• 09/12/2019 00:00

'Emojines, emoticones y stickers'

“Es inaceptable que [...] tengamos que conformarnos con monosílabos o palabras sueltas como respuesta [...]”

Después de mucho excusar a la parentela y amistades, llegué a la conclusión de que no volvería a comunicarme con quienes respondieran a mis mensajes de texto con “emojines, emoticones y stickers”: clara manifestación de pereza mental, descortesía y ningún aprecio por quien inició la plática, en este caso, mi persona.

Confieso que me interesa la tecnología y sus aplicaciones en la vida moderna; reconozco su gran contribución en los progresos alcanzados por el saber humano durante los últimos años, pero me preocupa la falta de calor sensible en las relaciones interpersonales de quienes usan aparatos inteligentes, como medio de comunicación y el empleo desmedido de las figurillas que hoy se manejan, no importa el nombre que se les asigne. Me inquieta el daño causado a las relaciones humanas por la falta de interés y la frialdad de los participantes a la hora de interactuar con sus congéneres.

Es inaceptable que quienes vivimos este momento de tanto progreso tengamos que conformarnos con monosílabos o palabras sueltas como respuesta, que en algunos casos no llegan al alma y menos a la inteligencia. ¿Será que ciertos participantes no tienen nada que aportar sobre el tema abordado o miedo a exhibir su falta de cultura e instrucción, su mal dominio e inseguridad en el aspecto ortográfico o a la sintaxis o a la propiedad o la corrección y que por su terror responden con “emojines, stickers o emoticones”?

Estamos tocando fondo y se hace necesario hacer un alto y exigir tratos personales fundamentados en elaboración y transmisión de recados que sean portadores de pensamientos, conocimientos, consideraciones personales o sentimentales. Somos seres humanos con deseos de procesar sobre asuntos concernientes a quienes son nuestras circunstancias. Nos ponemos al habla con seres que sienten: ríen, lloran, hacen muecas causadas por mil razones, pero sobre todo con interés por saber de los demás y que también sepan de ellos.

¿Será que estamos condenados a vivir de indicios y sugerencias, que no son malos o será que vivimos un momento desconocedor del maravilloso tesoro que es el universo discursivo cuyo mejor propietario es el ente humano?

Ha llegado la hora de exigir respeto a la dignidad del hombre y obligarnos a dar y que nos contesten con respuestas que sean hechuras humanas en las cuales se demuestra que nos apreciamos, que nos necesitamos que estamos para respaldarnos con res peto a través de envíos repletos del calor bienhechor que promueve la interactuación dirigida no sólo a la inteligencia, sino también al corazón.

No somos robots, sino esencias de carne y hueso, militantes en la lucha contra la soledad que tanto daño ha hecho al existir en este último siglo; no coexistimos para estar enclavados en un cosmos vacío, sino sujetos que ocupamos espacios que podemos mejorar para convivir en paz. No somos dioses poseedores de a última palabra ni de la verdad absoluta, que coexistimos y que en esta realidad estamos sujetos a cometer errores. Somos animales racionales dispuestos a rectificar, solicitantes solicitantes de la ayuda a los demás, porque queremos que ellos sean parte de nuestras vidas y viceversa.

Necesitamos sumergirnos conjuntamente en el cavilar profundo para ver si dejamos un legado positivo a la humanidad. No pasemos por la vida sin dejar huellas, sino que al final tengamos verdadera conciencia de que hemos vivido haciendo el bien, fortaleciendo los valores éticos, solidificando la piedra angular de la democracia en la que debemos vivir sin discriminaciones y con la mayor equidad posible.

Se me ocurre que esa forma de conducta revela ninguna cortesía, negación al diálogo, pereza mental, poco o ningún respeto por el parentesco o la familiaridad.

Periodista
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