• 14/03/2020 04:00

Italia recuerda y el mundo tiembla

¿Quién de los amantes de la literatura y del buen cine no recuerda la obra del medioevo tardío de Boccaccio, titulada “El Decamerón”?

¿Quién de los amantes de la literatura y del buen cine no recuerda la obra del medioevo tardío de Boccaccio, titulada “El Decamerón”? La mencionada obra relata la experiencia de unos jóvenes que, huyendo de la Peste Negra, se refugian en un viejo edificio del cual no salen y se entretienen relatándose cuentos por turnos de diez días (de ahí el “deca”); También esa obra dio lugar en 1971 a una película con el mismo tema dirigida por Pasolini; o podemos tal vez recordar la “Armada Brancaleone” de Monicelli y por supuesto, con la actuación de Vitorio Gassman; todas tienen en común que se instalan sobre la crisis generada por la peste negra y las cuarentenas obligatorias o autoimpuestas para impedir la diseminación del mal.

Aquella peste negra o muerte negra se refiere a la pandemia de peste bubónica más devastadora en la historia de la humanidad que afectó a Eurasia en el siglo XIV y que alcanzó su punto máximo entre 1347 y 1353. Un tercio de la población europea sucumbió ante la peste.

Las cruzadas cristianas hacia el Levante musulmán produjeron un intercambio insospechado: En Medio Oriente los caballeros cristianos obtuvieron ganancias por cuantiosos saqueos, además de su ulterior contribución temática a la industria fílmica que abordó el tema de las cruzadas. En aquel momento, Europa pugnaba por salir del atraso medieval y las riquezas de Oriente dieron impulso a la acumulación que permitiría el posterior Renacimiento. En aquel intercambio desigual, los cruzados se volvieron ricos y postraron económicamente al Medio Oriente, pero los navíos cruzados llevaban con su carga las ratas atraídas desde su medio endémico y sobre ellas saltaban alegremente las pulgas arrancadas de aquel medio. Plata y Peste volvieron juntas en 1291 en la octava y última cruzada contra el Levante y después de 60 años ya se había producido la acumulación para la explosión de la Peste Negra.

Hacemos la salvedad de que nos referimos a las cruzadas contra el Levante, ya que además de esta se dieron otras dos oprobiosas cruzadas: la que se dio contra los habitantes del rico sur de Francia, más catalanes que francos, acusados de la herejía cátara; también fue cruzada la que se dio contra los habitantes indígenas del continente americano acusados de politeísmo, pero de esos temas no nos ocuparemos ahora, aunque es menester recordar que el sarampión, traído por los conquistadores, diezmó al continente, pero desde aquí le devolvimos la sífilis.

Las consecuencias de la peste negra incluyeron una serie de trastornos religiosos, sociales y económicos que tuvieron profundos efectos en el curso de la historia europea. La Peste Negra fue una de las pandemias más devastadoras en la historia de la humanidad que alcanzó su punto máximo en Europa entre los años 1347 y 1350, con 1/3 de la población muerta. Redujo la población conocida entonces de un total estimado de 450 millones a 350 millones. Se necesitaron 80 años, y en algunas áreas más de 150 años, para que la población de Europa se recuperase. No hablaremos de la muy posterior gripe española que se dio inserta en la hecatombe de la I Guerra Mundial, resultando que los muertos de las balas ocultaron a los de la gripe.

Con estos antecedentes, nos empinamos para advertir que una epidemia, y aún más una pandemia, implican reconocer y aceptar que se va a ralentizar la actividad económica de una zona, región o todo el planeta. Esto parece ponernos sobre el tapete dos opciones: la economía o la vida. Sabemos que la respuesta lógica es la vida, sin ella no hay economía. El avance de la ciencia ha permitido a los humanos esconder estas opciones antagónicas, pero cuando la ciencia demora la respuesta la cuarentena parcial o progresiva hacia la totalidad de la economía es la respuesta natural. China tuvo que paralizar las actividades económicas en las áreas afectadas y en Panamá también se deben menguar las comunicaciones entre el foco metropolitano y el resto del país. Pero reflexionemos y asumamos que el ataque a una epidemia requiere del poder coercitivo del Estado y que el Gobierno debe tener capacidad de persuasión para que la comunidad lo acepte.

En medicina sabemos que el ataque a una enfermedad consiste en medicación, más el reposo del órgano afectado, o de todo el individuo, si es requerido. En una epidemia, que es una enfermedad colectiva, además de la protección específica del individuo, el reposo es la paralización de actividades. ¿Esta verdad de a puño la asumirá el empresariado nacional? Si este no mengua sus actividades la población le restará confianza al Gobierno de que se trate.

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