos años como embajadora para no erosionar su carrera diplomática cuando, una vez ausente, la realidad panameña demuestre las consecuencias de sus actuaciones en este país.

Contrario al protagonismo de sus dos antecesores, el desempeño de la embajadora Stephenson fue reservado. Al llegar a Panamá, cinco meses antes de que George W. Bush abandonara la Casa Blanca, dio continuidad al acento del Pentágono en las relaciones con la región. De allí su papel en la unificación de la alianza opositora en una fiesta en su residencia con motivo de la asunción del presidente Barack Obama. La embajadora Stephenson actuó bajo el criterio de que Ricardo Martinelli era el candidato que más convenía a Washington. La embajadora estadounidense también tuvo un rol en el involucramiento de Panamá en la guerra civil de Colombia —una realidad que es ajena al país— con la creación de 11 bases aeronavales en distintos puntos del Pacífico y el Atlántica panameño. El desborde de los problemas de Colombia, de acuerdo al Pentágono, podría afectar el canal de Panamá y eso preocupa a Estados Unidos. La embajadora Stephenson lo ilustró al analizar recientemente la amenaza del crimen organizado, que en los últimos tres años casi triplicó el número de asesinatos, y su impacto en la sociedad panameña. “El crimen corrompe las instituciones democráticas y judiciales”, resaltó.

Sin duda que la embajadora estadounidense pensó que Martinelli mantendría el acuerdo policial de seguridad, comercio y transporte. Pero lo tiró por la borda con su acento militarista y creó una fisura estratégica en sus relaciones con Estados Unidos. Además la entrada en Panamá del Mossad —el servicio de espionaje exterior de Israel autorizado para asesinatos selectivos— introdujo otro elemento de tensión con Washington. La propuesta estadounidense es que el crimen organizado se combata con asistencia logística, capacitación, información compartida y prevención. Martinelli ofrece como método la cárcel, el hospital y el cementerio, revive los aparatos de inteligencia y contrata oficiales norieguistas con sus lazos de corrupción y abusos de los derechos humanos.

El reciente pedido del fiscal segundo de Drogas para que se deje sin investigar al colombiano David Murcia, extraditado a Estados Unidos en enero para enfrentar cargos por lavado de dinero producto del narcotráfico, es un nuevo revés para Washington. La acción buscaría, según el PRD, salvar a altos funcionarios del gobierno de Martinelli y un magistrado de la Corte Suprema de Justicia, quienes habían llegado a arreglos con Murcia.

En su respaldo a Martinelli, la embajadora Stephenson asumió sus propios riesgos. La honestidad y la rectitud moral en las acciones de los líderes políticos, que en una ocasión resaltó como adornos de la personalidad de Abraham Lincoln, carecen de referencia en Martinelli. La embajadora estadounidense también advirtió sobre los graves trastornos de una sociedad polarizada, y de los peligros del uso arbitrario del poder cuando se apela a la venganza y se recurre al premio o el castigo para fustigar a los enemigos políticos. Lincoln supo curar las heridas de la nación y reconocer que la democracia requiere de un entendimiento entre sus ciudadanos para la resolución pacífica y ordenada de sus tensiones. No era de esperarse una conversión espiritual de Martinelli, pero al menos hubiera podido dominar sus tempestades emocionales y haber hecho algún aporte para que el país se enrumbara en un proyecto sugestivo de vida en común. Un logro que no vio materializado la embajadora Stephenson.

*Periodista d_olaciregui@hotmail.com

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