• 04/12/2019 00:00

Diálogo de sordos

En mi último artículo, “Las explosiones sociales, llegaron para quedarse”, manifesté que: “. . . , los ciudadanos han llegado al límite, perciben que el sistema democrático no está ofreciendo las respuestas y soluciones a sus requerimientos, por lo tanto, al sentirse al límite, explotan”, reflexión realizada como consecuencia de las convulsiones sociales que se han presentado en varios países de Latinoamérica.

En mi último artículo, “Las explosiones sociales, llegaron para quedarse”, manifesté que: “..., los ciudadanos han llegado al límite, perciben que el sistema democrático no está ofreciendo las respuestas y soluciones a sus requerimientos, por lo tanto, al sentirse al límite, explotan”, reflexión realizada como consecuencia de las convulsiones sociales que se han presentado en varios países de Latinoamérica.

El pasado 21 de noviembre la oleada continuó en Colombia. Si bien, lo programado era un paro nacional para protestar contra las políticas económicas y ambientales del presidente Duque, además del manejo que el Gobierno le ha dado al conflicto armado interno con los disidentes de las FARC, a la corrupción y la falta de protección a los líderes sociales, una jornada de protesta que se presumía pacífica, se produjeron brotes de violencia, generando destrozos en la infraestructura urbana y en propiedades privadas, en algunas ciudades.

Ahora, el Gobierno del presidente Duque reaccionó con equivocado manejo de la situación. El uso desmedido de la fuerza por parte de los organismos de seguridad, por un lado, y, las intervenciones del presidente en cadena nacional, donde, desde el lenguaje corporal, facial y sus palabras, evidenciaron una desconexión con lo que estaba sucediendo en las calles.

Tratando de presentarse como un mandatario fuerte y en control de la situación, el presidente expide una norma autorizando a los alcaldes para decretar el toque de queda en las regiones, además, manifestó estar dispuesto a conversar sobre la “agenda del Gobierno” convocando a un gran diálogo nacional para dentro de cinco días.

Por supuesto esta respuesta del presidente Duque exacerbó los ánimos de la población, generando mayor indignación de los ciudadanos, y mayor acción de protesta en los días subsiguientes, con lo cual el Gobierno tuvo que reaccionar adelantando la oferta del diálogo.

En reunión del Gobierno nacional con los alcaldes y gobernadores recién electos, el presidente Duque manifestó: “Le dije a los colombianos, hace dos días, que, Colombia necesita abrir una gran conversación. Es una gran conversación plural, es una conversación de todos y con todos...”, planteando así un diálogo nacional que lo llevará a recorrer todo el país hasta el 15 de marzo. Aquí, se evidencia que no hay peor sordo que el que no quiere oír.

Plantea entonces el Gobierno hacer diferentes eventos en todo el territorio para “hablar” de “el crecimiento con equidad”, pero, en paralelo, presenta ante el Congreso una reforma tributaria que le rebaja casi seis mil millones de dólares en impuestos a los grandes empresarios y a cambio, les coloca a las personas naturales un impuesto confiscatorio sobre el patrimonio, lo que implica que, en veinte años las personas tendrían una pérdida patrimonial estimada en un 20 %. Se extiende la sordera.

De otro lado, el Gobierno quiere hablar de “transparencia y lucha contra la corrupción”, pero, omitió acciones para sacar adelante el proyecto de ley anticorrupción en el Congreso.

Planea hablar de “educación”, sin embargo, aún no cumple todos los compromisos que adquirió con los estudiantes el año pasado.

Dice querer dialogar sobre “la Paz con legalidad”, pero, los violentos siguen asesinando excombatientes desmovilizados de las Farc, así como líderes sociales de las zonas más remotas y deprimidas de Colombia. Tampoco ha cumplido los acuerdos alcanzados con los sectores indígenas y campesinos el año pasado.

Proponen debatir sobre “el medio ambiente”, pero siguen adelante con el plan del uso del glifosato como método para la eliminación de la coca; Igualmente, avanzan con el “fracking” para la extracción de gas y petróleo del subsuelo. Continua la sordera.

Mientras esto sucede, el Comité Nacional del Paro se levanta de la mesa de diálogo manifestando que, bajo esas condiciones no conversarán.

Las posturas se enfocan en los intereses individuales y en las diferencias que mantienen las partes, en vez de enfocarse en escuchar al otro, y en los puntos de encuentro, en los puntos que verdaderamente son de interés para el ciudadano. ¿Quieren las partes lo mejor para los colombianos? Si este no es el punto central de las discusiones, entonces estarán ante un diálogo de sordos, que nada bueno traerá al país, generando que Colombia continúe como uno de los países más desiguales del mundo.

El diálogo, es básicamente escuchar activamente al otro. La sordera, ya sabemos qué es y, también sabemos que no es buena consejera.

Las fuerzas vivas del país —políticas, económicas, gremiales, empresariales, sociales, académicas— tienen ante sí la enorme responsabilidad de transformar este hermoso país y, dar muestra de un verdadero liderazgo moderno, superando el diálogo de sordos.

Consultor político; en Twitter: @OrlandoGoncal.
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