• 27/10/2018 02:00

El problema con los consensos científicos

‘[...] el científico siempre debe mantener la mente abierta [...]'

Una vez leí un artículo titulado ‘El consenso científico casi nunca se equivoca'. Esta idea causa mucho daño, particularmente en los propios científicos, al llevarlos muchas veces a dar por probada la teoría reinante del momento sobre determinada fenomenología. Así, el científico se encierra en el sesgo de confirmación y cuando se le presenta evidencia que contradice la teoría, simplemente la descarta con alguna hipótesis ad hoc, como quien barre la suciedad bajo la alfombra. Conviene entonces refrescar con algunos ejemplos relativamente recientes en la historia de la ciencia, de ‘consensos científicos' que resultaron estar equivocados.

Recuerdo de niño haber escuchado que la gastritis y las úlceras gástricas eran causadas por comer mucho picante, llevar mucho estrés o por exceso de acidez estomacal. Tal era el dogma médico prevaleciente. Pero Barry Marshall y Robin Warren postularon a inicios de la década de 1980 que la gastritis crónica y las úlceras estomacales son causadas por una bacteria. Marshall se tragó un líquido contaminado con H. pylori y a los tres días desarrolló una gastritis constatada mediante endoscopía, que luego desapareció cuando se sometió a tratamiento con antibióticos. Hoy, ante cualquier sintomatología que apunte a gastritis o úlceras, su gastroenterólogo sospechará que su estómago está colonizado por la bacteria Helicobacter pylori.

A inicios del Siglo XX, Alfrew Wegener (quien no era geólogo) observó que los continentes parecían las piezas de un rompecabezas. Postuló en 1912 la teoría de que hace millones de años los continentes habían formado una sola masa de tierra continental. Todo el mundo ‘sabía' que eso era absurdo, así que su teoría fue descartada de inmediato. Sin embargo, el trabajo de otros investigadores en Geología llevó a la formulación de lo que hoy se conoce como la teoría de la tectónica de placas. La tectónica de placas es desde hace décadas a la geología lo que la teoría de la evolución es a la biología: no hay fenómeno geológico que hoy en los libros de texto no haga referencia a la tectónica de placas. Y todo comenzó con la observación atrevida de un joven que ni siquiera era geólogo.

Ignaz Semmelweis era un joven médico húngaro que trabajaba en el Hospital General de Viena en 1846. En dicho hospital funcionaban dos clínicas de maternidad. En la primera clínica la tasa de mortalidad de mujeres por fiebre puerperal era de 10 %, en tanto en la segunda clínica la tasa era de 4 %, diferencia significativa. Las mujeres que llegaban en labor de parto rogaban ser asignadas a la segunda clínica, cosa muy comprensible. La primera clínica servía para dar clases a estudiantes de Medicina, en tanto la segunda servía para instruir parteras. En 1847 un estudiante de Medicina, amigo de Semmelweis, murió días después de que accidentalmente se cortara con un bisturí mientras practicaba una autopsia. La posterior autopsia del estudiante reveló una patología muy similar a la mostrada por las mujeres fallecidas por fiebre puerperal. Semmelweis especuló que la causa de la mayor mortalidad en la primera clínica era que los estudiantes y médicos que atendían autopsias llevaban consigo ‘partículas cadavéricas' con las que luego contaminaban a las madres en labor de parto a las que atendían en la clínica de maternidad. ¿La solución propuesta por Semmelweis? Que los médicos se lavaran las manos, preferiblemente con lejía, luego de efectuar autopsias. Con esto logró reducir la mortalidad en la primera clínica a la misma tasa de la segunda clínica. Sin embargo, esta herejía le costó a Semmelweis el rechazo en la comunidad médica vienesa, y fue despedido del hospital. Unas décadas después, las investigaciones de Pasteur finalmente corroboraron lo que conocemos como la teoría germinal de la enfermedad, que desplazó entonces a la teoría de los miasmas, propuesta por Galeno en el Siglo II d. C. (aunque la teoría miasmática tardaría en morir del todo, cosa que tendría consecuencias fatales en Panamá durante la construcción del canal por los franceses).

En todos estos casos, la teoría reinante fue abandonada solo después de que la evidencia empírica claramente la refutara, pero además, que surgiera una teoría alternativa que explicase mejor la fenomenología en cuestión. Como lo describe Thomas Kuhn en ‘La Estructura de las revoluciones científicas', la sola refutación rara vez alcanza para que la comunidad científica acepte abandonar la teoría refutada, cosa que solo ocurre cuando alguien propone una teoría alternativa que explica mejor los fenómenos que anteriormente explicaba la teoría refutada.

No debe de ningún modo pensarse, empero, que en los ejemplos dados la ciencia falló. Al contrario, la ciencia como método funcionó bien, pues esta no pretende ser método infalible para arribar a la verdad. Quien crea eso, no entiende lo que es la ciencia, he allí el problema. La ciencia es un método para elaborar teorías que nos permiten explicar la realidad observada de una manera sistemática y hacer predicciones que pueden ser sometidas a falsación. Cuando las predicciones de una teoría son sometidas a falsación y pasan la prueba, la teoría ha sido corroborada temporalmente. Pero la teoría jamás está probada. Siempre está la posibilidad de que el día de mañana hagamos una prueba que arroje un resultado incompatible con la teoría. La ciencia avanza precisamente a través de la refutación de hipótesis previamente aceptadas y el científico siempre debe mantener la mente abierta y considerar que su teoría es solo una conjetura provisional —al decir de Popper— y no una ley inmutable.

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