• 24/08/2010 02:00

Tolerancia y un estadista para Panamá

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‘squo; Se trata de saber si el método para hacer triunfar la verdad en la cual creo es el recurso a la persuasión o a la fuerza, a la refutación del error o a la persecución de quien se equivoca. Aquel que escoge el primer camino es un tolerante’, Norberto Bobbio.

La tolerancia es consustancial a la democracia. Si la democracia presupone el pluralismo de opiniones, preferencias y proyectos políticos, y además aporta un procedimiento institucionalizado y pacífico para dirimir esas diferencias en el marco de la igualdad de derechos ciudadanos, entonces la tolerancia tiene en la democracia su mejor hábitat. En efecto, ¿cómo concebir, por ejemplo, el diálogo, el pluralismo, la legalidad o la representación política sin tolerancia?

Es cierto, sin embargo, que si bien la tolerancia es indispensable para la democracia, no cubre por sí sola todo el espectro de esta última. La tolerancia es una parte de la familia de valores, principios, procedimientos, instituciones y prácticas políticas que dan vida a la democracia. Así, junto a la tolerancia están, de manera destacada, la libertad, la igualdad política, la soberanía popular, el pluralismo, el diálogo, la legalidad, la justicia, la representación política, la participación, el principio de mayoría y los derechos de las minorías. La articulación de este cúmulo de principios y valores es lo que conforma el complejo sistema en el que la democracia cobra forma y operatividad.

La importancia y la necesidad de la tolerancia en el Panamá actual se hacen evidentes cuando observamos el resurgimiento de diversas manifestaciones de intolerancia que atentan contra los derechos básicos de las personas. Por eso, hoy más que nunca se requiere que la tolerancia amplíe su presencia y norme las relaciones entre los actores políticos y sociales, sean éstos gobernantes o gobernados, ciudadanos u organizaciones, grupos étnicos, religiosos o naciones.

La expansión de la tolerancia es una necesidad imperiosa: Solo ella puede asegurar la convivencia social y política civilizada en nuestro país, y ser una garantía para evitar el retorno de experiencias autoritarias y represivas de tan doloroso recuerdo como las que se han registrado en la historia de Panamá del siglo pasado. Con el propósito de contribuir a que la tolerancia se asiente sólidamente como valor de nuestra cultura política en nuestra nación, presento este aporte para la construcción de la Cultura Democrática en nuestra sociedad.

La tolerancia es uno de los más importantes preceptos de carácter ético y político, cuya observancia garantiza la convivencia en un régimen democrático. En las sociedades contemporáneas dichos principios permiten la solución pacífica de los conflictos, la ausencia de violencia institucional y la disposición de los actores políticos para establecer acuerdos.

El escenario político nacional está mostrando signos de intolerancia y lo más preocupante es que quien tiene la responsabilidad de conducir las riendas de la nación, el presidente de la República, por su discurso violento y excluyente (califica a los empresarios de gallotes, a los medios los trata como pacotillas, a la procuradora le dice que puede hablar misa, entre algunas cosas) está contribuyendo a profundizar la brecha divisionaria de nuestra sociedad.

Panamá no necesita un presidente en permanente campaña electoral, necesita un estadista; Panamá no necesita un salvador carismático, sino un conductor realista con ideas definidas y objetivos de corto y largo plazo, libre de ideologismo, que siempre frenan la acción y neutralizan las reformas indispensables. Un estadista que sea intérprete y conductor del pensamiento de su pueblo.

Las trágicas experiencias de conflictos y violencias de nuestra historia pasada reciente, que muestran nuevamente síntomas entre nosotros, nos llevan a afirmar que una tarea, quizás la tarea fundamental, de ese estadista que necesitamos, es la de satisfacer las aspiraciones contradictorias y a veces excluyentes, pero igualmente legítimas, de los diversos sectores de una sociedad.

En el mundo moderno, el estadista es fruto de la democracia y consolida la República, organiza y fortalece las instituciones, y así logra la paz, la justicia en la sociedad y el desarrollo de las virtudes ciudadanas. No desatiende la coyuntura, pero no se agota en su tratamiento, más bien la ubica en un proceso inevitable de avances y retrocesos.

*EDUCADOR.

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