• 03/12/2018 01:03

Reflexiones para aspirantes y electores

Hay un reto manifiesto en el rol de los individuos que mueve el motor de la sociedad; incluso a escala global y que, ante las enormes posibilidades que tienen a su alcance

Ante los retos cotidianos el común de las personas no repara en ejercicios analíticos existenciales. Algunos (los menos) tienden a resguardar con celo y vehemencia el apellido heredado en cada obra que se involucran. Otros, por cuestiones de creencias religiosas, ven este ciclo de tiempo como pasajero a algo más eterno y para siempre: ‘Dios se encargará', esperan. A terceros, les preocupa muy poco el apellido, las creencias o cualquier otro aspecto que los convide a la probidad y decencia debida.

Algunas de estas reflexiones datan de entregas pasadas. Poco ha cambiado. Corrijo, las cosas han empeorado y no me deja de sorprender la conducta humana: dada a flaquear y delinquir tan fácilmente cuando azuzadores en puestos de influencia y poder les dicen que ‘nada te va a pasar'.

Estudiar este tiempo que vivimos en relación a la conducta humana no es difícil. ‘La vida es cuestión de decisiones', reza el dicho angloamericano. Tomar en cuenta este principio nos lleva a una evaluación crítica del género y de su proceso en la toma de decisiones y su preocupación por el futuro y la herencia definitiva.

Hay un reto manifiesto en el rol de los individuos que mueve el motor de la sociedad; incluso a escala global y que, ante las enormes posibilidades que tienen a su alcance, puede definir favorablemente la situación de ‘hambre' o las necesidades primarias que enfrentan otros. En cambio, sesgan ese reto y generalmente concretan sus acciones desde una perspectiva muy particular y en muchos casos para su beneficio personal.

Ante los tantos desaciertos que se han vivido desde que se forjó la vida en sociedad, por esa mezquindad arraigada, los seres humanos tendemos a observar con sospecha —como mecanismo de defensa intrínseca— la vida política, religiosa, social, el mundo de los negocios, las discusiones sobre el futuro, las ofertas en los semáforos, los baratillos de dos por uno y hasta discusiones para definir el momento de la guerra, para la paz en este complejo escenario global. Pero poco hacemos desde la fuerza del enojo y la indignación, pudiendo hacer algo.

Es más común que en muchos casos el principal ingrediente que condiciona la toma de decisiones tiene que ver, primordialmente, con el costo económico y político de la decisión a tomar y a la vez —estrechamente ligada a esto— el ingrediente que la termina de definir es la corrupción. La inocencia se ha perdido. Hasta el que tiene hambre ahora cuestiona: ¿qué motivos hay detrás de la mano del que le ofrece un bocado?

Nada más basta observar las decisiones en el mundo de las grandes corporaciones, en donde personas en posición de influencia utilizan todos los mecanismos a su alcance para beneficiar a sus socios comerciales o para amasar fortunas exorbitantes, muchas veces lo suficientemente altas que, utilizadas bajo otra perspectiva, pudieran resolver problemas de infraestructura o estabilizar los sistemas de salud en algunos países subdesarrollados.

En América Latina sobran los ejemplos, en los últimos 20 años, en donde el acomodo personal de los que han ejercido el poder político y económico se ha contrapuesto al bienestar de sus pueblos. Familias enteras involucradas en asuntos de abuso del poder y de la confianza de la ciudadanía.

Tanto electores como aspirantes a puestos de servicio público, podemos decidir por lo correcto o el juegavivo. Y en ese ejercicio es donde se resuelve a diario la inmortalidad de donde será difícil escapar. Muy bien lo dijo Saramago: ‘Los buenos y los malos resultados de nuestros dichos y obras se van distribuyendo, [...] por todos los días del futuro, incluyendo aquellos, infinitos, en los que ya no estaremos aquí para poder comprobarlo, para congratularnos o para pedir perdón, hay quien dice que esa es la inmortalidad de la que tanto se habla'.

Cada quien es dueño de los resultados a la hora de escoger; ya nos hemos equivocado bastante. Los electores debemos asumir nuestra parte de la responsabilidad del deterioro que experimentamos. Nos pinta como somos a estas alturas de la historia humana. Y para los aspirantes a gobernarnos, lo dicho por Saramago es el concepto de inmortalidad que deberá subrayar el servicio de los que pretenden dirigirnos: la preocupación y el respeto por dejar un legado positivo para cuando ya no estemos aquí.

COMUNICADOR SOCIAL.

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