• 27/12/2016 01:02

Apuntes en torno al terrorismo islámic o

Sin duda resulta angustiante la creciente proliferación de crueles actos de terrorismo en diversas partes del mundo

Nací católico, aunque no soy muy religioso que digamos. Uno no puede tener pretensiones intelectuales de cierta valía y además aceptar ciegamente los dogmas, ni los de carácter religioso ni los de orden político. La realidad hay que cuestionarla, y la irrealidad también. Tanto la cotidiana y relativamente sencilla, como la más compleja, contradictoria o absurda. Y la única forma de hacerlo con un mínimo de rigor y responsabilidad es habiendo investigado, informándonos lo más posible, pensando lo investigado, debatiendo, tratando de llegar a conclusiones propias. Entre otras razones, porque tanto la experiencia humana individual, como también la colectiva, con todas sus variantes, nos concierne, nos debe interesar, preocupar, aunque sólo sea como un asunto de solidaridad o de mera sobrevivencia en un mundo profundamente convulsionado.

Partiendo de estas premisas, que me parecen casi elementales, me acerco al fenómeno del terrorismo radical islámico que estremece cada vez más al mundo, a la sensibilidad humana, a la seguridad de quienes habitamos determinados espacios llamados países, ciudades, pueblos.

Sin duda resulta angustiante la creciente proliferación de crueles actos de terrorismo en diversas partes del mundo. Con una saña absoluta carente de cualquier tipo de comprensión o piedad, quienes la ejercitan en grupos o de forma individual, al servicio de irracionales creencias o de ideologías deshumanizadas, se jactan de estar haciendo lo correcto, lo indispensable, lo que no debe postergarse más. Turquía, Alemania, Irak, Afganistán Egipto, Sudán, Pakistán, Jordania recientemente; los Estados Unidos, España, Francia, Inglaterra, Filipinas, Kenia y Bélgica antes, para sólo mencionar algunos de los países atacados por esta sucia guerra subrepticia que azota al planeta como una muestra palpable de barbarie en aumento.

Lamentablemente, contra este tipo de fanatismo no hay medida humanista posible de reconciliación o apaciguamiento. Con un terrorista convencido no es posible negociar. Hay un ancestral empeño fincado en las más radicales e intransigentes creencias religiosas o políticas, que no tiene la menor intención de transigir o declinar en sus declarados propósitos exterminadores y de dominio hegemónico. Aunque pueda tardar años, pues las creencias basadas en la intolerancia y el odio se arraigan y multiplican como la hierba malsana, no queda más remedio que combatir a sus ejecutantes, no sólo directamente cuando se saben quiénes son y dónde se esconden, sino, también, a quienes descaradamente los auspician y financian tras bastidores. Y no nada más a sangre y fuego mediante confrontaciones militares tradicionales sino también con meticulosa, calculada inteligencia desplegada con cuidadoso sigilo por los gobiernos que tienen los medios para hacerlo.

En términos generales, puede entenderse por atentados terroristas los actos violentos que tienen un objetivo político, religioso, económico o social, que buscan intimidar o coaccionar a una mayor audiencia, generalmente indefensa, y que están fuera de los preceptos del Derecho Internacional Humanitario. Pero acaso lo más sorprendente de este fenómeno en la actual coyuntura histórica sea que aproximadamente el 87% de los atentados perpetrados por organizaciones terroristas islamistas entre 2000 y 2014 se produjeron en países donde la mayoría de la población es musulmana, según los datos de la ‘Global Terrorism Database'. Esta base de datos desarrollada por la Universidad de Maryland, en los Estados Unidos, registra, al menos, 15.181 atentados ejecutados por grupos islamistas radicales identificados. Sorprendentemente, casi nueve de cada diez atentados perpetrados por organizaciones terroristas de corte islamista en este periodo se produjeron en países de mayoría musulmana. Y más de 72.000 personas murieron en estos atentados, 63.000 en países donde el Islam es la religión mayoritaria.

Cabe señalar que grupos como el Estado Islámico, Al-Qaeda (responsable de los atentados contra la Torres Gemelas de Nueva York en 2001), Boco Haram y las facciones talibanes defienden el integrismo islamista, que a su vez propicia la adaptación de la vida política a los mandatos religiosos más fanáticos del Islam. Su afán de eventualmente crear e imponer un Califato Universal no deja espacio para otras creencias, para culturas diferentes, y esta obsesión se empieza a extender por Occidente y en Asia, incluso mediante la indoctrinación de personas de otras culturas.

Sin embargo, es preciso aclarar que el concepto de ‘islamista' no debe confundirse con ‘musulmán' o ‘islámico', ya que estos últimos se refieren a todo lo relacionado con la religión del Islam, sin connotaciones negativas. Lamentablemente, hoy en día, por el silencio de muchos musulmanes buenos ante las acciones criminales de los menos, la maledicencia fanática de los terroristas tiende a prosperar y a formar una sola masa religiosa equívoca en la percepción de quienes no compartimos con ellos ni religión ni cultura. Lo cual habrá de propiciar cada vez menos la convivencia pacífica deseable entre personas de diversas creencias.

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