• 08/02/2017 01:00

Racismo, mal de todos los tiempos

‘Yo no soy racista' o ‘yo no soy antinegro' o ‘yo no soy antisemita' o ‘yo no soy antimusulmán' 

‘Yo no soy racista' o ‘yo no soy antinegro' o ‘yo no soy antisemita' o ‘yo no soy antimusulmán' y así, en las mil variantes de todo lo que nos diferencia como seres, los humanos expresamos algo tan arraigado a nuestro psique y alma, que difícilmente nos damos cuenta de que esa declaración también conlleva la atroz semilla del racismo.

Por ejemplo, en ese ‘yo no soy antinegro' de un blanco, que mientras lo dice piensa para sus adentros ‘no es su culpa si son negros', ese blanco basa su negación de racismo precisamente en su color de piel y los demás atributos que lo identifican como ‘blanco', agregando (consciente o inconscientemente) un ingrediente normativo, que emite un juicio de valor, que le dice ‘por eso yo soy superior'.

La noción de raza es, sobre todo, descriptiva, pues describe los caracteres hereditarios distintivos de los seres humanos, que saltan a la vista, que nos diferencian superficialmente: un escandinavo de ojos azules, cabello fino y rubio, de tez clara pronto se distingue de un pigmeo africano o de un aborigen australiano por las características físicas de estos últimos, tan completamente opuestas a las del primero.

Las cosas comienzan a complicarse cuando nos alejamos de estos rasgos fenotípicos (su manifestación visible) y nos acercamos a nuestros prejuicios, que casi siempre se originan o redundan en un narcisismo colectivo y rencoroso del grupo biológico al que pertenecemos, fácilmente convertido en un odio común contra otros.

Esto, a pesar de que el 99.9 % del genoma del homo sapiens es compartido por todos los humanos, (o sea, que compartimos los mismos genes, pero con una secuencia única en cada persona) que además presenta un alto grado de conservación evolutiva (compartimos el 98.77 % con el del chimpancé) según el ‘Proyecto Genoma Humano' iniciado en 1990 en EUA.

Pero el racismo institucional es de vieja data en nuestra América, desde la llegada de colonizadores europeos que impusieron una clasificación y estratificación de la población, separada por razas y castas, con su discriminación a favor de los blancos.

Otros ejemplos incluyen la esclavitud y segregación racial en Estados Unidos (EUA); el apartheid sudafricano; y en Alemania, el crudo racismo nazi (con su doctrina de ‘raza pura aria') y su genocidio de judíos y gitanos.

Esta discriminación racial y su pareja la xenofobia, muchas veces fundada en una ideología racista que anula los derechos humanos de los discriminados, representan prejuicios y odios que nos separan por barreras infranqueables y que normalmente se usan para la explotación de un grupo minoritario.

El odio es un sentimiento personal que algunos filósofos definen como una tristeza o dolor atribuible a una causa externa, fuente de infelicidad, digna de ser exterminada.

Pero el odio común compartido por las masas, convertido en racismo, no solo es mortífero y malo, sino injusto e inmoral, una libertad sin libre albedrío que se opone a toda razón intelectual.

Por eso, contra el racismo debemos exaltar los valores democráticos y culturales de toda la humanidad.

CIUDADANO

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