• 14/12/2019 00:00

Cada uno libra sus propias batallas

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Llegó el último mes del año y comenzamos a pensar en lo que logramos y en las otras cosas que siquiera alcanzamos a hacer. Muchas de esas cosas que pensamos se transformaron en hicimos realidad. ¿Tuviste consciencia de que lo primero es una idea, y que estas luego se transforman en realidad? Hubo otros pensamientos que siquiera concretamos. ¿Por qué no ocurrió lo que pensamos? ¿Sería que no persistimos en la idea, o simplemente lo procrastinamos o lo dejamos para después o para cuando ocurra? El haber pospuesto las tareas en el cajón “para después” no te llevó a alcanzar la meta. Lo alcanzado, significó que construiste el escenario para que esto fuese realidad.

Algunos de nosotros, alejados de las lucecitas de la cinta costera, de los arbolitos alambrados, miramos al interior de nosotros mismos y pensamos sobre qué realmente sucedió. ¿Qué pasó con la gente que nos rodeó? ¿Con aquellas personas que llegaron nuevos a nuestras vidas, incluso con aquellas que hemos venido atesorando en el viaje de la vida? ¿Recuerdas haber mirado a los ojos y conectado con el otro desde la profundidad del corazón? ¿O simplemente respondiste automáticamente al “¿Cómo estás?”. Con una reacción de “bien, gracias, ¿y tú?”. Fuiste sincero contigo mismo y te conectaste con el corazón. ¿Recibiste a esta persona aceptando la carga que ella traía con ella misma; reconociendo que tanto ella como tú están en una misma guerra de la vida, librando una batalla tras otra? Bien dicen por allí que cada uno de nosotros carga su propia cruz. Incluso llegas a pensar que tu cruz es más pesada que la del otro. Pues, estás equivocado, todas las cruces son pesadas y la tuya no pesa más que la otra. Simplemente son eso, nuestras cruces personales. Al aceptar al otro con el corazón y mirándolo a los ojos, reconociendo su mortalidad, sus miedos y tristezas estás siendo compasivo con él. Estás recibiendo al otro desde su condición de persona y estás teniendo, incluso, compasión contigo mismo. Es la forma de llevar el peso de nosotros mismo y reconocer el esfuerzo del otro en llevar el propio.

¿Reconoces todos los haberes que te acompañan en la vida, cada mañana y todas en la que por el milagro de vida, abres los ojos y despiertas? Estas rodeado de afectos, incluso aquellos peludos con uñas y dientes que te muerden el dedo gordo del pie antes que el despertador repique para anunciar el inicio de otra cotidianidad. ¿Tomaste café? ¿Había agua en el chorro de la ducha? ¿Pensaste en las tareas que te esperaban antes de que el alba rompiera con las primeras luces de ese amanecer milagroso. Sí, todos los días son un milagro. Todas las cosas que te acompañan también lo son. ¿Diste gracias por todo ello? ¿O te quejaste ?

La gratitud es la emoción mágica que rompe con todas los desdichas del mundo. Al momento que te conectas con ella, todo se transforma. La queja entristece, así que ni siquiera la practiques. Deséchala de tu sistema. Las gracias hacen que te conectes con tu realidad, por grande o por chica que sea; esa realidad que has logrado con el pensamiento y que con tus actos hiciste verdad. Es la misma gratitud que te hace reconocer en el otro tu propia condición humana. Es esa misma gratitud que te lleva por el camino de la aceptación y que te hace compasivo y misericordioso.

Para terminar el año y comenzar el que entra te invito a que no te hagas juicios y tampoco lo hagas a los demás. Acéptate a ti y al otro. Te invito a que te muevas desde tus pensamientos hacia la construcción de tu propia realidad. Da gracias. Piensa primero, desea un futuro próspero, actúa y cambia tu realidad. Acepta al otro y a ti mismo. Genera la condición, construye tus sueños. No dejes nada para después... agradece. La vida es ahora. Vívela y te aseguro que será en amor.

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