• 24/03/2016 01:00

Jesús de Nazaret

‘Rey de paz, sencillez, reivindica un derecho regio. Su poder reside en ser el Hijo de Dios...'

Durante la Semana Mayor revivimos acontecimientos decisivos en la vida de Jesús: su amor incondicional, la traición de Judas, su doloroso calvario, escarnio, crueldad de su pasión, muerte en la cruz como reconciliación, expiación de nuestros pecados.

La presencia de la Virgen María, su madre dolorosa y las mujeres que lo acompañaron en la cruz.

Recordamos la purificación del templo, multiplicación de los panes, la Pascua de muerte y resurrección.

Jesús entra en Jerusalén en un borrico prestado, que devolverá al dueño, en tiempos de David el burro era una expresión de majestad, el caballo una manifestación de poder. El burro era el animal de los pobres.

Jesús: Rey de paz, sencillez, reivindica un derecho regio. Su poder reside en ser el Hijo de Dios que sufre ofreciendo su vida para la salvación del mundo.

Hosanna es una alabanza jubilosa a Dios en el momento de su entrada a Jerusalén, homenaje mesiánico, después de su llegada fue al templo, fue a Betania, al día siguiente, volvió al templo, empezó a echar a los mercaderes que vendían, cobraban, volcó la mesa de los cambistas y de los puestos que vendían palomas. La purificación del templo es un ataque contra los abusos al templo sagrado convertido en una cueva de ladrones, esta es una interpretación político revolucionaria de carácter apocalíptico. Se le acercaron ciegos y tullidos que curó con la fuerza de su amor, bondad sanadora.

El nuevo templo es Jesús, es la Tora en persona.

Toda la actividad de Jesús, desde las tentaciones en el desierto, su bautismo en el Jordán, el Sermón de la Montaña, se opone a la insurrección violenta. La cruz y la resurrección atesoran el nuevo culto sellado con el sacramento de su cuerpo y sangre, su pasión redentora es el nuevo templo de la humanidad.

Jesús vinculó el fin de Jerusalén con el fin del mundo, este solo puede llegar cuando se haya llevado el evangelio a todos los pueblos. Con la cruz de Cristo, la época de los sacrificios llega a su fin. Jesús celebra las fiestas judías.

La última tarde de Jesús con sus discípulos antes de la Pasión, Jesús prestó a sus discípulos un servicio propio de esclavos, el lavatorio de los pies. Lava y enjuaga los pies sucios. Se despojó de su rango. Anunció la traición de Judas y la negación de Pedro. Este anuncio suscita agitación entre los discípulos. El sufrimiento de Jesús, su agonía perduran hasta el fin del mundo. La hora del amor, hasta el extremo nos salva y purifica. Para entrar en comunión con Dios debemos estar puros. En todas las religiones existen ritos de purificación, la fe purifica el corazón. Nos convierte en hombres nuevos. Detrás del sacramento de la penitencia hay una liberación, el perdón de los pecados redime los sentimientos de culpa que envenenan el alma. La oración nos pone en comunicación con Dios. Mediante el rito de la expiación se transforma en plegaria, se santifica. Judas representa el peligro, la infidelidad. Pedro tiene que aprender el camino del seguimiento, recibir la gracia del martirio.

El poder de Dios es diferente. La Última Cena es la despedida en la cual Jesús se entrega como cordero pascual. Transforma su muerte violenta en un acto libre de entrega y amor. Sufre por todos los males de la humanidad, vive y muere por todos.

En la noche del jueves arrestaron a Jesús, en el monte de los Olivos, experimentando la última soledad, estremeció ante la muerte inminente, le besó el traidor, los discípulos le abandonaron. Acepta la voluntad del Padre. Jesús entristece. El martirio solo puede ser superado por la oración. La experiencia del miedo, del sometimiento al Padre, el estremecimiento ante la muerte le hacen sudar gotas de sangre, siente el poder del pecado y de la muerte, choque frontal entre la luz y las tinieblas. Quisiera pedir que el cáliz se aleje de Él, pero la conciencia de su misión se abandona a la voluntad divina.

PSICÓLOGA, ESCRITORA Y DOCENTE UNIVERSITARIA.

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