• 19/11/2010 01:00

Creer en Dios no es una estupidez...

Hace aproximadamente un mes una joven australiana llegó a Urgencia del Hospital Infantil Arnold Palmer de Orlando, Florida. Una de las q...

Hace aproximadamente un mes una joven australiana llegó a Urgencia del Hospital Infantil Arnold Palmer de Orlando, Florida. Una de las que reciben a esa parturienta en apuros, a quien acompaña su esposo de la misma nacionalidad, es la amiga personal mexicana, Jhanna Menchaca, ginecóloga.

Ella me contó lo siguiente: la señora llegó urgida por dolores de parto y con dos bebés en su vientre. Jhanna realiza hasta el día de hoy labores de intercambio médico. Ella acompañó al médico estadounidense, un obstetra, en la atención del parto de urgencia. La primera criatura, una niña, es dada a luz, muy baja de peso, pero sana. El mellizo es un varón, que al ser extraído no respira y se le otorgan cuidados de reanimación por veinte minutos por parte del equipo médico; pesa solo un kilo.

El niño no responde. El obstetra, rendido finalmente, lo envuelve en una sabanita y lo entrega a su madre, expectante: ‘Tenga a su niño, está muerto, para que lo bese y lo despida’. Son sus palabras. La madre, angustiada y sudorosa, se niega a creerlo muerto, y abriéndose su bata incrusta cálidamente al bebé entre sus pechos; el marido australiano lo imita y sacándose la camisa, se abraza a su esposa, y el niño queda en medio de ambos, piel a piel, mientras sus padres, llorando, le hablan al oído por su nombre, rogando a Dios que no lo deje morir.

Mi amiga mexicana, mujer de mucha fe, se unió a ellos en las plegarias, y les daba ánimos. El médico norteño los dejó por breves minutos y luego llamó la atención a su colega latina: ‘Doctora, usted sabe que el niño está muerto, y no lo van a resucitar con oraciones; comprendo el dolor de los padres, pero esto no es una iglesia, es un hospital, deje de estimular este drama’. La ginecóloga se interpuso: ‘Doctor, déjeles el derecho de padres de orar por su bebé, usted es incrédulo, pero Dios no tiene imposibles’. Nuevamente el doctor a cargo le increpó: ‘Tendrán luego el tiempo de orar, pero ahora necesitamos seguir otros trámites, y ese niño no puede ya resucitar, usted debe portarse como científica’.

De pronto el niño hizo un leve movimiento, como jadeando, y Jhanna y los padres lo sintieron. La médico mexicana le hizo la observación al médico obstetra: ‘Doctor, ¿sintió que el bebé jadeó?’. El especialista le volvió a llamar la atención: ‘Doctora, ¿acaso no sabe que éstos son actos reflejos?’. La pareja seguía unida al bebé, con intensas plegarias, la ginecóloga junto a ellos, los animaba. Entonces el bebé abrió sus ojitos y se movió algo más. Mi amiga Jhanna le dijo más fuerte al médico: ‘¿Ahora tampoco ha visto que el niño abrió sus ojos?, ¡tóquele las manitas y lo sentirá, suelte su ateísmo rígido!’.

Impelido por la fuerza del llamado, el médico norteamericano, algo forzado, le tocó con sus manos la del niño, que le apretó un dedo. Los padres y la especialista latina se agitaron entonces jubilosos ante el evidente milagro; los tres sollozaban de alegría, mientras el médico norteamericano examinaba con su estetoscopio a la criatura y le sentía los latidos cardíacos, moviendo su cabeza, estupefacto.

La especialista mexicana, airada por el escepticismo del colega a cargo, le gritó: ‘Si no es por mi intervención, usted sería ahora un criminal; Dios le ha dado una oportunidad de vida, de conocer su poder y su gloria’. El hombre se retiró cabizbajo. El equipo médico estaba asombrado.

El abrazo resucitador, inspirado por Dios, había durado casi dos horas. Un par de días más tarde, mi hija Judy, en Memphis, Tennessee, vio en el programa televisivo TODAY de NBC, una impactante entrevista que hacían a la madre australiana.

Cuando vemos en esta sociedad, apegada al raciocinio frío y reseco, brillantes mentes, como las del doctor Xavier Saint-Llorens, decirnos sostenidamente que los creyentes en Dios somos estúpidos, vale la pena presentar este caso, y a él, con todo respeto, puedo darle el celular y correo de la amiga ginecóloga Jhanna Menchaca.

El distinguido médico, a quien leo con frecuencia, nos ayudaría más con su pluma e intelecto, si en vez de acusar a todos los creyentes en Dios de fanáticos, flexibilizara su ateísmo, dándole siquiera un margen de dudas a los que de algún modo, por intuición y fe, creemos que hay un Dios, superior a todos, como se mostró en el caso narrado, real y concreto, como la entelequia del amigo Xavier. Estimado doctor, ¡Creer en Dios no es una estupidez!..

*ABOGADO.

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