• 23/03/2018 01:02

Vericuetos de la metaficción

Si la novela y el cuento son considerados obras de ficción, y por tanto aspiran a tener categoría artística, podría decirse que los textos metaficcionales son, por naturaleza, ficción a la segunda potencia

La denominada ‘metaficción', en cualquiera de sus múltiples manifestaciones, es una forma de entrar más directamente en los vericuetos de la escritura literaria reforzando, al mismo tiempo, el aspecto artístico del proceso de la creación a través del ingenio y el dominio del oficio con el que desde la obra misma se le indaga. Aunque siempre ha existido, y de ello hay abundantes pruebas en la literatura universal, su presencia como un tema estético de particular interés empieza a sentirse con más fuerza y constancia en el siglo xx.

Si la novela y el cuento son considerados obras de ficción, y por tanto aspiran a tener categoría artística, podría decirse que los textos metaficcionales son, por naturaleza, ficción a la segunda potencia; es decir: ficción de la ficción. ¿Por qué? Porque su materia prima es algún aspecto de la creación literaria, y a menudo la propia obra que ha sido escrita. En otras palabras: los contenidos de la ficción, y a veces también su forma, se ficcionalizan dentro de la obra en sí.

Por tanto, cuando dentro de la obra en cuestión se le da categoría o rango propio y destacado a los personajes, a la trama, a la atmósfera creada, a la estructura del texto, al estilo o al tema mismo por encima del tratamiento anecdótico usual de historias ligadas a una realidad exterior, el hecho de priorizar uno o varios de esos elementos que forman parte del texto hace que estemos frente a una obra de índole netamente metaficcional.

Debe entenderse, entonces, que en este tipo de obra hay una actitud indagatoria y, en más de un sentido, experimental, ya que la atraviesa una insistente reflexión en torno a la naturaleza del acto creativo o acerca de los componentes de la obra final que resulta de tal proceso. Pero es menester que esa indagación se realice más bien a trasmano, que se dé como de soslayo, y que fundamentalmente se nutra de los procedimientos propios de la ficción literaria, sobre todo tratándose de novelas o cuentos. Así, la ficcionalización del texto debe estar en un primer plano. El lector debe sentir que de una u otra manera se le está contando una historia interesante, que tarde o temprano surge un conflicto y que éste termina en un desenlace. De otro modo tendríamos más bien un ensayo, y no una verdadera obra de ficción, que es como se define a las novelas y a los cuentos literarios.

Todo lo anterior nos hace concluir que, lógicamente, no puede haber metaficción sin que antes exista ficción en una obra; es decir: simulacro creíble o recreación de una realidad; construcción de una verosimilitud a partir de un artificio artístico. Porque el término metaficción lo que sugiere es un ir más allá de la ficción, aunque en realidad lo que suele ocurrir es que mediante este procedimiento se penetra más a fondo en ella —en la ficción—, indagando su esencia, cuestionándola, a menudo desmenuzándola sobre la marcha, desde la raíz, mientras se la va construyendo.

Se trata, pues, en algún sentido, de una suerte de endogamia creativa; de partenogénesis literaria, en la cual la ficción se pare a sí misma mientras se mira hacerlo: un fenómeno artístico en el que es posible visualizar un complejo juego de espejos; o bien la imagen de una serpiente hecha de ficción queriéndose comprender mejor a sí misma, y que termina mordiéndose la cola. En el mundo de las artes plásticas, no pocos cuadros de artistas notables hacen justamente eso. Uno de los más notables ejemplos es el célebre cuadro del pintor español, Diego Velásquez (1599-1660): ‘Las Meninas' (1656).

Todo lo cual puede sonar, por supuesto, como una exquisitez o entelequia abstrusa, como un exceso de intelectualización que añade complejidad a lo que, ya de por sí, no es algo sencillo de entender: la naturaleza, funciones y proyección de la ancestral creación literaria, la cual sin embargo siempre se está renovando; y más concretamente, de la ficción. Y, claro, para el lego en la materia puede que sea así; sin embargo, ¿cómo negar que el intelecto humano siempre busca ampliar sus horizontes, profundizando en las posibilidades de su materia prima? ¿Cómo negar que la capacidad del arte —y la buena literatura siempre lo es— resulta prácticamente infinita en sus ramificaciones, vericuetos, alcances?

En todo caso, el mundo de la ficción está ahí, virtualmente abierto a todo, sujeto en todo momento al escrutinio de la creatividad de quienes cultivan el difícil arte de la escritura. Y es preciso estudiarla a fondo, función ésta de los críticos que algunos escritores también se apropian desde las entrañas de la obra misma, como parte integral de su estructura y su estilo. Y, como ya se ha dicho, eso es precisamente lo que hace la metaficción: abordar la ficción desde las entretelas de la ficción misma, problematizándola.

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