• 31/01/2020 04:00

Nuevos liderazgos en el siglo XXI

A lo largo de la historia de la humanidad, nos encontramos con personas que con sus acciones han distorsionado los verdaderos liderazgos, me refiero a los aduladores, que forman parte del círculo cercano de los gobernantes o de aquellos que ejercen alguna cuota de poder en la sociedad.

A lo largo de la historia de la humanidad, nos encontramos con personas que con sus acciones han distorsionado los verdaderos liderazgos, me refiero a los aduladores, que forman parte del círculo cercano de los gobernantes o de aquellos que ejercen alguna cuota de poder en la sociedad. Por lo general, los que llegan a dirigir un Estado, asociación o gremio, escogen gente de su confianza y discrecionalidad. Muchos de estos consejeros cuentan con algún grado de formación académica y méritos para los cargos que ocupan, pero carecen en ocasiones de objetividad e independencia de criterio por los niveles de sumisión.

Tienden, en tal sentido, a convertirse en aduladores del poder, son ciegos frente a los hechos e inclinan la cabeza como forma de aceptación, cada vez que el jefe toma la palabra o plantea una idea por muy incoherente que esta sea. Son incapaces de contradecirlo y acostumbran a decir: “usted está en lo correcto”, “es la mejor medida” y su “decisión será bien aceptada por todos”. En el discurrir de los tiempos son muy pocos los dirigentes que se han escapado de estas prácticas adulatorias y únicamente aquellos que tienen personalidad, trayectoria, control de decisión, compromiso y responsabilidad han podido prescindir de estos amigos del poder.

Nicolás Maquiavelo, en su famosa obra “El Príncipe”, exponía, a principios del siglo XVI, algunos consejos que debían cumplirse para evitar caer en estas andanzas de servilismo palaciego. Decía que, para evitar la adulación, había que “hacer comprender a los hombres que no ofenden al decir la verdad”; “un príncipe prudente debe rodearse de los hombres de buen juicio de su Estado, únicos a los que dará libertad para decirle la verdad”; igual, “debe preguntar a menudo, escuchar con paciencia la verdad acerca de las cosas sobre las cuales ha interrogado y ofenderse cuando se entera de que alguien no se la ha dicho por temor”.

En Panamá y en casi todos los países del mundo hemos conocido muchos de estos cortesanos cuyos consejos se caracterizan por estar ausentes de reflexión crítica. Esto conlleva a que los líderes puedan cometer errores que son pagados con un alto precio político, social y económico, aunque tampoco quedan exentos de responsabilidad por sus desatinos.

Recuerdo las palabras del general Omar Torrijos, las cuales sintetizan todo lo escrito, cuando planteaba: “Díganme lo malo, que lo bueno ya lo sé”. En su caso, procuró rodearse de un equipo selecto de asesores que tenían una vasta trayectoria de lucha patriótica y en contra del militarismo. Los que conocieron a Torrijos, con sus errores y aciertos, indicaban que él tomaba sus propias decisiones al margen de los aduladores y le prestaba más atención a aquellos que trazaban puntos de vista contrapuestos.

Contrario a este mal proceder, el nuevo líder del siglo XXI, que responda a cualquier estamento de la sociedad, debe acompañarse de personas talentosas que sean capaces de aconsejar con serenidad, sentido crítico y alejado de temores, como bien lo señalaba Maquiavelo. Tiene que poseer, además, visión de largo plazo y saber interpretar el pulso de la nación mediante una lectura adecuada del entorno nacional e internacional y de la correlación de fuerzas sociales que gravitan en la sociedad, lo que implica, entre otros factores, mantenerse informados de las mejores fuentes.

Es también una persona que practica la democracia participativa, por ende, sabe escuchar e interpretar el sentir del conglomerado. Esta cualidad lo lleva a no tomar medidas improvisadas, ni sacadas de contexto, que lo harían retroceder de sus decisiones. Este líder no ostenta riquezas (si las tiene) y su norte de vida va direccionado al bien común mediante faenas solidarias y sin recibir nada a cambio. El cargo que ocupa está movido no por el interés tácito pecuniario, sino, por el deseo de construir, transformar y desarrollar.

Una de sus cualidades relevante es que cumple lo prometido, y si no puede, por alguna razón, ofrece explicaciones. Su discurso es inteligente, concreto, real, sustancial y propositivo. En el mismo, analiza el presente y futuro, y en los casos, que deba retrotraerse al pasado lo hace para rectificar y no justificar desaciertos cometidos. Los cuestionamientos a su gestión son respondidos con informes claros y transparentes. No teme decir, públicamente, “me equivoqué”, y, cada vez que se presenta una situación urgente, consulta con los actores y afectados para encontrar la salida más adecuada a la crisis.

Persigue de forma tenaz las injusticias, los excesos y el derroche. Administra los fondos que estén bajo su cargo con responsabilidad y lucidez. Cuando surgen restricciones económicas, es el primero en afectar sus ingresos en conjunto con todo su equipo. En resumen, este líder dice “vamos”, y no, “vayan”; su fin es alcanzar el poder para beneficiar a la colectividad y dejar fuertes pilares sociales que favorezcan a la sociedad que representa.

Abogado e historiador.
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