• 08/05/2015 02:00

Sobre gatos

La Lectura Bíblica que más me interesó en mi niñez la disfrute leyendo las leyes sanitarias de Deuteronomio

La Lectura Bíblica que más me interesó en mi niñez la disfrute leyendo las leyes sanitarias de Deuteronomio: ‘Tendrás también entre tus armas una estaca y cuando estuvieses allí fuera, cavarás con ella, y luego al volverte cubrirás tu excremento'. Desde ese entonces vengo valorando cada vez más a los gatos, pues pareciera que solo ellos, y un puñado de naciones, se enteraron de la excelente medida sanitaria, pues son los únicos en el planeta que entierran su mierda.

Es triste que Panamá no haya aprendido a estas alturas del siglo 21 la lección del gato y las cabeceras de provincias tampoco, porque van por el mismo camino antihigiénico. Desde los tiempos colombianos, cuando el letrado Rufino J. Cuervo se embarró los zapatos y las bastas del pantalón en una callejuela de la ciudad de Panamá, las aguas negras han cursado con total libertad su viaje contaminador a través de ríos y quebradas hasta llegar a la bacinilla colosal de la bahía. La emberracada del letrado fue enorme, tanto así, que gritó: ‘El que quiera conocer a Panamá que venga, porque se acaba'.

Lo más esperanzador de esta pena es ver que no soy el único que se levanta todos los días pensando en la cagada de pertenecer a esta especie de animal ‘panamensis' que repite y repite sus errores. Vean, vamos para un año de Gobierno y no veo movimientos para la promesa de ‘cero letrinas'. Esa inversión de construir sanitarios sería costosa, pero de muchos beneficios para el Estado: Salud.

Las islas del Caribe, como Bahamas, Bonaire, mantienen todo el año a una población flotante tres veces mayor que la que declaran nuestros censos nacionales, y allá usted no siente el fatídico olor a porqueriza en ninguna calle, plaza ni playa. ¿Por qué?, porque ellos se copiaron de los gatos, tienen un sistema que recolecta las excretas en tanques enterrados en casas y edificios. El lodo comido por bacterias se queda para ser retirado en diez años, dependiendo, mientras toda el agua se va por unos sumideros sin malos olores.

Volviendo a mi inocente desorden cuando me ponían a leer la Biblia, jamás olvidaré aquella noche de mayo que estaba delante de un gentío con sombreros y alumbrado por la novedad de una enorme lámpara de gas que habían llevado los gringos evangelistas. El incidente ocurrió cuando me mandaron a leer en Deuteronomio Las Leyes sanitarias. A la mujer del pastor se le cayó el acordeón y el ‘míster' se puso colora'o. El enrojecimiento del pastor fue por mi exclamación inmediatamente después de la lectura a todo pulmón: ‘Esta ley solo la han leído los gatos, por aquí son los únicos que entierran sus excrementos, los demás se cagan en los caminos y le echan la culpa a los perros'. Esa vez el culto fue recuperado como diez minutos después de la reanimación del pastor, que, para mi autoestima, me abrazó y creyó lo que yo había dicho. Yo creo en ‘Cero letrinas', ‘Cero corrupción' y un etcétera grande.

ESCRITOR COSTUMBRISTA.

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