• 31/01/2017 01:00

El poder se derrite

La gente está dejando de creer en los políticos. 

La gente está dejando de creer en los políticos. Se escuchan, por doquier, duros cuestionamientos contra quienes ostentan, o han ostentado, el poder. Hay frustración. Los desfalcos han sido enormes. Las fiscalías se activan cada vez más y las cárceles se convierten en morada de muchos políticos. La política está desprotegida de la ética y la corrupción se ha extendido en todos los niveles, y en la mayoría de los países. El manejo de la cosa pública ha llevado al enriquecimiento desmedido y rapaz. En todo esto, el poder se derrite ante la incredibilidad de la población.

Cierto es que el poder fue inventado para dominar. Esta finalidad no ha cambiado. Pero unos, los pocos, dominan; los otros, que es la mayoría, es controlada. Poco importa, en esa tarea, el modelo a través del cual este poder se impone, que puede ser democrático en sus más diversas modalidades, o autoritario, sea civil o militar, o populista; el fin siempre es el mismo: ejercer poder y, a través de él, controlar.

En los casos arriba mencionados, el poder constituido asume características sui géneris , según sea la forma de imponerse y de aceptarse. Que podría presentarse con nula, mediana o elevada legitimación; todo depende de cómo lo perciban quienes sufren su imposición y, más generalmente, la sociedad como la receptora de las penalidades que vienen de un poder visto como ‘muy corrupto'. Es el caso de Panamá y en gran parte de la región.

Lo que viene ocurriendo tendrá nefastos resultados para la vida democrática y para los procesos políticos. Ya de hecho los tiene para las finanzas públicas. El poder, como instrumento efectivo en la tarea de orientar conductas colectivas y como ‘instrumento para mandar-obedecer', se presentará muy debilitado. Esto irá en crecimiento aún del andamiaje ideológico - cultural que lleva a que se le acepte como ‘lo más normal'. Y si no se le acepta, no hay duda de que la coerción ocupará el vacío. Esta transición, de una y otra forma, es sobradamente conocida en nuestra realidad.

El acelerado deterioro del modelo de gobernar tiene como referente la corruptela que deteriora la imagen del manejo de la cosa pública. Se trata de un fenómeno que recorre las distintas realidades políticas. Así, el flagelo de la corrupción, la falta de transparencia, el enriquecimiento ilícito, se presentan como la enfermedad que pone en jaque el poder. El cuestionamiento a esa realidad se da no solo a la forma tradicional de hacer la política, sino también a aquellos modelos que dicen ser renovadores, pero que al final cargan con los mismos males.

El poder sufre una especie de podredumbre. Se trata de un contexto repleto de desesperanzas y de decepciones. La gente está indignada. Hay que ponerle un alto al statu quo , y hacia este objetivo se movilizan las protestas. La comprensión de lo que la corrupción significa para los pueblos viene elevando los niveles de conciencia que reclaman ‘un basta ya'. Son reclamos que inciden en el debilitamiento de los resortes del poder. Y el poder, como tal, está suspendido en un hilo como cera cercana al fuego.

DOCENTE UNIVERSITARIO.

Lo Nuevo
comments powered by Disqus