• 15/07/2020 00:00

El éxito de Guayaquil, ejemplo para Panamá

Santiago de Guayaquil, capital de la provincia ecuatoriana de Guayas, es una urbe cuya historia, geografía, clima, demografía, etnografía y economía guardan gran similitud con la ciudad de Panama.

Santiago de Guayaquil, capital de la provincia ecuatoriana de Guayas, es una urbe cuya historia, geografía, clima, demografía, etnografía y economía guardan gran similitud con la ciudad de Panama. Fundada en 1547 como astillero y puerto comercial al servicio de la Corona española, colinda con el majestuoso río Guayas, goza de una impresionante biodiversidad protegida por el tupido manglar del Estero Salado y el golfo de Guayaquil, la entrante de agua más extensa del Pacífico Sudamericano. De clima húmedo y prolongada temporada lluviosa, su población, de 2.5 millones habitantes, es 70 % compuesta por el mestizaje propio de nuestra región, con quienes compartimos la música afroantillana, la sazón gastronómica, y fiestas veneradas, entre estas el famoso Carnaval de Guayaquil, en cuyos desfiles coloridas comparsas imponen el son de la música, el baile y la alegría. Como centro económico y financiero, la actividad comercial de Guayaquil ha sido determinante en impulsar la provincia de Guayas al liderazgo productivo de la nación ecuatoriana, con una economía bruta anual en el 2019 que supera los USD45 000 millones.

Dado lo anterior, era de esperar que Guayaquil y Panamá, en este trágico 2020 de pandemia, compartieran un impacto sanitario similar en cuanto al brote, extensión y recuperación de la COVID-19. A finales de febrero ambas poblaciones se abocaron a festejar el Carnaval, los de Guayaquil en su capital y los nuestros a lo largo y ancho del país, compartiendo la convicción de mantener abiertas sus fronteras y aeropuertos. En el caso de Guayaquil, para recibir los miles de migrantes que regresan cada año a vivir la tradición de la fiesta, procedentes principalmente de España. Y en el caso nuestro, producto de una convicción de tránsito propia del istmo, con su Canal y Hub de las Américas en Tocumen. La realidad resultó muy distinta, con trágicas consecuencias para ambas, pero con un impacto inicial explosivo para Guayaquil, ciudad que en marzo acaparaba macabros titulares en todo el mundo con vistas de cadáveres esparcidos por sus calles, y que alcanzó su pico el 7 de abril. Se estima que solo en ese día fallecieron en Guayas 600 personas infestadas por el virus. A pesar de estos eventos traumáticos, a finales de mayo ya Guayaquil tenía bajo control la propagación del virus, y el lunes 25 de mayo aperturó el Bloque 3, manteniendo hasta la fecha relativamente abierta la mayoría de las actividades comerciales, convirtiéndose en un modelo de éxito para América Latina. Por nuestra parte, en un inicio el contagio fue de menor impacto, pero luego de 10 semanas de cuarentena y una fugaz reapertura, el virus entró en una etapa de rápida expansión. Para vergüenza nacional, a inicios de julio alcanzamos la inverosímil dualidad de ser ciudad líder en días de cuarentena, y el mayor número de casos reportados por millón de habitantes en América Latina.

¿Qué se hizo bien en Guayaquil? Aprovechar la cuarentena para prepararse, forjando una gran alianza entre académicos, empresarios, autoridades locales, ejército y el Gobierno central. Apoyados en la iniciativa particular del planificador urbano Héctor Hugo y el analista español Carlos Bort, quienes hicieron mapas para rastrear la pandemia y desarrollaron modelos sobre sus rutas de propagación, implementaron una intensa jornada comunitaria, con 4000 centros de salud móviles, llevando información, mascarillas, gel, alcohol y alimentación una por una a cada residencia en los barrios. Mientras se desplegaba esta estrategia, el ejército hacía cumplir en la calle una cuarentena estricta. Sus autoridades pasaron de contar cadáveres en las calles, a estar al frente de la pandemia en los barrios. ¿Qué se hizo mal en Panamá? Nuestras autoridades se internaron en los hospitales, limitándose a preparar los mismos para la marejada de pacientes que se venía encima, desaprovechando la cuarentena para implementar un efectivo plan de prevención comunitaria, e incluso cometiendo el grave error de promover aglomeraciones en el reparto de alimentos y en las compras efectuadas mediante el bono sanitario. Es justo reconocer que se logró un resultado aceptable en los hospitales, manteniendo Panamá hasta la fecha un adecuado índice de letalidad.

No obstante, ante los grandes sacrificios asumidos por la población, aunado a los escasos resultados obtenidos en la propagación del virus, el presidente Cortizo tomó la valiente y sabia decisión de dar un golpe de timón, restructurando el equipo del Minsa y constituyendo un Consejo Consultivo Presidencial, cambiando el foco del esfuerzo sanitario de hospitales e inútiles y refrigeradas conferencias de prensa, a uno de prevención comunitaria. Nunca es tarde cuando la dicha es buena, compartimos el giro emprendido y su enfoque de trazabilidad para prevenir la propagación del virus, mediante la conformación de 6000 equipos de rastreo casa por casa, proyectando 1 000 000 de pruebas campo, en un esfuerzo por identificar los casos positivos y sus contactos; aislar a los contagiados; un incremento inicial de 1500 camas hospitalarias en sitios temporales, tales como centros de convenciones; y mejorando la eficiencia de la respuesta en insumos mediante mesas de compra.

En esta guerra no podemos darnos el lujo de perder. La salud, el bienestar económico, la educación, la clase media, los trabajadores, en fin, el futuro de nuestro país depende de que podamos controlar el virus, implementando más pronto que tarde una efectiva y permanente reapertura. Nos toca a los ciudadanos superar el miedo, apoyar el esfuerzo del Consejo Consultivo Presidencial, seguir las medidas de prevención, y mantener una férrea determinación de volver a la normalidad. Rechazamos la pretensión de someter nuestro país y su población a una mal llamada “Nueva Normalidad”, con objetivos y fines aviesos.

Abogado, ex candidato presidencial.
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