• 08/02/2020 04:00

Ocultar determinaciones de clases o apaga la luz y vámonos

“[...] recuerdo a una amiga dirigente feminista de los años setenta, cuando me decía [...], que le preocupaba el giro que comenzaban a tomar los movimientos de defensa de los derechos de la mujer [...]”

No quiero desaprovechar este espacio para dar público agradecimiento a todas las personas que han acogido con beneplácito mi última obra de antología, titulada “75 dardos para el combate ideológico”. Me han hecho pensar en tan breve tiempo en reimprimir más ejemplares por la acogida del primero, quedando solo los que las librerías de la Universidad de Panamá y Cultural panameña poseen en su haber para la venta.

Entrando en la materia de hoy, recuerdo a una amiga dirigente feminista de los años setenta, cuando me decía a inicios de la década de los 90, que le preocupaba el giro que comenzaban a tomar los movimientos de defensa de los derechos de la mujer, que soslayaban la contradicción social principal, acicate, moldeadora de la discriminación y relaciones de dominación, a saber, las determinaciones que se derivaban de la pertenencia y práctica de las clases sociales. “Hoy —me decía en ese momento esta referente olvidada del feminismo, Teodora “Chachi” Rodríguez— pareciera que han vencido las corrientes de distracción de la realidad en las políticas públicas y hasta en los movimientos de mujeres, generando en ocasiones luchas entre géneros, olvidándose que a ambos —hombre y mujer— hay que liberarlos de la misma matriz que atiza sus relaciones de dominación”.

Sin mayores estudios especializados sobre temas de la desigualdad social, más que su experiencia y pensamiento crítico, la activista Chachi me indujo a preguntarme: ¿Entre un hombre y una mujer, quién es más discriminado? En general, yo diría que el hombre. Ella me corregía: “depende, a cuál clase y por cuál clase social opta en su práctica. Por ejemplo, entre una mujer rica y un jornalero, ¿quién es más discriminado o sometido?”. Respuesta ineludible: la mujer rica somete al hombre jornalero y este sufre mayor discriminación que la mujer de esta condición social.

Ahora bien, esta realidad cotidiana nos sugiere que hay un tipo de relaciones que está por encima de las relaciones de dominación de género, esta no es otra que las relaciones de clase social. Ergo, la lucha principal, no puede plantearse contra los hombres —“que son tan bellos”, me decía Chachi—, sino de ambos contra aquel tipo de relaciones que azuza las discriminaciones, incluida la de la mujer por hombres y entre sí —la patrona rica o de clase media cuando discrimina a su asalariada doméstica— y esa es la que alude a la dominación de una clase por otra; a nivel local o internacional.

Esta misma lógica de pensamiento —absolutamente crítico— cabe para otros tipos de movimientos reivindicativos, como en el caso de la discriminación de etnias, nacionalidades u otras. Cabría hacer la pregunta formulada anteriormente, también sobre estas discriminaciones: Entre un hombre indígena y una mujer blanca de familia terrateniente ¿quién es más discriminado? Pues, al menos en América Latina, son los hombres indígenas.

En esto de la discriminación étnica —como me dice mi hija— si Franklin Robinson hubiera seguido siendo el simple vecino de Colonias del Prado donde vive su familia, aún le seguirían negando la entrada a ciertas discotecas de élites de la ciudad, donde ahora tiene paso expedito. No cambió su tez negra, solo mejoró su estatus socioeconómico.

La historia nos enseña que, mientras Martin Luther King luchaba por los derechos de la etnia negra, los poderes reales de ese país no le paraban bola —incluso se han asegurado de que lo vean así las siguientes generaciones— solo cuando comenzó a unir la causa étnica con la de la pertenencia a las clases trabajadoras, fue que provocó la irritación de las élites poderosas estadounidenses.

Hoy, tengo la preocupación de mi amiga Chachi Rodríguez, en el sentido de que mis colegas locales y de prestigiosos organismos académicos internacionales, hablan de estudiar los movimientos de derechos de la mujer, indígenas, afrodescendientes, jóvenes y demás, para alcanzar la superación de las discriminaciones que sufren, sin hacer la más mínima alusión al hecho sociológico e histórico que condiciona y fomenta su no superación y desarrollo, tal es, las determinaciones que se originan en las relaciones entre las clases sociales. Soslayando las investigaciones empíricas y razonamientos críticos de Frantz Fanon, Paulo Freire, Stavenhagen, Chomsky u otros, que hablan de cómo se recrean esos procesos de dominación de clase en unidades de menor escala en la sociedad. Si esta clase de sesgo se hace avasalladora en nuestras academias y foros de ciencias sociales... mejor ¡apaga la luz y vámonos!

Sociólogo, investigador y docente.
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