• 27/12/2017 01:00

El legado de Charlot

Esta travesura no fue del agrado del autor de sus días. A veces sus convicciones le llevaban a ser severo con su familia

Un vagabundo vestido con unos pantalones bombachos, zapatones, bigotones, bombín y un bastón de caña recorre las calles y se enreda con todos. Policías, bomberos, gerentes crueles, bandidos se entrecruzan con él y luego de los conflictos, pierden ante sus proezas y propósitos humanistas, combinados con sentimientos llenos de valor. Por casi dos décadas sus historias se estrenaron en cines para tranquilizar un mundo caótico y lleno de guerras.

Era un inglés hijo de artistas del espectáculo, conocido como Charles Spencer Chaplin y en su primera infancia, los escenarios fueron la escuela que le marcó en la vida. Este 25 de diciembre se conmemora el 40 aniversario de su muerte que se produjo cuando casi entraba en la novena década; existencia llena del arte cinematográfico y el conjunto de manifestaciones que le hicieron hombre-orquesta; pero con una sensibilidad proyectada en su obra.

¿Cómo pudo un cómico y habilidoso personaje alcanzar tal popularidad y proyectar su trabajo para alcanzar películas que se convirtieron en una síntesis de las aspiraciones de hombres y mujeres constreñidos por la iniquidad política, económica y hasta por su propio progreso?

Había estado desarrollando en múltiples peripecias de corta duración a ese Charlot; ‘un estafador, impostor y feroz. La maldad lo caracterizaba…', como diría el historiador Sadoul.

Luego de fundar la empresa United Artists junto a otros grandes como Mary Pickford, Douglas Fairbanks y D. W. Griffith tuvo oportunidad de planificar mejor sus relatos, fortalecer la interacción con otros compañeros de elenco y darle más coherencia interpretativa a los proyectos, como en El chico (1920), Una mujer de París (1923), La quimera de oro (1924) y El circo (1928), sus primeros largometrajes llenos de concisión.

‘Hacía referencia a los problemas e injusticias de la sociedad de su tiempo —dice un texto en Wikipedia— entre ellos, las dificultades, constantes luchas y humillaciones de los inmigrantes desamparados y las trabas laborales'. Él mismo se representaba como un hombrecillo ‘en la miseria y que procura cómicamente conservar la dignidad', apunta Sadoul. Integró el melodrama para estudiar íntimamente las sociedades de la época.

Cuando en la década de los 30 y luego de haber alcanzado su fama a escala mundial, arma sus principales metáforas sobre las contrariedades del periodo. Luces de la ciudad (1931), Tiempos modernos (1936) y El gran dictador (1940) son ejemplos en que se orienta desde la primera —historia de un vagabundo, una ciega y un hombre rico y cruel—, llena de dramatismo hasta la crítica a la obsesión de las máquinas en la segunda y su juicio a Hitler, en la última.

Era rígido en sus relaciones con el entorno. Geraldine, su hija del matrimonio con Oona O'Neill, dijo cuando estuvo en Panamá que ‘él no nos dejaba ver otras películas que las que hacía y en blanco y negro'. Cuenta que en alguna ocasión se fugaron a ver Quo Vadis, por la novedad de ser a colores y llena de acción. Esta travesura no fue del agrado del autor de sus días. A veces sus convicciones le llevaban a ser severo con su familia.

Durante los años 40 sus títulos entran en contradicción con una tendencia anticomunista en Estados Unidos. Allí se inicia una serie de investigaciones y persecución que culmina en 1952 cuando es condenado a abandonar el país y se establece en Suiza y Francia hasta su muerte. Justo en ese año que es expulsado, culmina una de sus cintas más significativas, Candilejas en que reúne casi todo su acervo, hasta la preciosa melodía en la banda sonora.

El cine de Chaplin está vigente en este siglo porque casi todos sus fantasmas han resurgido y requieren ser enfrentados, como hizo él con herramientas de dignidad valor y extrema sensibilidad desde el cine.

PERIODISTA

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