• 23/12/2018 01:02

El ritual de la cena navideña

‘A pesar de toda la alegría [...] que nos genera la cena navideña, siempre no causa cierta melancolía [...]. Es que en esa ocasión, todos como familia, tratamos la comida como realmente importa [...]'

Días atrás vi a una persona sentado en la barra de una cafetería bebiendo sorbos alternamente de una lata de soda y una taza de café y me pregunté si así es como se hace ahora. Definitivamente, ya nada sorprende cuando se trata de romper las reglas de la mesa, porque pareciera que ya no hubiera más reglas que romper. He visto a personas pedir ensalada de vegetales y dulce de chocolate y comerse el pastel primero. Igual a gente que come papas fritas para el postre y macarrones para el desayuno, y nadie parpadea. Lo cierto es que comer tres comidas estructuradas al día, sentado en una mesa, es casi una cosa del pasado.

Pero todavía hay una gran excepción a esta anarquía gastronómica: la cena navideña. Cuando comemos en Nochebuena, nos convertimos en comensales completamente diferentes, con opiniones profundas y dogmáticas sobre lo que se debe servir y comer. Por más de cuarenta años seguidos, mi cena navideña ha sido en casa de Nany, siempre con pavo perfectamente asado, relleno meticulosamente montado, filete de res al punto, pierna de puerco jugosa, jamón glaseado con clavitos de olor, tamal de olla, arroz con guandú y pan de moña cortado a mano.

Con el tiempo, la cena se ha adaptado a los gustos modernos y el repertorio se ha ampliado con ensalada Waldorf, ceviche de corvina y manzanas, langostinos en salsa rosada, taquitos mexicanos y empanaditas de queso de Yuyi. Lo que no ha cambiado es la puntualidad con que inicia la oración de gracias y se sirve la comida.

Tal vez la emoción por la cena navideña ha aumentado precisamente porque el resto de las comidas están despojadas de rituales (excepto, tal vez, el ‘wheatgrass' que tomo todas las mañanas). Y porque también la cena del 24 de diciembre, además de la comida que servimos, tiene mucho que ver con la religión y la tradición cristiana que seguimos.

En las comidas diarias nos hemos visto privados del ritual y a veces pareciera que la vida ha perdido sus ritmos. En Navidad es la única época del año en que sabemos lo que estamos destinados a comer, colectivamente, y en estos tiempos de incertidumbre, esto otorga una maravillosa sensación de seguridad y calma. En tiempos pasados, todo el año estaba salpicado de comidas festivas y momentos de dulzura y celebración. Había fiestas de cosecha y fiestas de verano, fiestas de matanzas y días de santos. La gente solía comer banquetes para el Carnaval que precedía a la Cuaresma y cada región tenía su propia versión de platos y postres. Pero ahora no es lo mismo, especialmente cuando podemos comprar un Cinnabon cualquier día de la semana y cualquier hora del día.

Una realidad moderna que ha matado estas costumbres estacionales es el suministro global de alimentos, que difumina la conciencia sobre ciertos alimentos que pertenecen a meses particulares. Es un lujo tener acceso a frutas y verduras los doce meses del año, pero esta ubicuidad también opaca la magia de la anticipación.

No es de extrañar que a veces exageremos con nuestra cena navideña, pero es la única del año en que los rituales todavía significan algo. El menú trata de reclamar algunos de estas tradiciones perdidas, como la terminación del año, el inicio de la estación seca y, por supuesto, la celebración del nacimiento del niño Dios. Y comer en familia devuelve a la mesa algo que casi se ha perdido totalmente, y es la privación de la mitad del valor de la comida cuando comemos solos. Para la mayoría de las familias, en una semana laboral normal, es casi imposible coordinar las comidas, y mucho menos reunir a todos alrededor de una mesa.

Igualmente, en la cena navideña podemos despreocuparnos por el contenido de carbohidratos y de la cantidad de polvo de leche sobre los ‘brownies' de chocolate. Y por única vez en el año, la porción del plato deja de ser relevante para los ojos de los demás.

A pesar de toda la alegría y los placeres que nos genera la cena navideña, siempre nos causa cierta melancolía (y no solo por la espera del ron ponche hasta el próximo año). Es que en esa ocasión, todos como familia, tratamos la comida como realmente importa. Y porque luego volveremos a la vida normal, donde el tema de qué cocinar desciende en la lista de prioridades más abajo que la importancia del número en una bola de golf.

EL AUTOR ES EMPRESARIO, CONSULTOR EN NUTRICIÓN Y ASESOR EN SALUD PÚBLICA.

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