• 15/03/2020 04:00

Se ha perdido la fe en la buena fe

Los distinguidos ciudadanos Diego Domínguez C. , Eduardo Ritter A. , R. Domínguez, Jr. , Carlos A. Rodríguez, Alessandro Russo Berguido y Camilo Quintero publicaron un libro que titularon “Muestrario de Civismo” en 1949, que recoge los principales editoriales que mi padre había escrito en su Revista Épocas.

Los distinguidos ciudadanos Diego Domínguez C., Eduardo Ritter A., R. Domínguez, Jr., Carlos A. Rodríguez, Alessandro Russo Berguido y Camilo Quintero publicaron un libro que titularon “Muestrario de Civismo” en 1949, que recoge los principales editoriales que mi padre había escrito en su Revista Épocas.

Por tener hoy día plena vigencia su escrito “Se ha perdido la fe en la buena fe”, me permito reproducirlo para que la nueva generación se entere de que aún persisten en Panamá el desaliento o pesimismo que sus ciudadanos tenían, al igual que hoy, hace más de medio siglo.

“Nada consideramos tan peligroso para nuestro bienestar, para nuestro porvenir y aún para nuestra propia existencia, como el desaliento y, más que el desaliento, la duda que se ha apoderado del pueblo panameño frente a la solución de todos sus problemas. Se ha perdido por completo la fe en los hombres, en sus actuaciones y, de manera especial, en sus promesas. Además, nos hemos ido habituando insensiblemente, en ocasiones, con razón y en otras por obra de la maledicencia, a creer que existe algo pecaminoso detrás de cada gesto y algo inconfesable detrás de cada acción.

Y es preciso, ante todo, establecer que el mal viene de atrás, de muchos años atrás, que no acaba de iniciarse, como anotaría un observador apasionado, aunque es cierto que ahora se encuentra en la plenitud de su desventura. Y es preciso también dejar constancia de que esa diferencia colectiva no es obra de un solo hombre, sino de muchos hombres que no han tenido un concepto cabal de sus deberes ciudadanos, ni han comprendido que la frase insincera y la promesa engañosa, es un bumerán que regresa y mata.

Es una obligación ineludible señalar algunas de las causas de tan desconcertante actitud para iniciar cuanto antes un cambio radical, si no queremos causarle al país mayores perjuicios. Porque, ¿qué se puede hacer con un pueblo sumido en tan enorme desaliento? ¿Qué se puede alcanzar si toda iniciativa se estrella contra la indiferencia glacial de una sociedad dolorosamente enferma de pesimismo?

Es nuestra modesta opinión, que la causa primordial de todo esto radica en que el pueblo no ha encontrado en ninguna parte, ejemplos de desprendimiento que aplaudir, ni gestos de grandeza moral que celebrar. Generalmente se ha pensado que tenemos un país para beneficiarnos todos y no para que todos, aunando fuerzas, concentrando energías, le sirvamos al país. Y para ello, es decir, para lograr lo que cada uno busca, dentro de un condenable egoísmo personal, se han empleado los procedimientos más originales y sorprendentes. El pueblo ha visto —cuando las circunstancias le han sido propicias, siempre desde un punto de vista personal, desde luego— a los mismos hombres abrazarse hoy y repudiarse mañana; a casi todos los llamados partidos políticos —son honrosas y escasas las excepciones— desbandarse cuando la derrota ha confundido a sus conductores y a estos, sin ninguna razón de interés nacional, entregarle sus banderas al vencedor, siempre pensando en ellos y en los suyos.

Es urgente, inaplazable, cambiar de rumbos, como hemos expresado. Es preciso que luchemos todos porque renazca la esperanza, porque no se pierda la fe en la buena fe, porque el pueblo crea de nuevo en sus instituciones y en sus hombres, apartando a los que no tienen Dios ni ley”.

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