• 25/01/2020 00:00

La medicalización de la muerte y sus excesos

Es loable querer postergar la muerte lo más que se pueda, dentro de límites razonables, pero pasado el límite de lo razonable, toca aceptarla...

En Inglaterra, una enfermera ha sido suspendida por no dar resucitación pulmonar a una anciana de 89 años con múltiples comorbilidades y en estado frágil. El hecho ocurrió en agosto de 2019. La anciana no había dejado documento de voluntad anticipada con instrucción de no resucitar.

Las políticas del hogar de ancianos en cuestión indican que en caso de colapso súbito, se debe intentar la resucitación cardiopulmonar (RCP), salvo que la persona haya dejado un documento de voluntad anticipada que expresamente indique la no resucitación. La enfermera no siguió el procedimiento establecido y por eso fue suspendida. Sin embargo, en twitter muchos médicos han comentado el caso y en general han sido críticos con la suspensión de la enfermera. Estamos hablando, después de todo, de alguien ya en el crepúsculo de su vida. ¿Acaso creemos que podemos vencer a la muerte?

En agosto del año pasado hubo otro caso en España. Guillermina Feniche Gómez, de 78 años, con demencia en estado avanzado, ya con disfagia total que le impedía tragar cualquier alimento. En demencia, cuando llega la disfagia, pronto viene la muerte, pues la vida no se puede sostener por mucho tiempo sin alimento. Hay unas intervenciones que permiten la alimentación parenteral, ya sea a través de sondas nasográstricas (a través de la nariz, luego por el esófago y hacia el estómago), o de una gastrostomía percutánea, que consiste en insertar un tubo a través de una perforación abdominal para llegar al estómago. En ambos casos, la idea es alimentar de forma artificial a la persona que ya no puede deglutir.

Las sociedades geriátricas en todo el mundo recomiendan en contra de estas intervenciones en casos de disfagia acaecida por demencia. La razón es que para tales casos, la evidencia científica no respalda el que estas intervenciones posterguen la muerte de la persona, y en cambio sí la someten a riesgos de efectos adversos importantes. Son intervenciones que pueden ser de mucha utilidad para salvar una vida joven que, digamos por trauma, requiere ser asistida temporalmente. Pero no en casos de condiciones degenerativas ya en etapa terminal. Pues bien, el caso de Guillermina hizo noticia porque sus familiares, entendiendo la situación, decidieron no someterla a ninguna de las intervenciones antes aludidas.

La residencia privada donde estaba Guillermina interpuso acciones legales, y el juez ordenó someter a Guillermina a una intervención médica para que fuera alimentada de forma artificial. Guillermina murió los primeros días de septiembre sin recibir los cuidados paliativos que quería su hija, y siendo alimentada de manera forzosa en un caso más de encarnizamiento terapéutico.

El médico español Antoni Sitges-Serra, quien recientemente ha publicado un libro titulado 'Si puede, no vaya al médico', señala que un serio problema del enfoque moderno es que le hemos declarado la muerte a la muerte. Pretendemos hacer intervenciones heroicas en situaciones en que ya es abundantemente claro que no hay milagros que hacer y que lo que toca es aceptar lo inevitable. No se trata ya de intentar añadir décadas de vida a un niño o un adulto que confronta una crisis de aguda que, si logra ser revertida, la persona pueda llevar una vida por años o décadas más, sino de personas que claramente han llegado ya al ocaso de sus vidas. En tales situaciones, empeñarse en medidas heroicas para postergar la muerte, lejos de ser piadoso, es tortura.

Otis Brawley, médico oncólogo y expresidente de la Sociedad Americana de Cáncer, señala en su libro 'How We Do Harm' (Cómo hacemos daño) que “en parte, esto es acerca de nuestra cultura… somos de nunca darnos por vencidos… para nosotros, la muerte es una falla de la medicina. La muerte tiene que ser culpa de alguien, y somos generosos en asignar culpas. Esta ideología es injusta para con los pacientes que, como solemos decir, 'fallan' las terapias”.

En efecto, este no es un problema solo del sistema de salud, sino también un problema cultural. Es loable querer postergar la muerte lo más que se pueda, dentro de límites razonables, pero pasado el límite de lo razonable, toca aceptarla. Los casos relatados aquí pueden ser algo extremos, pero reflejan en alguna medida una actitud equivocada que tenemos en nuestra época moderna, en que casi esperamos que la medicina y la tecnología sean capaces de hacernos inmortales. Y no, eso no se puede.

Abogado
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