• 25/12/2018 01:00

La Navidad en que María ‘Pantalones' Carter perdió los juguetes

Se despertó a las 3:45 de la mañana del día 20, se hizo un café, se bañó, buscó un ‘short' que le quedara holgado, pues hacia días sentía que le dolía la cadera

Eran las 8:37 de la noche del 19 de diciembre de 1989, Maud se levantó de la sala de su casa en la Barriada San Pedro, esa noche, igual que muchas otras, por el cansancio del día era la televisión quien le miraba a ella, en vez de ella mirar la televisión. Se despertó sin que uno de sus hijos le dijera —'mamá, vete a dormir a tu cama'—, fue a su cuarto y de la mesa de noche tomó un viejo rosario, lo apretó en sus manos y empezó a rezar; sin darse cuenta rezaba en inglés, francés, español y ‘patois', esta última, lengua que aprendió de sus abuelos, de esa manera rezaba siempre, alguna vez nos confesó en la Plaza de Catedral que rezando de esa manera se aseguraba de que Dios la escuchara. Terminó de rezar, fue a la cocina por un vaso de agua y regresó para acostarse, mientras conciliaba el sueño, pensó que aún le faltaban algunas cosas para completar los regalos de Navidad y, entre nombres de posibles donantes, se durmió plácidamente.

Se despertó a las 3:45 de la mañana del día 20, se hizo un café, se bañó, buscó un ‘short' que le quedara holgado, pues hacia días sentía que le dolía la cadera, no quería ir al médico, pues siempre le decían: ‘Baja el ritmo, que no eres una chiquilla'. Eran las 4:23 cuando salió de su casa caminando, sus planes eran llegar a las 5:30 de la mañana a la iglesia del Carmen, para escuchar la misa de las 6 de la mañana, al ir caminando hacia la vía Domingo Díaz, en donde tomaría el bus hacia la iglesia, sintió la brisa fría y un silencio inusual –debe ser porque es diciembre, pensó para sí–, tampoco los vecinos estaban levantados, aunque le pareció raro, pues era miércoles, a mitad de semana, no le dio importancia y siguió caminando, pensando en que Calitín, su hijo menor, ‘cogiera seriedad' y terminara la universidad, en silencio se lo encomendó a la Virgen Del Carmen, de quien era devota.

Al llegar a la vía principal, le paró un taxista que la conocía, ¿y quién no conocía a María ‘Pantalones' Carter? La llamó: ‘María, ¿para dónde vas?', ella, sin prisa, le respondió: ‘voy a la iglesia del Carmen'; el taxista se detuvo a su lado y le dijo: ‘María, ¿no sabes que anoche los gringos invadieron', hay bombardeo. María solo le limitó, con una sonrisa, a decir: ‘No jodas, llévame a vía España y ayúdame con una rifa para este miércoles, por 0.50 te ganas una canasta de comida, mira que tiene de todo'.

El taxista todo el camino iba hablando solo, narrando cómo los gringos habían invadido, que había muertos, combates, que en radio Libertad se hacían llamados a la población a resistir, que los batallones de la dignidad y codepadis, se presentaran a los cuarteles y repetían una y otra vez –clave jamón, clave jamón–, la consigna para iniciar la guerra de guerrillas. María iba absorta en pensamientos, aún le faltaban regalos, para los niños de El Chorrillo, Santana, Calidonia y el Hogar de la Infancia, las bolsas de comida para los viejitos de El Chorrillo y Catedral. El taxista la dejó en la puerta de la iglesia, y sin que María lo escuchara la bendijo y la encomendó a Dios. Mientras caminaba a la puerta, podía escuchar ruidos como de fuegos artificiales, tocó la puerta y el cura asombrado le pregunto ‘¿Qué haces aquí? Los gringos invadieron anoche'. María no atinaba a ordenar sus pensamientos, ¿invasión?, ¿qué invasión?, ¿qué les pasa a esos gringos, es Navidad? El cura asustado le dijo ‘pasa, hay hombres armados afuera', desde ese momento se quedó tres días en la iglesia, ayudó con la limpieza, la comida, las misas, con los que iban por ayuda y a algunos heridos. Años después recordaba mientras reía: ‘Me puse a ayudar en la iglesia y olvidé que en casa no había comida, pero mis amigos pasaban y le dejaban comida a mis hijos'; y así era, pues ver a los hijos de Maud era verla a ella.

