• 13/11/2016 01:03

Ante el ocaso

Después de la incógnita despedida aquella prima noche del 25 de agosto de 2016

Después de la incógnita despedida aquella prima noche del 25 de agosto de 2016, mi hijo acudió a la oficina de su abogada para tratar sus asuntos legales que lo absorbían. Ella nos dijo que él estuvo tranquilo. Departieron en una ligera cena, extendida hasta las diez y media de la noche. De allí se trasladó a la casa de su hermana Nidia. Le hizo un comentario sobre la luz encendida de su carro estacionado. Salió en la madrugada a visitar a la hermana Miriam, para regresar a las seis de la mañana. Se baña, afeita, desayuna y parte al encuentro con su destino. El correo telefónico estuvo activo hasta las 10:46 de la mañana. De nada me sirvieron los 48 años de su permanente compañía, como para determinar el adiós final de ese jueves.

A la una de la tarde del viernes 26 de agosto, se aparece en el puerto de San Blas. Pidió que lo llevaran a una isla en los Cayos Holandeses. No fue posible por lo costoso que resulta transportar a una sola persona. En espera de otros pasajeros, acordaron el transporte hasta la Isla Perro o la Isla Diablo, donde finalmente arribó a las 2 de la tarde. Al desembarcar, alquiló la cabaña número 6 que ocupó de inmediato. A las siete de la noche llegó al rancho comedor a comprar tres botellas de agua y una soda de lata. Regresó a la cabaña. Estuvo con la luz encendida hasta que debieron apagar la planta. A las seis de la mañana lo encontraron inerte a cien metros de su cabaña.

Un contraste desgarrador de aquel convulsionado ayer montado sobre los ataques legales aderezados con mentiras fabricadas y deshechas, ahogadas en el caldo de sus contradicciones, e inadvertidos por el Ministerio Público, incapaz de velar por una investigación objetiva; el arribo de esa última tarde del jueves; la llegada de ese viernes insulso, pegado al mediodía del sábado con el infausto aviso que ha provocado este dolor continuado, y extendido hacia el infinito mientras tenga un aliento de vida. Esto es como estacionarme en el ocaso de esa innecesaria lucha por abrigar la inclemente respuesta de esa justicia que nunca entró por los tímpanos de mi amado hijo.

Esa fatal noticia llegó el sábado 27 a mediodía a través de una absurda llamada, del impertinente que nunca supo nada, pero fue diestro en clavar con destreza la estaca de la duda, más esa creciente incertidumbre que bañó el ambiente con desolación completa. Muy pocas cosas se necesitaron para que asomara como un presagio el inesperado destino desgarrador. Mi familia me ratificó la tragedia y desde entonces, la alegría ha dejado de existir en mi contorno. Así, las horas del día se juntan con el filo de la noche en una interminable cadena sin fin de olas con accesos de pánico, al sentir, entre los espasmos, su inexistencia terrenal.

La incompetencia administrativa ha reinado en este delicado asunto. El cadáver fue transportado al Hospital de Chepo con las inmediatas consultas abyectas. Según los repartos jurisdiccionales, Isla Diablo está ubicada en San Blas, pero pertenece a Colón y por tanto, dicha autopsia se debía realizar en aquel lugar. Al final se hizo en Panamá, aunque no ha sido lo mismo con la investigación. Lo cierto es que ante la evidente incapacidad instructora, debí empinarme sobre el dolor, con el traslado por tres veces al sitio. Primero hasta el puerto y luego a la isla para averiguar lo expuesto. Puedo agregar que ese sábado 27, primero estuvo la policía diestra en revisar y pedir a los pobladores que no tocaran nada y casi a las 11 llegó el personero para con actas realizar dos inspecciones, sin tomar siquiera una declaración jurada y lo repite en el puerto al momento de revisar el carro en el que se transportó mi hijo.

Carlos Augusto Herrera Guardia nunca le hizo daño a nadie. Hasta el último momento de su batahola le habló a su madre, a sus hermanos y a su padre, para que perdonaran a todos los que nos habían hecho daño. Siempre direccionado al futuro con una brega llena de esperanza dentro de nuestro limitado alcance. Lo cierto es que se perdió la unidad central de procesamiento de la computadora que estaba en el carro y el teléfono, que según las llamadas entrantes, lo cargaba todavía en Chepo, camino a San Blas esa mañana del viernes. Solo apareció el cobertor. Seguimos...

ABOGADO Y DOCENTE UNIVERSITARIO

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