• 02/02/2020 04:00

Compartir con lo natural

“Han pasado casi ciento cincuenta años desde Darwin y seguimos vacilantes en el trato y en nuestra relación con la naturaleza y nuestros parientes animales”

¿Cuánto dependemos de la naturaleza? Aunque la pregunta no es capciosa ni retórica, sí involucra muchos de nuestros dilemas existenciales, porque la respuesta básica es que sin la vida animal y vegetal no habría alimentos y por eso dependemos absolutamente de ella. Pero podemos señalar además que los animales y las plantas que cultivamos para la alimentación son solo una parte marginal de la naturaleza.

La mayoría de nosotros no vemos ni apreciamos todo lo que incluye la naturaleza. Porque, si bien tenemos una sensación de que necesitamos algún contacto con los animales y las plantas, y estar al aire libre o cerca del mar, nunca nos preguntamos cómo era antes, cuando la agricultura y la pesca estaban más cerca de nosotros. Y tampoco reflexionamos sobre la forma de los árboles o el movimiento de un animal, y no solamente como una manifestación de un naturalismo sentimental.

La pregunta inicial es relevante porque muy pocos de nosotros estamos en contacto verdadero con la naturaleza como para responderla conscientemente. Y esto se debe en parte a que no sabemos realmente todo lo que involucra la naturaleza. Nos movemos en nuestros autos a lo largo de carreteras y no nos damos cuenta de que gran parte de la Tierra y el mar están cubiertos con miles de millones de plantas y animales. Escuchamos mucho sobre los peligros de la contaminación, pero resistimos la idea de cambiar nuestros hábitos de vida. No sabemos que bajo un metro cuadrado de superficie marina pueden haber ocho mil millones de diatomeas (protozoos verdes) y que en el Golfo de Panamá hay más de cuatro millones de toneladas de crustáceos copépodos diminutos (que son quizás los más numerosos de todos los animales de un grado por encima de los protozoos). Y que dentro de una hectárea de grama existen más de mil millones de insectos.

Estos datos son reveladores y debieran motivarnos para ayudar a prevenir la contaminación y destrucción de la riqueza natural y vida animal y vegetal del planeta. Pero además de estos datos, necesitamos el conocimiento sobre nuestra relación con la naturaleza. Porque a pesar de toda la ecología teórica y aplicada que existen en los libros, y toda la etología que enseñan en la escuela, seguimos sin saber bien cómo nos relacionamos con nuestros compañeros habitantes de la Tierra. Estamos acostumbrados a considerarnos como una especie superior y verdaderamente dependemos de los demás organismos inferiores. Debemos comprender que, así como podemos ser capaces de extinguir miles de especies, también podemos influir en restablecer el equilibrio natural de la vida. Y literalmente para eso, necesitamos saber mucho más sobre la vida de los animales y las plantas en nuestro planeta.

Tomemos el caso de los insectos, que son parte fundamental de la naturaleza y van desde los chinches hasta las avispas. Muchos zoólogos creen que las personas pueden aprender mucho del estudio de los insectos, especialmente sobre el problema poblacional y hacinamiento, las actitudes sociales y la agresión. Nuestro paralelismo con las sociedades de insectos es notorio. Parece ficción, pero nuestros hábitos se asemejan a lo de muchos animales inferiores en aspectos triviales como trabajar en equipo y pelear en guerras. Las hormigas y las abejas han estado haciendo lo propio durante millones de años.

Han pasado casi ciento cincuenta años desde Darwin y seguimos vacilantes en el trato y en nuestra relación con la naturaleza y nuestros parientes animales. Sabemos que somos parte de la naturaleza y, sin embargo, algo en nosotros parece querer optar por un camino diferente. Nuestro idioma, tradiciones y costumbres solían estar profundamente conectadas con los animales y las plantas de las que dependíamos para vivir. Pero, como dijo Grant Watson, mientras el hombre domina a los brutos, algo de lo bruto nos invade. Con lo cual, necesitamos más conocimiento de los animales y las plantas, pero también de nosotros mismos.

En los últimos años, a través de la bioquímica y la ingeniería biológica, se ha demostrado que el código de instrucciones de todas las formas de vida, desde las bacterias hasta los mamíferos, está escrito en un lenguaje común. La base de nucleótidos que sirve para agregar un aminoácido dado a las proteínas del tronco de un árbol de secuoya, es el mismo que se usa en el cerebro de un humano. De hecho, ésta es la demostración más fehaciente de que todos tenemos un parentesco, tan romántico como pueda sonar, pero tan simple y directo para que cualquiera pueda entenderlo.

Empresario, consultor de nutrición y asesor en salud pública.
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