• 05/05/2010 02:00

Vida.. o muerte de peatón

Hace algunos días murió un peatón que cruzaba el Corredor Norte, a la altura de la parte trasera de la Terminal del Transporte. Este es ...

Hace algunos días murió un peatón que cruzaba el Corredor Norte, a la altura de la parte trasera de la Terminal del Transporte. Este es uno más de los infortunados desenlaces de la aventura de cruzar por un lugar prohibido o de evitar los pasos elevados, aquellas personas que consideran a estos atajos, como una forma de llegar más rápido a su destino, sin saber que más adelante les espera Caronte para cruzarlos hacia un viaje sin regreso.

Ese lugar situado atrás de la terminal, es una ruta obligada de quienes trabajan en o cerca del Ministerio de Obras Públicas, que se ven obligados a buscar una forma rápida y directa de llegar a, o salir de sus tareas cotidianas por este camino que es más directo y peligroso. Hombres y mujeres prefieren arriesgarse para ganar unos minutos, ahorrarse un pasaje adicional o no tener que esperar los buses de la ruta que pasa por el lugar o cerca.

Las autoridades de Tránsito han elevado el nivel de la baranda que da acceso a la transitada vía. Se ha levantado una cerca, próxima a la terminal, pero los que cruzan por este sitio, han abierto, en repetidas ocasiones, la malla —incluso con pinzas— y hacen las maromas que les permitan llegar a la carretera y atravesar el peligroso lugar con los saldos de accidentes y pérdidas de vida frecuentes.

Un peatón es la persona que transita a pie por las vías y terrenos públicos aptos para la circulación, dice el diccionario de la Real Academia, o que conduce a pie un ciclo o ciclomotor de dos ruedas. Este concepto se remite etimológicamente a la palabra francesa “ piéton ”, que se refiere, claro está, a los que andan de a pie.

Hace algún tiempo pude ver muy temprano en la mañana cuando aún no salía el sol, una ambulancia debajo del paso peatonal sobre la avenida Ricardo J. Alfaro, a la altura del edificio Plaza Edison. Un funcionario, que iba a su trabajo como conductor, se aventuró a cruzar justo debajo del puente y lo alcanzó un vehículo que paradójicamente lo dejó tirado muy cerca de la escalera.

La historia de los pasos elevados o puentes peatonales es muy sencilla. Hay una nueva vía, calle o avenida, u otra que se amplía en la cantidad de carriles. Se hace muy difícil a la gente cruzar. Empiezan los accidentes, hasta que un grupo toma conciencia de la necesidad de construir algo que evite los accidentes. Se hacen movimientos, quejas y protestas hasta que alguna autoridad decide construir.

Una vez terminada la obra, todo el mundo tiene una excusa para no utilizarla. Unos por problemas en las articulaciones, otros por desgaste de la rodilla, habrá quienes vean la ruta más larga, otros más alta, el problema de los ladrones, el mal olor de los orines ciudadanos y hasta quien se considera lo suficiente macho como para experimentar el goce frenético del zumbido del tránsito en la piel y toman el riesgo de evitar el uso de esa construcción, erigida gracias a una erogación (en la mayoría de los casos) pública.

Quizás los lectores recuerden la historia del cruce frente al hospital San Miguel Arcángel, próximo a la intersección en la entrada de San Miguelito. Allí se ha construido una obra de arte como paso elevado, pero pocos lo utilizan. Ahora se ve muy corto el espacio entre las aceras y el público se queja que hay que caminar mucho para atravesar por encima de la avenida, pues tiene facilidades para minusválidos.

Siempre me he preguntado por qué las autoridades encargadas de obras públicas no acostumbran, al planificar las obras viales, construir túneles, que al menos no dan el trabajo de subir.

Pero ya imagino los problemas de asaltos, menesterosos que duermen en esos lugares, el reguero de basura y, su transformación en “ orinaderos ” públicos gratuitos; “ por qué pagar un “cuara” en esos de plástico, si puedo mear cuando cruzo la Transístmica o calle 50 en el túnel peatonal. ¡Y a la que no le guste, que vire la cara y siga adelante, porque si no, se la enseño, c…! ”.

Alguien podría decir que exagero, pero no. Solo hay que mirar cuántos conductores de taxis utilizan de mingitorio, la parte de la vía Juan Pablo II, en el área del Parque Natural Metropolitano. Allí detienen sus autos con o sin pasajeros para desalojar la vejiga ante la mirada de quienes pasan por el lugar.

Sigamos en el tema de los peatones y su seguridad, que requieren de una formación. En Costa Rica se hace una fuerte formación sobre conducta ciudadana en la calle. A un costado del bosque de la Sabana, se aprecia una especie de ciudadela en miniatura donde van los escolares a aprender a cruzar por las vías, uso del semáforo, caminar por las aceras y a conocer sus deberes, derechos y responsabilidades.

Habría también que considerar que una planificación de la ciudad tomaría en cuenta la construcción de formas de acceso para atravesar estas vías sin poner en peligro y agregar fórmulas para desestimular a quienes evitan subir a estos pasos como las cercas, muros entre las vías, setos y evidentemente, la prohibición expresa con agentes del tránsito que obliguen a utilizar la obra construida para garantizar la seguridad de la gente.

En los Estados Unidos se están llevando a cabo esfuerzos por parte de grupos activistas para recuperar el uso pedestre de las nuevas construcciones, de las cuales del 20 al 30 por ciento no cuenta con aceras. Muchos urbanistas han obviado las virtudes de las calles peatonales en las ciudades y requieren ser recuperadas.

Acá el problema es otro. Existen los accesos en ciertos casos y no se utilizan y cuando no hay, entonces se emplea todo tipo de acciones para incumplir con un deber ciudadano de cuidar la propia vida.

*Periodista y docente universitario.modestun@yahoo.es

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