• 23/11/2014 01:01

El saqueo del erario nacional

Sigo la crisis moral y política nacional con obsesión cotidiana e intento analizarla con el conocimiento personal que puedo tener.

Sigo la crisis moral y política nacional con obsesión cotidiana e intento analizarla con el conocimiento personal que puedo tener de muchas de las causas que derrumban nuestra Nación y poder entender con profundidad el caos que parece imperioso transformar. Enfrentamos una realidad dominada por el escepticismo y la desolación.

Hoy, hay un envilecimiento y degradación de la política y los políticos, hasta límites que la convierten a los ojos de la sociedad casi en una actividad delictiva. Esto, asociado al saqueo del erario nacional que ha aflorado a la luz pública, contribuye al clima de decadencia y desesperanza que envuelve al país.

El hastió nacional se tradujo en un movimiento ciudadano de rechazo y de demanda de transparencia, que finalmente empieza a vislumbrarse. Los resultados dependerán del clima cívico y político imperante y el empeño de la sociedad e impulso del Gobierno en insistir en el enjuiciamiento de los servidores público envueltos en actos de corrupción.

Llevamos años advirtiendo sobre el estado de decadencia terminal de la política. Los políticos nunca entendieron la tarea que la sociedad les había encomendado. La principal era construir un país con reglas y una nueva relación entre el Estado y el mercado, la política y la economía, las instituciones y la sociedad. Los políticos tenían el desafío de fortalecer las instituciones, combatir la impunidad y los privilegios. Escapar de un sistema político capturado por intereses económicos, la corrupción y del clientelismo, como forma de relación predominante entre el poder y los más necesitados. Para avanzar era necesario un nuevo sentido de autoridad democrática, diferente de los anteriores. Solo una autoridad fuerte y democrática podía instalar reglas del juego claras, que marcasen diferencias, también a un empresariado acostumbrado a los sobreprecios y al tráfico de influencias.

La idea de ganancia fácil como núcleo articulado de las relaciones entre el poder económico y político era lo que había que empezar a cambiar. Creímos en la vocación de cambio que propugnó la clase política. Fuimos engañados al terminar en la inmoralidad pública, ofendidos por robos atroces, enquistada en la entraña del régimen anterior; comprobándoseles los negocios más inmorales que recuerde la corrupción del país. Se destruyeron instituciones hondamente cimentadas, corrompiendo con los dineros del pueblo todo lo que estaba a su alcance. Olvidándoseles que la moral es una: Tan digno de desprecio y de castigo es el que hurta un cheque y cambia con cédula falsa, como el que comercia con los resortes administrativos, con la máscara de defensor del pueblo.

Ahora, deben rendir cuenta de los centenares de millones arrojados a los cuatro vientos de la República; mientras, continuemos identificando en qué bolsillo pararon. Levantar los expedientes, abrir los procesos instaurados, probar los delitos incurridos, publicarlos en los medios y que continúen saliendo a la luz la verdad bochornosa del delito, evitando que huyan apresurados del país.

¡Entonces, solo entonces, tendrán derecho a redimir el pecado cometido, porque no existe razón en este mundo capaz de condenar a los hombres a solidarizarse con el robo y el delito! Estos ciudadanos simularon salvar al pueblo, disfrazados de apóstoles, clavándole el puñal en el corazón y volcando los bolsillos, echando sobre los hombros de nuestros hijos una deuda que ha de gravitar sobre el esfuerzo de muchas generaciones.

Es hora de señalar, con el estigma de la vergüenza, a aquellos hombres que han servido para consumar los robos más innobles de que haya sido víctima un pueblo. El único móvil que los guiaba es el que les sirviera de llave para llegar hasta las arcas de la Nación y repartirlas como dividendos entre los miembros de una banda que engañó al país; y una vez en el poder se dedicó al festín de la corrupción. Sepultemos estos hombres para siempre de la atmósfera política y hagámoslo, saneándola, bajo el peso de sus crímenes y robo.

¡Ah! De esta crisis deben salir a ocupar los cargos gentes honradas, hombres públicos honestos que señalen al pueblo los peligros de la hora que vive y los medios de sortear los escollos. Son ustedes los que pueden salvar la Nación, en estos instantes difíciles. Ayer, era un país desesperanzado, lúgubre; hoy, pareciese dar inicio a la culminación de la inmoralidad pública. Esa es la enorme esperanza colectiva.

¡Esta es nuestra oportunidad: quizá sea la última!

ABOGADO

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