• 15/09/2010 02:00

Sandra y la gelatina de plata

Al inicio de su carrera fotográfica, Sandra Eleta pudo ser testigo de una etapa de transición de ese arte de la imagen. La tecnología em...

Al inicio de su carrera fotográfica, Sandra Eleta pudo ser testigo de una etapa de transición de ese arte de la imagen. La tecnología empezaba a dejar atrás viejos conceptos del tratamiento químico de las soluciones y el papel sensible, aparte del surgimiento de nuevos modelos de cámaras que recogían con mayor especificidad y realismo el mundo capturado por el lente.

Hace cuarenta años, ella empezó a recoger fragmentos instantáneos de la realidad con un sentido documental y con un aura artística inserta en sus ojos curiosos. La vida natural, la gente, la interacción de las poblaciones con sus entornos, fueron los temas que ella registró en sus enfoques, armada con su herramienta de comunicación gráfica.

El Caribe panameño —sobre todo Portobelo y Kuna Yala—, Darién, las provincias rurales, en ellos se acentúa el interés de ella, que ahora presenta una retrospectiva de su trabajo con las escenas tratadas con una especial alquimia que combina las sales de bromuro de plata para dar a la antinomia del blanco y negro, su expresividad dramática, que compensa la rigidez de la impresión de la realidad sobre el papel.

En el Museo de Arte Contemporáneo se encuentra esta amplia exposición que puebla todas sus paredes y donde la huésped no ha tenido limitaciones, pues el material, terminado en múltiples dimensiones nos hace recordar sorprendentes instantes durante varias décadas en las que ella se interesó en darle a su arte esta vitalidad concebida en el claroscuro del laboratorio.

En la muestra seleccionada hay unos 60 retratos en varios ensayos. Portobelo, Las campesinas, La servidumbre, Emberá, Hijos del río, Los abuelos, Cuando los santos bajan, Por los caminos de la piel, son los nombres de cada serie de obras que se presentan en blanco y negro, salvo la última, que es la más reciente (data de 2006), con representaciones dedicadas a las etnias del país —sobre todo, indígenas y negros—.

En Portobelo, que recoge mayor número de material —unas 18—, la artista encuentra a sus personajes que protagonizan un cuento gráfico donde entran hasta sus amores. Allí Putulungo, el pulpero que danza con una colección de estas especies marinas que adhieren sus tentáculos a la piel del pescador, pero que guarda sus cariños para Alma. Así, otros aparecen para dar magia a este entorno marino del Caribe.

La serie dedicada a Darién, toma a los emberás como motivo para relacionar a este grupo con las aguas fluviales que recorren los bosques y llanos e irrigan a una población, cuyos niños y adultos se dedican a hacer de sus recursos, ornamentos y material de labores, un accesorio para lucir. Aquí todo está relacionado con estas carreteras acuosas y el microcosmos es congelado a través de la cámara.

Hay un conjunto de fotos que fue realizado entre España y Panamá. Se trata de la serie La servidumbre, donde aparecen por lo general personas que se ocupan del oficio doméstico y limpian, en la mayoría de los casos, habitaciones, utensilios, artículos de plata para establecer un contrapunto entre sus pensamientos y la labor que completan en las casas de quienes las contratan.

Una familia campesina de una madre y sus dos hijas es la protagonista de un capítulo que explora el campo panameño y tareas como la lavandería en el río, los recorridos de vuelta a casa, el encuentro con animales y personas. El rostro campesino está ligado a la tierra y a múltiples sensaciones alrededor de la pobreza.

Se dedica un espacio a la ancianidad, a través del apartado Los abuelos, donde un grupo de personas narra con gestos y miradas, el pasado y nos dan el testimonio de su vida, ya serios, con leves sonrisas o como portadores de interrogantes sobre el destino y los contextos en que desenvuelven sus últimos años.

Quizás el material más impactante es la colección dedicada a la piel, única que se presenta con todo el impacto del color. Aquí, Eleta recorre la piel y la contrasta cromáticamente, tanto en la visión de Pajarito, el monarca congo con el cuerpo pintado como con las alas de las palomas blancas que sostiene entre sus manos, como el intento de danza sensual de Ologuaidi y Bursabi, que convierten su tez en molas.

La labor de arte de Sandra, no se inclina hacia el estereotipo; con una técnica tradicional de revelado en gelatina de plata, es una búsqueda y descubrimiento de los múltiples sentidos que adquiere el país en la relación con sus ciudadanos, en una mayor profundidad.

*PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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