El día 22 caminó desde la iglesia del Carmen a El Chorrillo, allí ella tenía un cuarto desde hacía mucho tiempo, en él guardaba una parte de los juguetes que repartiría en diciembre y en el Día de Reyes, en ese pequeño cuarto, de 18 metros cuadrados, tenía una cama para descansar alguna vez, nunca la usó, pero en ella durmió medio barrio cuando hubo necesidad. Caminó por toda la avenida Central, miraba en silencio los almacenes con sus grandes vidrieras rotas, restos de mercancía del saqueo en la calle, cajetas, ganchos. Afuera del almacén Garbo, tiradas en el piso había dos muñecas Barbies en su caja, se agachó con dificultad y las agarró, las sacó de la cajeta y las puso en su bolsa, se las reservó a Jacqueline, la niña sordomuda de calle 21.

Al llegar a la Caja de Ahorros, de la avenida Central, tomó la calle 17 Oeste para llegar hasta Plaza Amador, en donde dobló en la avenida A, había tanquetas con soldados, chiquillos y adultos mirando en silencio, María no podía creer cuando se paró en la esquina de la calle 23 lo que veía, el cuartel central destruido, algunas casas de madera aún humeantes, gruesas lágrimas brotaron de sus ojos mientras caminaba, sentía el corazón oprimido, rezaba el Padrenuestro mientras pensaba en sus amigos y conocidos de El Chorrillo, se paró entre calle 26 y 27 y mirando hacia el mar, se dejó llevar por un llanto solitario, su Chorrillo ya no existía, se sentó en el borde de la acera y pensó que en ese año fue candidata a representante de El Chorrillo y su propia gente no votó por ella, pero era su barrio, ese barrio que adoptó cuando iba de su casa en La Boca hacia el barrio en donde halló la razón de su vida –los niños–, Maud Catherine Carter, recordó esa mañana que fue por El Chorrillo que cambió su nombre a María, más fácil de pronunciar, fue en El Chorrillo donde se ganó con amor su apodo de ‘María Pantalones' por usar esta prenda de vestir en una época en que las mujeres tenían limitaciones en el vestir. Ese apodo lo llevó con honor toda su vida, y al grito de ‘María Pantalones', levantaba la mano, pero muy pocas veces sonreía, solo miraba fijamente a quien la saludaba y con una gracia convincente pedía que le compraran la rifa, con la que obtenía fondos para comprar juguetes, regalos y comida para su gente de El Chorrillo.

Se quemó El Chorrillo, lo quemaron las bombas, y se quemaron los juguetes que María guardaba en su cuarto de El Chorrillo, sentada aún, sobre el borde de la acera, miró al cielo, sonrió y recordó que en un espacio de la iglesia del Carmen guardaba algunos juguetes y regalos, miró nuevamente hacia calle 27 y en voz alta se preguntó ‘¿Qué cenarán los chorrilleros?'. En el cuarto habían ya 483 bolsas de comida para ser distribuidas entre los que menos tenían. Sintió el sabor a sal de sus lágrimas, no podía parar de llorar, mientras se preguntaba dónde estaban sus amistades, sus amigos. A partir de ese día, cada vez que iba a El Chorrillo volvía a sentir como el dolor de la desolación que vio esa mañana a las 10, ya no lloraba, ahora solo sentía nostalgia y rabia por la manera despiadada y brutal con que se sometió a su viejo barrio.

Maud Catherine Carter y su alter ego María ‘Pantalones' Carter, repartió sus juguetes que aún le quedaban en el Hogar de la Infancia, los niños a la espera y ella con voz enérgica llena de cariño les decía ‘hagan fila, hay regalos para todos', dejó unos pocos regalos para repartirlos en el mercado público. Landon Ringrose, había sido uno de los niños que creció en El Chorrillo, ahora como adulto tenía una fonda, llamó a María, le brindó comida y ella con ese corazón enorme que tenía le dijo: ‘Oye Landon, pueden ser 5 comidas, mira que llegaron 4 pela'os a buscar juguete acá y yo sé que no han comido'. La respuesta no se dejo esperar: ‘Dale María, que vengan, pero me tienes que abrazar'.

En la Navidad del 90 retomó su entrega de regalos, pero ya El Chorrillo no volvió a ser el mismo, 83 años antes un extraño pisó la corriente del chorrillo y este se secó y ahora había desaparecido el barrio, abatido por el mismo extraño, la Navidad de 1989 fue la única vez en 50 años que María no le llevó juguetes a los niños de El Chorrillo, ella siguió hasta la Navidad del 2012, ya con un agresivo cáncer de páncreas que se la llevó al lado del Creador.

Imaginemos a Maud Catherine Carter, parada frente a san Pedro y con su tono de voz suave, pero enérgico con el que abordo a ministros, obispos y presidentes, decir: ‘Dile a Dios que llegó María Carter, dame mis alas y mi aureola, ¿puedo vender mis rifas aquí? He dicho'.

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