• 24/02/2018 01:00

El ‘juegavivo' es corrupción

La cultura de la corrupción es parte de los genes de los seres humanos

Sir Richard Brooks en La bitácora de la fantasía incluye su disertación en la Universidad de Oxford sobre el devenir de la corrupción, le acompañaron Alonso Quijano y Sancho. Van sus reflexiones.

La cultura de la corrupción es parte de los genes de los seres humanos, allí donde hay dinero, oro, negociados y sobre todo el juegavivo está la corrupción. Políticos y empresarios son los mayores promotores, pero también lo es el ciudadano común sin valores éticos y cívicos.

El conquistador y colonizador español expresan la ley se acata, pero no se cumple, ellos imponen el juegavivo. Los panameños lo hacemos una patente de corso.

Los aborígenes y negros desarrollan el dualismo como conducta social; se someten, burlonamente, a la cultura del conquistador, pero en la intimidad cotidiana hacen lo contrario, siguen sus costumbres y creencias. El dualismo crea una personalidad dividida, una crisis de identidad. Se vive en un país de farsantes, surge el trauma de la inseguridad, el vivir doble. El juegavivo es la supervivencia de los desposeídos contra el opresor. Los negros esclavos con los congos, mordazmente, critican la violencia de los españoles.

Hoy, el juegavivo tiene un giro diferente. Los rabiblancos de Carlos Manuel Gasteazoro disfrutan de todos los privilegios, incluso reciben el Cepadem en sus casas. Las minorías étnicas con mucho dinero e influencias nunca hacen filas en Migración, los abogados coimean a los funcionarios. Las filas y los abusos son para los de abajo. Los ricos y poderosos son inmunes y gozan de impunidad ante sus delitos, el poder judicial aplica la ley del encaje.

El juegavivo es un modo de vida, una conducta colectiva, ‘¿qué hay pa' mí?' es la expresión popular para avalar la corrupción. Los políticos y empresarios tienen el derecho a delinquir. El amiguismo, la palanca, el padrino, la coima carcomen el andamiaje institucional. Panamá es el país del compra y vende, somos un supermercado carnavalesco. Las normas establecidas son burladas, nadie respeta el orden ni la disciplina. Pasamos agachados ante cualquier problema. Los diputados con los ‘Afudólares' son reelectos, los Martinelli roban millones y el pueblo lo celebra: ‘Ese ‘man' sí sabe'.

La mediocridad gobierna, nos mimetizamos. Somos adictos al azar, todo lo resolvemos con la lotería, el bingo, los casinos y la carrera de caballos. Somos impuntuales, vivimos de mascaradas, somos fiesteros por excelencia. Lo improvisamos todo, los compromisos los dejamos para la última hora, no pagamos las deudas ni los servicios públicos. Sabemos que la influencia todo lo puede, los premios literarios se negocian. No se trabaja ni se cumple con las responsabilidades, las botellas proliferan. Si los de arriba roban, los marginados también lo hacen.

La corrupción se da en todos los niveles sociales. Las quiebras bancarias, los fuegos en los almacenes, la fábrica de diplomas en las universidades y colegios secundarios, los papeles financieros, la evasión fiscal, las cirugías innecesarias, los sobrecostos y la peor calidad en los materiales de construcción, el crimen ecológico avalado por el Ministerio de Ambiente. Lo de Odebrecht es un detalle. El Estado panameño es un teatro con las peores comedias.

El engranaje judicial está al mejor postor, se distingue al cínico. Somos la tierra del absurdo, lo grotesco y del juegavivo. El populismo con los subsidios son la mayor impostura de los gobernantes.

La nación panameña tiene un parto difícil, doloroso y traumático. El pluralismo y la diferencia nos distinguen. Somos hijos del conflicto y de las paradojas. Oscilamos entre claudicaciones, conformismos a posiciones heroicas como la épica de la soberanía. Carecemos de la permanencia institucional.

Nuestro mestizaje es aluvional. Múltiples son nuestras herencias. Debemos asumir el pasado sin exclusiones, con conciencia crítica, de ser con otros. Somos distintas patrias en una identidad globalizada. Somos muchos panameños en uno.

La nación se construye con trabajo responsable y con un escrutinio exhaustivo de nuestro devenir. La patria común surge de la solidaridad, de servir con alegría sin esperar prebendas ni reconocimientos. Somos un país con hombres y mujeres decentes.

HISTORIADOR, ESCRITOR Y DOCENTE.

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